Visperas del V Domingo después de Pentecostés

Rito de entrada

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos


Ant. Dijo el Señor a mi Señor: * Siéntate a mi diestra.


Salmo 109


Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,
Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra.

Ant. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.


Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.

Ant. El que teme al Señor * muy exacto es en cumplir sus mandamientos.


Salmo 111


Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,
Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que teme al Señor muy exacto es en cumplir sus mandamientos.

Ant. Sea el nombre del Señor * bendito por los siglos.


Salmo 112


Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:
De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,
Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;
A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sea el nombre del Señor bendito por los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; * Él ha hecho todo cuanto quiso.


Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; Él ha hecho todo cuanto quiso.

Capítulo Himno Verso


2 Cor 1:3-4


Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras aflicciones.
R. Demos gracias a Dios.

Himno

Oh Dios de bondad, creador de la luz,
de quien procede la que ilumina nuestros días,
que, al disponer el origen del mundo,
creaste ante todo una luz nueva;

Tú que das el nombre de día al tiempo que transcurre
entre la aurora y el ocaso,
escucha nuestras preces y nuestras lágrimas,
ahora que viene la noche recordándonos las tinieblas del caos.

Que el alma abrumada por el peso de sus pecados,
mientras no piensa en las cosas eternas
y se halla prisionera de los vínculos de la culpa,
no sea desterrada del beneficio de la vida.

Haz que llamemos a la puerta del cielo;
que ganemos el premio de la verdadera vida;
que evitemos todo cuanto puede dañarnos;
que nos purifiquemos de todo mal.

Concédenoslo, oh Padre misericordiosísimo,
y Tú, el Unigénito igual al Padre,
que, con el Espíritu consolador,
reinas por todos los siglos.
Amén.

V. Ascienda, Señor, mi oración hacia ti.
R. Como el olor del incienso ante tu presencia.

Canticum: Magnificat


Ant. Si, cuando vas a poner * tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)


Proclama * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.


Ant. Si, cuando vas a poner * tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Aleluya.

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.


Oremos.

¡Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman!; infunde el amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo.


Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.

 
R. Amén.

Conclusión


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Vida de Guido de Fontgalland Parte 3ª

Un secreto,…. un secreto

En el verano de 1.924 la familia Fontgalland fue en peregrinaje a Lourdes, permanecieron muchos días y Guido comenzó a hacer “locuras de amor”. Recorre muchas veces el Vía Crucis y veía que cada momento era bueno para escaparse del hotel para ir a la Gruta de la Virgen, quien en 1.858 se apareció a Bernardita.

La Virgen se hace sentir: “Mi querido Guido, vendré rápido a llevarte. Será en día sábado. Te tomaré de los brazos de tu mamá y te llevaré al Cielo”. Guido no percibía nada de lo que le estaba sucediendo a su alrededor.

Llega al hotel absorto, como fuera de sí. La madre le preguntaba qué le pasaba: “La Virgen me ha rebelado un secreto”!. Ese mismo día, la familia regresa a Paris.

En su cuarto, Guido coloca un cuadro de la Virgen de Lourdes para recordar su promesa.  El 30 de noviembre de 1.924 se hace una gran fiesta por sus 11 añitos. Guido sabía que el momento se aproximaba, que estaba por iniciar la verdadera vida.

El domingo 7 de diciembre de ese mismo año, cuando fue a dormir estaba bien; pero a media noche su madre lo encuentra en una crisis de sofocamiento.. Guido, (…!qué niño tan admirable y valiente!…) recobraba las fuerzas y dice a su madre: “Mamá debo decirte un secreto que te hará llorar” “ Yo debo morir. La Virgen vendrá a buscarme. Cuando tenía 7 años, el día de mi Primera Comunión, Jesús me dijo: “Tú no serás sacerdote. Quiero hacer de ti un Ángel y yo le respondí te acuerdas mamá en  Lourdes, la Virgen me confió un secreto….ahora te lo debo decir: “…Vendré  en sábado….te llevaré al Cielo”. Eso es lo que me dijo.

El médico había llegado rápido y comentan que debe ser vacunado contra la difteria…pero tal vez, sea demasiado tarde… Comenzaron las curaciones y Guido ofrecía sus sufrimientos. Para Navidad parecía estar mejor, no había señal de difteria, pero Guido, insiste: “La Virgen no ha cambiado de idea” ¡!

Ya por la tarde, la situación de precipitaba: “Quiero mi confesor”. El padre llama al médico y, curiosamente, llegan sacerdote y médico, al mismo tiempo, pero Guido insiste que primero quiere ver al confesor y luego, se deja hacer las curaciones.

Una sola añoranza tenia Guido: “Había tanto deseado de hacer conocer a Jesús a todo el mundo. Quería hacerlo amar. De grande hubiera construido un avión para ir a predicar a Jesús a todo el mundo“. Pero también tenia una gran alegría: “Iré directo al Paraíso”

Jesús y el Cielo

En los últimos días, se intercambian entre padre, madre e hijo,  diálogos maravillosos. El 1º de enero de 1.925 pregunta: “porqué suenan las campanas”.?, “Es el comienzo del año nuevo, buen año,  hijito mío” “Yo no puedo augurarte un año de alegría”  -agrega Guido- Pero es el año Santo, un buen año para ir al Cielo”

Al día siguiente, pide la Comunión como Viático para la eternidad: “mamá, ponme el vestido más bello. Hoy viene Jesús, Yo lo amo, sabes!, díselo también tú”. Recibida la Comunión agrega: “No moriré hoy, será en sábado” “no tengo miedo, ni siquiera de la muerte, porque ella es la puerta del Paraíso. Jesús y yo nos queremos mucho”

La madre le dijo que esperaba que Jesús lo curara. “No lo hará. Es mejor así, tengo solo 11 años y soy puro como un ángel. La Virgen vendrá ella misma a llevarme al Cielo”.

Sábado 24 de enero, 1.925, “Hoy es el día” Vendrá la Virgen, No lloren!.”  Guido recibe el óleo de los enfermos, besa muchas veces el Crucifijo, se sienta sobre su cama y dice. “Jesús te Amo” Ahora sí Jesús se hacía su verdadero Cielo. Jesús Eucarístico sobre la tierra, Jesús glorioso en la eternidad.

Guido De Fontgalland,  el niño que SIEMPRE había DICHO : “SI” a Jesús, comenzaba su misión: Ser un ángel de Jesús..  Es decir, el mensajero de Cristo para animar a otros niños, otros hermanos, grandes y pequeños,  a hacerlo amar.

Querido Guido, Ruega por nosotros……

Vida de Guido de Fontgalland Parte 2ª

Fiesta Grande

Guido – le decía su mamá-  Jesús ha sufrido mucho en la cruz, para expiar nuestros pecados, también los tuyos”.  Continuaba con el rostro serio: “Para los buenos serán el Paraíso, para los malos, que hacen pecados y no quieren el perdón de Dios, les será el infierno”.

Guido escuchaba y respondía: “mamá, háblame  de Jesús  y de la Virgen dime porque han sufrido por nosotros “

Llega el día de su primera Comunión: fue a arrodillarse delante al Crucifijo, se queda allí, a pensar, a examinarse,  a decir su amor por Él. Luego, se acercó al sacerdote y confesó sus pecados.: salió del confesionario con una gran paz y alegría en su corazón y le dijo a su madre: “ Quisiera que todo el mundo fuese feliz como yo! Puedo dar un poco de mi dinero, a los pobres?” “Claro!, – le responde su mamama.-

Y aquella tarde, para la fiesta, Guido dio su dulce a su hermanito, Marcos.

Participó a los ejercicios espirituales: seguía atento las meditaciones de Don Andre Callonn, y por la tarde, apuntaba todo en un cuaderno, agregando sus reflexiones, sus deseos: ”Ser bueno, cansarme y sacrificarme por Jesús, quiero trabajar y hacer pequeñas renuncias por Él, que me ama tanto. Jesús es el amigo más querido que está siempre en el Tabernáculo para no dejarme más”

“Jesús te ofrezco tres propósitos: rezar todos los días las oraciones; no dejar pasar un día, sin sacrificarme por Ti; estudiar con empeño, para hacerme, mañana sacerdote”

La tardeprecedente a la Primera comunión, fue a dormir; pero no  lograba hacerlo debido a su alegría.

A las cinco de la mañana, se precipitó al cuarto de sus pares: “mamá, mamá, hoy es mi gran día”  “Levántate mamá” “Pero…es todavía temprano!” “Oh mamá – continuó Guido–  hoy Jesús viene a mi! “ ni miró ni el vestido ni los regalos, esperó solo su hora.

En la Iglesia de Saint-Honorè d´Eylau, participó  a la Misa y, al momento, tanto esperado,  Guido recibía la Hostia Santa..Vuelto  a su lugar, se recogió en oración…En aquel momento sintió, en su interior, una Voz que le decía: “Mi pequeño Guido. Yo vendré pronto a llevarte. Tú morirás, no te harás sacerdote. Yo haré de ti, mi Ángel”

Inmediatamente,  permanece consternado:….pensó, que debería dejar a sus seres queridos; no seria sacerdote como el lo deseaba….Pero comprendió que Jesús esperaba una respuesta y él se la da: “Si, Jesús”.

Desde aquél momento, la pequeña palabra:“Si” sería su respuesta a cada deber, a cada llamada de Dios. Será el jovencito del ”Si”, pleno, total,  así como en Jesús no fue nunca el “si” o “el no”, sino solamente, a la voluntad de Dios.

Aquella noche, antes de su descanso, la madre le pregunta: “Eres feliz hoy”? “si lo soy” responde Guido. “Y qué cosa le has pedido a Jesús” “Nada, Jesús me ha hablado y yo le he dicho: “si”.

Niño más bueno, no hay.

El 4 de octubre de 1.921, a los 8 años, Guido entró en la Escuela L. Luis de Rue Franklin en Paris. Se encontró con ciento de niños, en un ambiente nuevo para el, distinto de la intimidad de su casa, en la cual había crecido hasta ese momento.

Antes era feliz de jugar con los otros; ahora en cambio, no tenia más que un pensamiento fijo: “Yo vendré pronto a llevarte” – le había dicho Jesús. No vivía más que para aquel momento.

Regalaba sus juguetes a Marcos y a sus compañeros y para él se quedaba con alguno. No aceptaba las invitaciones de sus compañeritos a jugar y aquellos pensaban que actuaba así, porque era un noble.

Alguno que otro, le hacia algún desprecio o le escondía el lápiz.  En otra circunstancia, habría respondido con dureza; pero ahora no reaccionaba. Comenzó a atender a los más pobres, de aquellos menos cuidados, de los enfermos. Entretanto, buscaba de estudiar con empeño. Inteligentísimo, sobretodo, contento en las horas de religión.

Pero se preguntaba -respecto a las otras materias- “para qué estudiar tanto”, “luego en el Cielo, a qué sirven estas cosas?”. (Bravo Guido!!!)

Lo hacia para hacerles estar contentos a sus padres, para dar buen ejemplo, para contentar a sus maestros, que le decían, “aprende, te servirá para la vida! Te hará camino por el mundo “, el pensaba solo a Jesús, del cual, se habría hecho su ángel.

Por la calle, recitaba el rosario,  teniéndolo en su mano y siempre en su bolsillo. Evitaba los compañeros más groseros.

Sufría el frío en el invierno y su madre le colocaba una botella de agua caliente en el fondo de su cama. El la sacaba diciendo “Jesús no tenia la botella sobre el lecho en Nazaret”.

Los viernes, día de la Pasión de Nuestro Señor, algunas veces, llego a meterse piedritas dentro de los zapatos: “quiero sufrir un poco con Jesús”. Una tarde, su madre, lo sintió hablar solo en su recamara: “con quién hablas?” le pregunto. “con Jesús: tengo tantas cosas que decirle, rezo, como ves”.

Sufría el no poder confiar su secreto a su mamá; no le quedaba sino Jesús como amigo.

Cada mañana, antes de la escuela,  se dirigía a Misa y a la Comunión. Parecía que era la única realidad para hacerlo feliz:  participar con atención, con amor, al Sacrificio de Jesús, unirse a Él en el mismo ofrecimiento al Padre, para todos los hombres. Sus padres, le preguntaron que hacía durante la Misa: Explicó que a la elevación de la Hostia y del Cáliz, el hablaba con Jesús. A la comunión, Era Él  quien  hababa con Guido.

El director espiritual de la escuela, el padre Rosseau, llega a decir: “Guido es el muchacho más bueno y mas virtuoso de todos sus compañeros

Le gustaban los dulces, pero se los regalaba a aquellos niños que no lo tenían. Le sucedió de enfermarse  y el médico le prescribió una medicina amarga. La madre le explicó que se la bebiera de un solo sorbo, que así no se notaria tanto. Guido la bebe despacito, despacito, para poder sentir todo ese gusto feo. “lo hago por Jesús”, le costada obedecer en la escuela, él que en su casa, era muy libre, pero se imponía de obedecer siempre

Al haberse acercado todos los días a la comunión, con su fe y su pureza excepcional, se hizo intimo amigo de Cristo y a veces, tenia de Él, revelaciones, profecias, que cuando se  cumplían, sorprendían a todos. Ya habían pasado 3 años de aquella vez que Jesús le había dicho que de él, haría Su Ángel. No se lo había nunca olvidado y no dudaba de aquella promesa. Al contrario, se preparaba a morir.  En el desván, encontró una vieja calavera y se la colocó sobre su escritorio “eres loco” le dijo la doméstica: “nos haremos todos así”  le contesta….

Continuará en la tercera parte

Vida de Guido de Fontgalland Parte 1ª

En la historia que aquí contamos, nos une en forma muy estrecha, a aquel “Fiat”   de la Santísima Virgen Maria; aquel “Si”, expresado en ese lugar tan lejano de Nazareth.  Y Guido de Fontgalland ha hecho suyas las palabras de la Madre del Cielo: ese “Si”, que pronuncia a Jesús…..veamos el porqué de esta bella historia….

Guido de Fontgalland

Era un conde, un pequeño conde, con gran ganas de vivir y de hacerse camino en la vida….pero Jesús, el día de su Primera Comunión, le dijo: “ yo haré de ti, mi Ángel”

Apenas fuera de su cuna, estaba por todas partes. Su mamá no sabía más que hacer para tenerlo quieto: tocaba todo, gritaba, movía los floreros y las flores de su lugar, creaba un gran alboroto.

Entonces su madre, lo sostenía, lo colocaba sobre sus rodillas y le hablaba largo rato de Jesús.

Ha venido del cielo sobre la tierra, ha dado la vida por ti, te quiere mucho, un amor así de grande” y  abría los brazos de par en par y para hacerle ver al pequeño Guido, cuánto lo quería Jesús, y luego se lo estrechaba en su pecho, para terminar su explicación gráfica. (le hablaba como niño, con demostraciones para un niño; típica actitud de las madres…)

Guido, nació en París, en la calle Rue Vital número 37, el día 30 de noviembre de 1.913, de la noble familia de los Condes De Fontgalland.

Al bautismo lo llamaron Guy (Guido), será Guido de Fontgalland…. el nombre ilustre con el cual será conocido en el mundo entero.

Cuando Guido tenía tres años, nació su hermanito: Marcos. Corre hacia la cuna, todo alegre; pero apenas lo vio, comentó desilusionado. “muy pequeño! mamá, cómo podré jugar con el en el jardín”? “Papa, ve a cambiarlo por otro más grande”; pero le quiere inmediatamente, al asegurarle que crecería pronto.

Pero todos los días, iba a espiar a su hermanito, para verificar si de verdad crecía: “Ah…., está siempre chiquito”, “no se hará nunca más grande, este niño”!, …moviendo la cabeza…

Finalmente, el tiempo pasa y Marco, vistiendo los pantaloncitos cortos,  podía ir al jardín a jugar con Guido.

Jesús, en la casita pequeña”

Un día –Guido tenía solo 3 años- hacia un gran  ruido en el cuarto de la abuela con su pequeña trompeta. La abuela le dice: “Si continuas molestándome así,  Jesús se irá de tu corazón”!  El niño permanece con mucha pena y por la tarde le preguntó a su mamá: “Es verdad eso que dice la abuela?”, la madre no le responde.  Guido persiste en su pregunta: “Es verdad que Jesús vive en la casita pequeña del altar? Y desde allí viene al corazón de las personas buenas que lo reciben?” Había ya descubierto el misterio divino de la Eucaristía. La madre le responde son firmeza: “Sí, Guido”

“¿Y también en los corazones de los niños buenos, verdad?”

 “Si, esto es verdad”, responde su madre.

“¿Y  entonces vive también en mi?”

 “Si, si eres bueno y no lo ofendes con el pecado!”

“¿Desde cuando mamá, Jesús vive en mi?”
“Desde el día de tu bautismo”

“entonce también vive en Marcos?”

“Si, por supuesto, también en él”

Entonces, Guido no se contiene en su alegría  comienza a cantar por toda la casa. “Qué bello, Qué bello” Jesús está en mi, Jesús y yo, nos queremos mucho. Quiero ser como el pequeño Jesús”.

Dios le había ya rebelado todo y él ya sabía las tres “direcciones” de Jesús dónde encontrarlo vivo y verdadero: en el Cielo, en el Tabernáculo, en su almita.

Desde aquel momento, tiene un grandísimo deseo: Andar a menudo, cada día a visitara su gran Amigo, en la Iglesia, delante del Tabernáculo, para decirle muchas cositas: de él, de sus padres, de Marcos, de los amigos que tenía,….para escucharlo…Solo en decir el nombre de Jesús, era ya un dulce llamado a hacerse bueno, paciente, generoso, fuerte y con deseos de corregirse de los defectos.

Se hace impaciente por recibir a Jesús, en su primea comunión. Cuando sus padres, los domingos lo llevan a Mesa y él veía a muchos acercarse a la Eucaristía,  pataleaba: “Porqué todavía a mi no?”.

Le explicaban que debía estudiar el catecismo, conocer a fondo a Jesús, empeñarse a vivir como El, que ninguno recibía la primera comunión hasta tener los 9 años.

Era un conde y por ello, muy pronto tuvo una maestra en su casa, toda par él. Aprendió pronto a leer a escribir y a hacer operaciones de aritmética.

Su mamá y su maestra, le enseñaban catecismo. Era encantado cuando le hablaban de Jesús, cuando le leían la historia sacra, el Evangelio. Le explicaron los mandamientos de Dios, uno por uno.

Entendía con una extraordinaria precocidad, se deba cuenta de que  para observar las leyes de Dios, era necesario tener mucha fuerza.

Comenzó a rezar a la Virgen, con el rosario, a llevar en su cuelo la medalla milagrosa y confiase a Ella.

Y así, “el gran día” de acercaba..!!

Continuará en la segunda parte…

Algunos santos del mes de junio

SAN ONOFRE (c. 400 p.c.)

Entre los muchos ermitaños que vivieron en los desiertos de Egipto durante los siglos cuarto y quinto, había un santo varón llamado Onofre. Lo poco que sabemos sobre él procede de un relato, atribuido a cierto abad Pafnucio, sobre las visitas que hizo a los ermitaños de la Tebaida. Al parecer, varios de los ascetas que conocieron a Pafnucio le pidieron que escribiera esa relación de la que circularon varias versiones, sin que por ello se desvirtuara la esencia de la historia.

Pafnucio emprendió la peregrinación con el fin de estudiar la vida ermítica y descubrir si él mismo sentía verdadera inclinación a ella. Con este propósito dejó su monasterio y, durante dieciséis días, recorrió el desierto y tuvo algunos encuentros edificantes y algunas aventuras extrañas; pero en el día décimo séptimo quedó asombrado a la vista de un ser al que se habría tomado por animal, pero era un hombre: ¡Era un hombre anciano, con la cabellera y las barbas tan largas, que le llegaban al suelo! ¡Tenía el cuerpo cubierto por un vello espeso como la piel de una fiera y de sus hombros colgaba un manto de hojas! . . . La aparición de semejante criatura fue tan espantable, que Pafnucio emprendió la huida. Sin embargo, el extraño ser le llamó para detenerle y le aseguró que también él era un hombre y un siervo de Dios. Con cierto recelo al principio, Pafnucio se acercó al desconocido, pero muy pronto ambos entablaron conversación y se enteró de que aquel extraño ser se llamaba Onofre, que había sido monje en un monasterio donde vivían con él muchos otros hermanos y que, al seguir su inclinación hacia la vida de soledad, se retiró al desierto, donde había pasado setenta años. En respuesta a las preguntas de Pafnucio, el ermitaño admitió que en innumerables ocasiones había sufrido de hambre y de sed, de los rigores del clima y de la violencia de las tentaciones; sin embargo, Dios le había dado también consuelos innumerables y le había alimentado con los dátiles de una palmera que crecía cerca de su celda.

Más adelante, Onofre condujo al peregrino hasta la cueva donde moraba y ahí pasaron el resto del día en amable plática sobre cosas santas. De repente, al caer la tarde, aparecieron ante ellos una torta de pan y un cántaro de agua y, tras de compartir la comida, ambos se sintieron extraordinariamente reconfortados. Durante toda aquella noche Onofre y Pafnucio oraron juntos. Al despuntar el sol del día siguiente, Pafnucio advirtió alarmado que se había operado un cambio en el ermitaño, quien evidentemente se hallaba a punto de morir. En cuanto se acercó a él para ayudarle, Onofre comenzó a hablar: «Nada temas, hermano Pafnucio, dijo; el Señor, en su infinita misericordia, te envió aquí para que me sepultaras». El viajero sugirió al agonizante ermitaño que él mismo ocuparía la celda del desierto cuando la abandonase, pero Onofre repuso que no era esa la voluntad de Dios. Instantes después suplicó que le encomendasen el alma a las oraciones de los fieles, por quienes prometía interceder y, tras de haber dado la bendición a Pafnucio, se dejó caer en el suelo y entregó el espíritu. El visitante le hizo una mortaja con la mitad de su túnica, depositó el cadáver en el hueco de una roca y lo sepultó con piedras. Tan pronto como terminó su faena, vio cómo se derrumbaba la cueva donde había vivido el santo y cómo desaparecía la palmera que le había alimentado. Con esto comprendió Pafnucio que no debía permanecer por más tiempo en aquel lugar y se alejó al punto.

Nota: Este Santo pertenece a la Iglesia Católica por la fecha en que murió.

SAN PEDRO DEL MONTE ATHOS (¿Siglo VIII?)

Muchos años antes de que se comenzara a construir el primero de los varios famosos monasterios del Monte Athos, en Macedonia, ya vivía en sus faldas un santo anacoreta llamado Pedro. Se dice que él fue el primer ermitaño cristiano que se instaló en aquella región, pero nada se sabe sobre su verdadera historia.

Después de su muerte, sus reliquias fueron llevadas al monasterio de San Clemente y, en el siglo décimo, se trasladaron a Tracia, donde se propagó mucho su culto. La leyenda de San Pedro, tal como la cuenta Gregorio de Palamás, arzobispo de Tesalónica, se asemeja a muchas otras de las historias relatadas en las Menaia griegas, y se la puede considerar como una fábula edificante. En su juventud, Pedro tomó las armas contra los sarracenos y, tras no pocas batallas, fue capturado y encarcelado. Pero San Nicolás y San Simeón, a quienes apeló en su infortunio, acudieron en persona a ayudarle: Simeón le abrió las rejas de la prisión y Nicolás le condujo fuera de ella hasta dejarle a salvo. Una vez libre, Pedro se fue a Roma, donde volvió a encontrarse con San Nicolás, quien le presentó al Papa. El Pontífice, impresionado sin duda por tan alta recomendación, le impuso a Pedro el hábito de monje. Este se embarcó inmediatamente en una nave que tenía como destino la costa de Asia Menor. Apenas había comenzado la navegación, cuando Nuestra Señora se apareció a Pedro para manifestarle su deseo de que pasase el resto de su vida como ermitaño en el Monte Athos.

Por consiguiente, cuando dejaron atrás las costas de Creta, el capitán desembarcó al fraile lo más cerca posible de su objetivo, y desde entonces se entregó a la vida de penitencia en las faldas del monte. Además de soportar innumerables penurias, tuvo que hacer frente a los ataques del diablo. Primero fue atacado por legiones de demonios que se burlaban de él, le disparaban flechas y le arrojaban piedras. El ermitaño consiguió vencer a la horda maligna con el poder de la oración. Más adelante, los espíritus infernales tomaron la forma de serpientes que perseguían a Pedro y le llenaban de horror; pero él insistió en sus oraciones, todavía más fervorosas y los reptiles desaparecieron. Después, Satanás se apareció en la figura de uno de los antiguos criados de Pedro que sólo había acudido para rogarle, con una insistencia irritante, que volviese al mundo donde todos sus amigos lo extrañaban y donde podía hacer más bien por el prójimo que en la soledad de su retiro. Acosado por aquellas súplicas y profundamente perturbado, Pedro imploró el auxilio de la Virgen María, quien se hizo presente y obligó al tentador a mostrarse con su verdadera forma ante el ermitaño y luego lo hizo desaparecer. Pero no para siempre, porque el «maligno» volvió transformado en un ángel de luz. En aquella ocasión, a Pedro le bastó su humildad para vencer al espíritu del mal. El supuesto ángel le aconsejaba que retornase al mundo, pero el ermitaño insistía en que él no era digno de acercarse a los demás hombres y mucho menos podía esperar que le visitase un espíritu celestial. En consecuencia, se negó rotundamente a escuchar los consejos de su sobrenatural visitante.

Ya había vivido durante cincuenta años en el Monte Athos, sin ver criatura humana alguna, cuando un cazador le descubrió por casualidad. El ermitaño relató su historia con lujo de detalles y, a pesar de que el cazador, edificado, rogaba que le dejase permanecer ahí, Pedro insistió en que volviese a su país y que, un año más tarde, le visitara de nuevo. Doce meses después, el cazador, acompañado por un amigo, acudió a la cita, pero sólo encontró el cadáver de Pedro.

BEATO ESTEBAN BANDELLI (1450 p.c.)

Uno de los predicadores más distinguidos de la orden dominicana durante la primera mitad del siglo quince, fue Fray Esteban Bandelli. Nació en 1369, en la región norte de Italia, y recibió el hábito de Santo Domingo en Piacenza. Desde el principio, su piedad y su obediencia fueron un ejemplo y una inspiración para los monjes; sus ciencias le proporcionaron el grado de doctor en leyes canónicas y una cátedra en la Universidad de Pavía. Pero sus mayores triunfos los obtuvo desde el pulpito y en el confesionario. Ya fuera que predicase en Liguria o en otra región cualquiera de Italia, verdaderas multitudes acudían a escucharle y eran innumerables los pecadores que, arrepentidos, emprendían con firmeza el camino del bien. A la edad de ochenta y un años murió en Saluzzo, en la diócesis de Turín, e inmediatamente fue honrado como santo y realizador de milagros. Treinta y siete años después de su muerte, cuando Saluzzo quedó cercada por fuerzas enemigas, se vieron aparecer figuras extrañas sobre el cielo, y la población afirmó que eran las sombras de la Santísima Virgen y del Beato Esteban que habían acudido a protegerles. El enemigo se retiró sin haber puesto el sitio, y todos los agradecidos habitantes de Saluzzo instituyeron desde entonces una procesión anual en honor del beato. El Papa, Pío IX confirmó su antiguo culto en 1856.

Texto para meditar: III Domingo después de Pentecostés

De la Encíclica Miserentissimus Redemptor del Papa Pío XI.


Descuella y merece especial mención la devota consagración con que nos ofrecemos, con todas nuestras cosas, al Corazón divino de Jesús, reconociéndolas como recibidas del amor eterno de Dios. Pero hay que hacer más todavía; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción digna que llaman reparación. Porque si lo primero y principal en la consagración es que al amor del Criador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de cualquier modo inferidas al Amor increado, cuando sea desdeñado con el olvido, o ultrajado con la ofensa. Al cual deber llamamos vulgarmente reparación.

Con más apremiante título de justicia y de amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de justicia, para expiar la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y reintegrar el orden violado; de amor, para padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobios” y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo. Porque pecadores como somos todos, cargados de muchas culpas, no hemos de contentarnos con honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos con los debidos obsequios a Su Majestad Suprema, o reconocemos orando su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que además es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, “por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias”. A la consagración, pues, por la cual nos ofrecemos a Dios y somos llamados santos de Dios, con aquella santidad y firmeza que, como enseña el Doctor Angélico, son propias de la consagración, ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda como odiosa, en vez de aceptarla como agradable.

Este deber de expiación incumbe a todo el género humano. Después de la caída miserable de Adán, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y misérrimamente depravado, debía haber sido arrojado a la ruina sempiterna. Ciertos soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, lo niegan, blasonando de cierta virtud nativa de la naturaleza humana que por sus propias fuerzas continuamente progresa a cosas cada vez más altas; pero estas invenciones del orgullo las rechaza el Apóstol: “éramos por naturaleza hijos de ira”. Ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo, guiados de cierto natural sentido, aplacando a Dios con sacrificios, aun públicos.

Visperas de la III después de Pentecostés

Rito de entrada

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos


Ant. Dijo el Señor a mi Señor: * Siéntate a mi diestra.


Salmo 109


Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,
Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra.

Ant. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.


Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.

Ant. El que teme al Señor * muy exacto es en cumplir sus mandamientos.


Salmo 111


Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,
Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que teme al Señor muy exacto es en cumplir sus mandamientos.

Ant. Sea el nombre del Señor * bendito por los siglos.


Salmo 112


Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:
De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,
Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;
A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sea el nombre del Señor bendito por los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; * Él ha hecho todo cuanto quiso.


Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; Él ha hecho todo cuanto quiso.

Capítulo Himno Verso


2 Cor 1:3-4


Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras aflicciones.
R. Demos gracias a Dios.

Himno

Oh Dios de bondad, creador de la luz,
de quien procede la que ilumina nuestros días,
que, al disponer el origen del mundo,
creaste ante todo una luz nueva;

Tú que das el nombre de día al tiempo que transcurre
entre la aurora y el ocaso,
escucha nuestras preces y nuestras lágrimas,
ahora que viene la noche recordándonos las tinieblas del caos.

Que el alma abrumada por el peso de sus pecados,
mientras no piensa en las cosas eternas
y se halla prisionera de los vínculos de la culpa,
no sea desterrada del beneficio de la vida.

Haz que llamemos a la puerta del cielo;
que ganemos el premio de la verdadera vida;
que evitemos todo cuanto puede dañarnos;
que nos purifiquemos de todo mal.

Concédenoslo, oh Padre misericordiosísimo,
y Tú, el Unigénito igual al Padre,
que, con el Espíritu consolador,
reinas por todos los siglos.
Amén.

V. Ascienda, Señor, mi oración hacia ti.
R. Como el olor del incienso ante tu presencia.

Canticum: Magnificat


Ant. Si una mujer * tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa, y busca con cuidado hasta que la encuentra?


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)


Proclama * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.


Ant. Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa, y busca con cuidado hasta que la encuentra?

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.


Oremos.


¡Oh Dios, protector de los que en ti esperan: sin ti nada es fuerte ni santo! Aumenta los signos de tu misericordia sobre nosotros, para que, bajo tu dirección, caminemos de tal modo entre los bienes de la tierra, que no perdamos los del cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Textos para Meditar: II Domingo después de Pentecostes

Sermón de S. Juan Crisóstomo.


Hom. 60 al pueblo de Antioquía.


Puesto que el Verbo dijo: “Este es mi cuerpo”, aceptemos sus palabras, creamos en ellas y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Jesucristo no nos dio nada sensible, sino que, bajo cosas sensibles, nos lo dio todo a entender. Lo mismo hay que decir del bautismo, en el cual, por una cosa enteramente sensible, el agua, se nos confiere el don; espiritual es la cosa realizada, a saber, la regeneración y la renovación. Si no tuvieras cuerpo, nada corporal habría en los dones que Dios te hace; mas porque el alma está unida al cuerpo, te da lo espiritual por medio de lo sensible. ¡Cuántos hay actualmente que dicen: Quisiera verlo a Él mismo, su rostro, su vestido, su calzado! Pues bien le ves, le tocas, le comes. Deseas ver su vestido; mas helo ahí a Él mismo, permitiéndote, no solamente verle sino también tocarle, comerle y recibirle dentro de ti mismo.

Nadie, pues, se acerque con repugnancia o con indiferencia; lléguense todos a Él ardiendo en amor, llenos de fervor y de celo. Si los judíos comían de pie el cordero pascual, calzados, empuñando el bastón con presura, ¡con cuánta mayor razón debes practicar aquí la vigilancia! Los judíos estaban entonces a punto de pasar de Egipto a Palestina; por ello, adoptaban la actitud de viajeros. Pero tú debes emigrar al cielo; por lo cual debes velar siempre, pensando cuán grande es el suplicio que amenaza a los que reciben indignamente el cuerpo del Señor. Piensa en tu propia indignación contra el que traicionó y los que crucificaron al Salvador; procura, pues, por tu parte, no hacerte reo del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Aquellos desventurados dieron la muerte al santísimo cuerpo del Señor, y tú lo recibes con el alma impura, después de tantos beneficios como te ha otorgado. No contento con hacerse hombre, con verse abofeteado, crucificado, el Hijo de Dios quiso además unirse a nosotros, de tal suerte que nos convertimos en un mismo cuerpo con Él, no solamente por la fe, sino efectivamente y en realidad.

¿Quién, pues, debe ser más puro que el participante de semejante sacrificio? ¿Qué rayo de sol no deberá ceder en esplendor a la mano que distribuye esta carne, a la boca que se llena de ese fuego espiritual, a la lengua que se enrojece con esa terrible sangre? Piensa en el gran honor que recibes y en la mesa de que participas. Aquello que los ángeles miran con temblor, aquello cuyo radiante esplendor no pueden resistir, lo convertimos en alimento nuestro, nos unimos a ello, y llegamos a formar con Jesucristo un solo cuerpo y una sola carne. ¿Quién podrá contar las obras del poder del Señor, ni pregonar todas sus alabanzas? ¿Qué pastor dio jamás su sangre para alimentar a sus ovejas? ¿Qué digo, un pastor? Hay muchas madres que entregan a nodrizas extrañas los hijos que acaban de dar al mundo; pero Jesucristo no procede así; nos alimenta por sí mismo con su propia sangre, nos incorpora absolutamente a Él.

Sermón de San Juan Crisóstomo


Hom. 61 al pueblo de Antioquía


Es necesario, amados míos, aprender a conocer la maravilla de nuestros sagrados Misterios, lo que es, su fin y su utilidad. “Nosotros, se ha dicho, llegamos a constituir con él un solo cuerpo, somos miembros suyos, formados de su carne y de sus huesos”. Nosotros, que somos iniciados, observemos lo que se ha dicho. A fin, pues, de llegar a serlo, no sólo por la caridad, sino en la realidad misma, unámonos íntimamente a esta carne, lo que se logra mediante el alimento que Jesucristo nos dio, queriendo mostrarnos el ardiente amor que nos tiene. Porque Él mismo se unió a nosotros, confundió su cuerpo con el nuestro, de manera que somos una sola cosa con Él, del propio modo que lo es un cuerpo unido a su cabeza; tal es el caso de los que aman ardientemente.

Levantémonos, pues, de esta mesa como leones respirando fuego, mostrándonos terribles contra el demonio, y con la mente fija en aquel que es nuestra Cabeza, y en el amor que siente por nosotros. A veces confían los padres sus hijos a otros para que los alimenten; Yo, dice Jesucristo, no obro así, sino que hago de mi carne un alimento, me doy Yo mismo a vosotros en comida, deseando que todos seáis generosos, inspirándoos la óptima esperanza de las cosas futuras. En efecto, Yo, que me he entregado aquí a vosotros, lo haré mucho más en lo por venir. He querido convertirme en hermano vuestro, he tomado vuestra carne y vuestra sangre, por vosotros; os entrego a mi vez esta carne misma y esta sangre, por las cuales me he convertido en vuestro prójimo.

Estando, pues, en posesión de semejantes bienes, velemos por nosotros, amadísimos hermanos; y cuando estemos a punto de pronunciar una palabra inconveniente, o nos sintamos arrebatados por la cólera, o por cualquier otro vicio, consideremos los grandes bienes de que hemos sido hechos dignos, y reprima esta reflexión nuestros movimientos irracionales. Cuantas veces, pues, participemos de este cuerpo, cuantas veces gustemos esta sangre, acordémonos que quien entra en nosotros es el mismo a quien los ángeles adoran, sentado en lo más alto de los cielos a la diestra invencible del Padre. ¡Ay de nosotros! A pesar de habernos Jesús preparado tantos caminos para salvarnos, de habernos convertido en cuerpo suyo, y de habernos comunicado su mismo cuerpo, nada de esto nos aparta del mal.

Visperas del II Domingo después de Pentecostes

Rito de entrada

V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos


Ant. Dijo el Señor a mi Señor: * Siéntate a mi diestra.


Salmo 109


Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,

Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra.

Ant. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.


Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.

Ant. El que teme al Señor * muy exacto es en cumplir sus mandamientos.


Salmo 111


Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,
Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que teme al Señor muy exacto es en cumplir sus mandamientos.

Ant. Sea el nombre del Señor * bendito por los siglos.


Salmo 112


Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:
De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,
Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;
A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sea el nombre del Señor bendito por los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; * Él ha hecho todo cuanto quiso.


Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en los cielos; Él ha hecho todo cuanto quiso.

Capítulo Himno Verso


2 Cor 1:3-4


Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras aflicciones.
R. Demos gracias a Dios.

Himno


Oh Dios de bondad, creador de la luz,
de quien procede la que ilumina nuestros días,
que, al disponer el origen del mundo,
creaste ante todo una luz nueva;

Tú que das el nombre de día al tiempo que transcurre
entre la aurora y el ocaso,
escucha nuestras preces y nuestras lágrimas,
ahora que viene la noche recordándonos las tinieblas del caos.

Que el alma abrumada por el peso de sus pecados,
mientras no piensa en las cosas eternas
y se halla prisionera de los vínculos de la culpa,
no sea desterrada del beneficio de la vida.

Haz que llamemos a la puerta del cielo;
que ganemos el premio de la verdadera vida;
que evitemos todo cuanto puede dañarnos;
que nos purifiquemos de todo mal.

* Concédenoslo, oh Padre misericordiosísimo,
y Tú, el Unigénito igual al Padre,
que, con el Espíritu consolador,
reinas por todos los siglos.
Amén.

V. Ascienda, Señor, mi oración hacia ti.
R. Como el olor del incienso ante tu presencia.

Canticum: Magnificat

 
Ant. Sal corriendo * a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos: insísteles hasta que entren y se llene la casa. Aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)


Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos: insísteles hasta que entren y se llene la casa. Aleluya.

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.


Oremos.


Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Textos para meditar: Domingo después de la Ascensión

Sermón de San Agustín, Obispo.

Sermón 2 de la Ascensión del Señor, el 175 del Tiempo.

Nuestro Salvador, carísimos hermanos, ha subido a los cielos; no nos conturbemos por lo tanto en la tierra. Tengamos allá nuestra mente, y aquí gozaremos de descanso. Entre tanto subamos junto a Cristo con el corazón; y cuando llegue el día prometido, le seguirá nuestro cuerpo. Con todo, hermanos, debemos saber que con Cristo no sube la soberbia, ni la avaricia, ni la lujuria. Ningún vicio nuestro sube con nuestro médico. Por lo cual, si deseamos subir en pos del médico, debemos deponer los pecados y los vicios. Todos éstos son como unas cadenas que pretenden mantenernos cautivos en los lazos de nuestros pecados, por lo cual con el auxilio divino, y según dice el Salmista: “Rompamos nuestras cadenas”, a fin de que podamos decir al Señor con seguridad: “Tú rompiste mis vínculos; te ofreceré un sacrificio de alabanza”.

La resurrección del Señor constituye nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. De consiguiente, si celebramos la Ascensión del Señor recta, fiel, devota, santa y piadosamente, subamos con Él y elevemos también nuestros corazones. No obstante, con esta ascensión no nos envanezcamos, ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen propios. Debemos tener levantados nuestros corazones al Señor. Tener el corazón levantado, pero no hacia el Señor, es soberbia; tener el corazón elevado al Señor es tenerlo en un refugio seguro. Atended, hermanos, a un gran milagro. Alto es Dios; si te exaltas, huye de ti; si te humillas, desciende a ti. ¿Por qué esto? Porque siendo el Señor, como es, altísimo, pone los ojos en las criaturas humildes y mira como lejos de sí a los altivos. Lo humilde, lo contempla de cerca, para elevarlo: lo alto, la soberbia, lo conoce desde lejos para abatirlo.

Cristo resucitó para darnos esperanza al mostrarnos cómo resucita un hombre que había muerto. Nos comunicó esta firme convicción, a fin de que al morir no desesperásemos, pensando que con la muerte termina nuestra vida. Estábamos ansiosos acerca de nuestra alma, y Él, resucitando, nos dio confianza de que resucitaría aun la carne. Cree, de consiguiente, para que seas purificado. Ante todo es necesario que creas, a fin de que después por la fe merezcas ver a Dios. ¿Deseas ver a Dios? Oye lo que Jesús dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Ante todo, trata de purificar tu corazón. Quita de él cuanto pueda ser desagradable a Dios.

Homilía de San Agustín, Obispo.


Tratado 92 sobre San Juan.


El Señor Jesús, en el sermón que dirigió a sus discípulos después de la cena, cercano ya a la pasión, debiendo partir y habiendo de privarles de su presencia corporal, por más que, por su presencia espiritual permanecería entre todos los suyos hasta la consumación de los siglos, en aquel discurso les exhortó a soportar las persecuciones de los impíos, a quienes designó con el nombre de mundo. Del seno de este mundo, con todo, había elegido a sus discípulos; se lo declaró a fin de que supieran que ellos eran lo que eran por la gracia de Dios; y que por sus vicios fueron lo que habían sido.

Después anunció claramente que los judíos serían sus perseguidores y los de sus discípulos, a fin de que quedara bien sentado que los que persiguen a los santos están comprendidos en esta denominación de mundo condenable. Y después de decir que ellos desconocían al que le envió, y que, no obstante, odiaban al Hijo y al Padre, es decir, al que había sido enviado y al que le había enviado (de todo lo cual hemos tratado ya en otros sermones), llegó al pasaje en que dice: “Para que se cumpla lo que está escrito: Me odiaron sin motivo”.

Después, como consecuencia, añadió aquello que hace poco empezamos a tratar: “Cuando viniere el Consolador, que Yo os enviaré del Padre, Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, puesto que desde el principio estáis en mi compañía”. Ahora bien, ¿cómo puede entenderse esto con relación a lo que antes había dicho: “Mas ahora me han visto y me han aborrecido a mí y a mi Padre; por donde se viene a cumplir la sentencia escrita en su Ley: «Me han aborrecido sin causa alguna”? ¿Acaso porque cuando vino el Paráclito, este Espíritu de verdad, convenció con testimonios más evidentes a los que, habiendo visto sus obras, le aborrecieron? Hizo más aún: ya que manifestándose a aquéllos, convirtió a la fe, que obra mediante la caridad, a algunos de aquellos que habían visto, cuyo odio perduraba.