La conversión de Alfonso de Ratisbona

Lo que aquí sigue, es lo que contó el propio Alfonso en el Proceso Canónico de la aprobación del milagro.

El principal instrumento de su conversión es sin duda alguna, el Barón Teodoro de Bussière,- protestante  y luego ferviente católico-que hizo las veces de cicerón (de guía “turística”) al Ratisbonne,  por la ciudad de Roma…..

Saliendo del café, Alfonso se dirigió hasta la Plaza de España (en la ciudad de Roma). La providencia quiso que encontrase al Barón Teodoro de Bussière, el cual lo invitó a su carroza para un breve paseo. El día era óptimo, con cielo azul y sol primaveral, invitaba a un paseo, aceptando de buena gana. (20 de enero de 1.842).

Llegado al ángulo de dos calles y muy cerca de la Iglesia de Santa Andrés de los Hermanos (Santa Andrea delle Fratte) ordena el Barón a su cochero de detenerse y ruega a su amigo (el Ratisbonne), de esperarlo porque debía dar las últimas disposiciones para celebrar el rito fúnebre en sufragio de un cierto caballero. Necesitaba el Barón, decir que preparasen todo lo correcto para la familia del extinto.

“….Para quién son estos preparativos”, preguntó Alfonso.

…para un amigo mío: el conde de La Ferronays –responde Teodoro.”Su imprevista muerte, es la causa de mi tristeza que ha debido notar en mi, durante estos dos días.” “Espéreme algunos minutos, luego seguiremos con nuestro paseo….será negocio de dos minutos”

Alfonso prefirió descender de la carroza y visitar el templo, deseoso de encontrarse con el arte…..nada lo atrae, no obstante fuese encontradas obras del Bernini, del Borromini, del Vanvitelli, del Barigioni, del Maini y de otros insignes pintores.

Había transcurrido minutos de las doce. La Iglesia, desierta,  le dio la impresión de un lugar abandonado y caminando con aires de quien busca algo de interesante…. “En un momento, mientras caminaba por la iglesia y se llegaba al encuentro de los preparativos del funeral, imprevistamente me sentí capturado, invadido de un cierta perturbación y ví como un velo delante de mi; me parecía la iglesia toda oscura, excepto una capilla, casi que toda la luz de la misma iglesia, fuese concentrada en aquella capilla.

Elevé los ojos  hacia la capilla radiante de tanta luz y vi sobre el altar de la misma, en pie, viva, grande, majestosa, bellísima, misericordiosa LA SANTISIMA VIRGEN MARIA, igual en lo alto y en la estructura, a la imagen que se ve en la Medalla Milagrosa de la Inmaculada.

 Me hace señas con la mano de arrodillarme. Una fuerza a la cual no podía resistir, me empuja hacia Ella, que parece decir: Basta ya. No lo dijo; pero lo entendí. A tal vista, caí de rodillas en el lugar donde me encontraba.

 Procuré varias veces de elevar la vista hacia la Santísima Virgen, pero la reverencia y el esplendor me los hacia bajar, pero ello no impedía la evidencia de la aparición. Fijé en ella sus dos manos y ví la expresión del perdón y de la misericordia.

A la presencia de la Santísima Virgen, y aún cuando Ella no me dijo palabra, comprendí el horror del estado en el cual me encontraba. La deformidad del pecado, la belleza de la  Religión Católica, en una palabra: comprendí todo.

Oh, maravillosa eficacia de la presencia de Maria !.

Cuando el Barón Bussière salió de la sacristía, encontró aquel que había dejado judío, de rodillas, frente a la capilla privilegiada, los brazos cruzados sobre la  balaustrada, la cabeza profundamente agachada y en lágrimas.

Lo sacudió muchas veces,  finalmente como si fuese llamado a la vida…El Barón de pasmó, toma el brazo del Ratisbonne para conducirlo a la carroza convencido que alguna señal excepcional tenía que haber tenido.

“Donde quiere ir?”

“Lléveme donde quiera. Después de aquello que he visto, yo obedezco”

Se dirigieron inmediatamente  al hotel Serny. Llegados a éste, Alfonso entró en su cuarto, dando un llanto incesante mientras con voz interrumpida por continuos sollozos decía: “Cuánto soy feliz..cuánta plenitud de gracias y de bondad para mi! Come es bueno Dios!…y como son infelices aquellos que no lo conocen…!!”

“Condúzcame con un confesor”! Toma después, con reverencia la Medalla Milagrosa y cubriendo de besos y de lagrimas la imagen de laVirgen radiante de gracias dijo: !”Cuándo podré recibir el bautismo, sin el cual no puedo más vivir”…”…porque aquello que he visto, no puedo decirlo más que de rodillas”.

Extraido del libro: “La Meraviglia Romana dell´Immacolata”

P.A. Bellantonio, dei Minimi.

II edizione- Roma 1973.

Oficio Divino

1. Razón de ser del Oficio Divino.

El ideal de la vida cristiana —dice el Papa Pío XII— consiste en que cada uno se una continua e íntima mente a Dios, y por eso el culto que la Iglesia rinde al Eterno está ordenado y dispuesto de modo que con el Oficio Divino se extienda a todas las horas del día, a todas las semanas y a todo el curso del año, y así alcance a todos los tiempos y a todas las condiciones de la vida humana”

Esta oración oficial en la más remota antigüedad sólo tenía lugar en determinados días y horas. Según los Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesucristo oraban juntos a la hora de Tercia, cerca de la hora de Sexta y a la de Nona, y asimismo cantaban a Dios alabanzas a eso de la media noche. Luego se introdujo entre los cristianos la costumbre de dedicar a la oración en común la última hora del día, y la primera al despuntar el alba. Así, “estas distintas oraciones, por iniciativa y obra especialmente de los monjes y ascetas, se perfeccionaron cada día más, y poco a poco fueron introducidas en el uso de la Sagrada Liturgia por autoridad de la Iglesia”, formando ahora parte importante de ella.

2. Qué es el Oficio Divino.

Lo que llamamos, pues, Oficio Divino —dice Pío XII— “es la oración del Cuerpo místico de Cristo, dirigida a Dios, en nombre de todos los cristianos y en su beneficio, tanto por los sacerdotes como por los otros ministros dé la Iglesia y por los institutos religiosos delegados para ella por la Iglesia misma”. El Oficio Divino es, si se quiere, la oración oficial de la Iglesia, repartida en determinadas horas del día y de la noche y con determinados elementos, sujetos a ciertas normas litúrgicas fijas.

Como oración, es un trato y comunicación con Dios, lo cual se efectúa en el Oficio Divino por medio de alabanzas, lecturas y peticiones. Como oración de la Iglesia, no es de sólo el sacerdote, clérigo o religioso encargado de rezarla, sino de los millones de católicos desparramados por toda la redondez de la tierra; y bajo este concepto, es una oración pública y social, hecha siempre en plural y con textos expresamente compuestos para ser cantados o recitados en común. Y esta oración ha sido repartida por la Iglesia entre las principales horas del día y de la noche, para que así todo el tiempo sea a Dios dedicado, y la humanidad entera tribute a la divinidad un homenaje perenne de alabanza.

A este Oficio Divino o deber ineludible, por parte de la humanidad, de alabar a Dios, llámalo San Benito Opus Dei u “Obra de Dios” por excelencia, Agenda u “obligación que hay que cumplir”, y también Pensum servitutis, o sea “deuda” o “salario” diario que debemos pagar a Dios a título de siervos suyos.

A menudo suele también designársele con el nombre genérico de Horas canónicas, por estar distribuido en partes que deben rezarse en horas determinadas por los sagrados Cánones de los Concilios; y también con el más genérico todavía de Bezo del Breviario, por ser este libro litúrgico el que lo contiene.

3. Fines del Oficio Divino.

Por los elementos o piezas constitutivas del Oficio Divino, que son: lecturas, salmos, alocuciones y peticiones, podemos distinguir en él cuatro fines extrínsecos, a saber:

el “latréutico”, representado oficialmente por los salmos;

el “impetratorio”, por las peticiones;

el “didáctico”, por las lecturas;

y el “moral”, por las alocuciones.

Efectivamente, la Iglesia, por medio del Oficio Divino, alaba (fin latréutico), pide (fin impetratorio), enseña (fin didáctico) y exhorta (fin moral).

Con el fin “latréutico” se propone la Iglesia promover la gloria de Dios; con el “impetratorio”, el bien de la Iglesia y del mundo en general; con el “didáctico”, la instrucción de los que rezan o cantan; con el “moral”, la santificación de todos; cosas todas éstas extrínsecas al rezo del Oficio, y materia, por consiguiente, de esos cuatro fines extrínsecos.

Pero además de estos fines extrínsecos, el Oficio Divino tiene otros intrínsecos, uno de los cuales, el que podríamos llamar eucarístico, merece señalarse entre otros. El Oficio Divino, en efecto, tiene la misión sublime de preparar y continuar la Acción del Sacrificio de la Misa y de rodear este rito de pompa y majestad.

La Misa es el centro del culto católico, y toda la Liturgia gira en torno de ella. Es el sol que todo lo ilumina y vivifica alrededor del cual se mueven como satélites, todos los otros actos del culto, empezando por el Oficio Divino. El papel de éste, dentro de este admirable concierto, es preparar los corazones, con varias horas de rezos y de cantos, para el augusto Sacrificio, y prolongar luego las santas emociones nacidas alrededor del altar, mediante nuevos rezos y nuevos cantos. Y al mismo tiempo que cumple esta nobilísima misión respecto a la Misa, rodéala a ésta de pompa y majestad, precediéndola y siguiéndola a manera de lucidísima y bien ordenada corte de honor.

4. Su eficacia.

Conocidos los fines que Jesucristo y su Iglesia persiguen con el Oficio Divino, veamos la eficacia de éste para conseguirlos.

La eficacia del Oficio Divino para adorar y alabar a Dios como se merece (fin “latréutico”), si bien no es infinita, como lo es la de la Misa, es, sin embargo, incomparablemente mayor que la que pueden tener todas nuestras oraciones y homenajes privados.

Ello es así, en primer lugar, porque las alabanzas que tributamos a Dios en el Oficio Divino han sido elegidas y dictadas por el Espíritu Santo; además, porque la voz que pronuncia esas alabanzas es la voz de la Esposa de Jesucristo, la Iglesia, voz santa, voz dulcísima y entre todas la más agradable a los oídos del celestial Esposo; asimismo, porque en esa oración, contrariamente a lo que sucede en las privadas, se repiten sin cesar fórmulas de alabanza insuperables; y finalmente, porque al ser vocal y pública e ir acompañada de ceremonias y cantos, toman parte en ese homenaje el alma y el cuerpo, contribuyendo así a que sea el holocausto más perfecto.

Si el Oficio Divino es, pues, la oración más eficaz para alabar y bendecir a Dios, síguese que es, a la vez, el medio más poderoso para aplacarlo y hacerlo propicio a nuestros ruegos (fin “impetratorio” y “propiciatorio”).

Una oración es tanto más eficaz para conseguir con ella lo que se pide, cuanto mejor posee las cualidades propias de la verdadera y santa oración, cualidades que resplandecen en sumo grado en el Oficio Di-vino, como obra que es de la Iglesia, dirigida y gobernada por el Espíritu Santo. Como oración, pues, es oración perfecta; como salida de los labios de la Iglesia. Esposa santa y de soberana influencia ante Dios, es oración poderosísima, y como eco que es de miles y miles de corazones y de millones de brazos levantados al cielo en actitud suplicante, ha de repercutir en el Corazón divino de modo irresistible.

Y no es menos eficaz el Oficio Divino para enseñar a los fieles los dogmas de la religión y las verdades sobrenaturales (fin “didáctico”), y para obrar en ellos la santificación (fin “moral”).

La eficacia de esta enseñanza deriva de la autoridad y ciencia del maestro que la proporciona, que es la misma Iglesia, depositaría de los tesoros de la revelación y maestra infalible de la verdad; del método didáctico que emplea, que a la sencillez suma une la variedad y el encanto que la prestan la poesía, el canto y las ceremonias; y del tema que desarrolla, que es tan vasto que contiene copiosos y muy sólidos documentos de Teología moral y dogmática, de Ascética, de Mística, de Hagiografía, de Historia eclesiástica, y aun de Filosofía y de ciencias profanas.

Como instrumento de santificación, el Oficio Divino pone a los que rezan o siguen, en la necesidad de hacer frecuentes y positivos los actos de virtud: de humildad, de confianza, de amor, de fe, de arrepentimiento, etc.; los exhorta con las palabras y los ejemplos de Nuestro Señor y de los Santos a practicar el bien, hasta en grado heroico, y a evitar el mal; y, por fin, fomenta el ejercicio de la oración mental y de la contemplación.

De La flor de la Liturgia, de Dom Andrés Azcarate, pagina 110 y ss.

Culto a los Santos Angeles

Los Angeles

Sabemos que existen los Ángeles y también que una buena parte de ellos fueron infieles a Dios y se convirtieron en demonios, mientras los demás permaneciéronle fieles y fueron premiados con el cielo. Su número es incalculable. Para distinguirlos de alguna manera, los Santos Padres los han dividido en nueve Coros y distribuido en tres Jerarquías y a éstas en tres Órdenes, asignándoles sus oficios correspondientes.

Todos los Ángeles son amigos y bienhechores nuestros, pero hay uno que lo es de un modo especial, y es el Ángel Custodio o de la Guarda. Todos, justos y pecadores, fieles e infieles, tenemos el nuestro; como también se cree que lo tiene cada nación, cada diócesis, y aun cada ciudad y quizá cada familia numerosa, siendo su oficio, cerca de nosotros espiritual y corporal al mismo tiempo.

Los nombres de los nueve coros, son: Ángeles, Arcángeles, Virtudes, Dominaciones, Principados, Potestades, Tronos, Querubines y Serafines. Los más sublimes de todos son los Serafines.

Entre los Arcángeles conocemos por sus nombres a San Miguel, San Rafael y San Gabriel.

El culto de los Ángeles.

La devoción a los Ángeles y aun el culto privado a los mismos, son tan antiguos como la Iglesia. El temor a la superstición, empero, hizo que ese culto no llegara a ser público y oficial hasta el siglo V. Enton-ces empezaron a erigirse templos y monumentos en su honor y a establecerse fiestas litúrgicas. Unas dedicábanse a los Ángeles en general, otras al Ángel Custodio, y las más a San Miguel.

San Miguel.

Fue el primero y, hasta el siglo IX, casi el único festejado. Mejor dicho, sus fiestas eran comunes a todos los Ángeles, como todavía sucede con las hoy existentes. Todas ellas celebraban famosas apariciones del Arcángel o dedicaciones de templos en su honor. Tal es el carácter de las dos más celebradas hoy: la del 8 de mayo, que recuerda la aparición en el monte Gárgano, y la del 29 de septiembre, que festeja la dedica-ción de una iglesia en la Vía Salaria, en Roma. Esta última es la fiesta clásica del Arcángel y la que celebra la Iglesia universal, bajo el rito de primera clase.

Preséntasenos San Miguel, en estas fiestas como el Príncipe de la Milicia celestial, glorioso caballero del Altísimo y Defensor de la Iglesia universal, y como Ángel de la plegaria y de la adoración, que monta la guardia delante del altar y quema inciensos y perfumes en áureos turíbulos.

San Gabriel y San Rafael.

Empezaron a figurar en algunos calendarios a partir del siglo X. Su culto no había sido nunca uni-versal. Sus fiestas del 24 de marzo y del 24 de octubre, son, desde Benedicto XV, de carácter universal.

San Gabriel (la fuerza de Dios) es el Ángel de la Encarnación, y por eso la liturgia de su fiesta es una glosa de ese augusto misterio.

San Rafael (la medicina de Dios), tuvo la misión de acompañar al joven Tobías en su viaje al país de los Medos, de concertar sus bodas y de curar de su ceguera al anciano padre; de ahí que su oficio esté com-puesto principalmente con extractos del hermoso libro bíblico de Tobías. Es el abogado de los viajeros y el patrono de los boticarios y recién casados.

Los Ángeles Custodios.

Al principio su fiesta fue movible y limitada a ciertas iglesias o diócesis. Pío V la autorizó para toda la Iglesia, en 1608, pero dejándola facultativa todavía. Clemente X la fijó el 2 de octubre, y León XIII la elevó al rito de doble mayor, que hoy tiene.

Toda la liturgia de esta fiesta tiende a darnos a conocer y a hacernos amar al Santo Ángel, con el que tenemos deberes especiales. El himno “Custodes hóminum” es de San Belarmino. La nota típica la da San Bernardo con su hermoso y célebre sermón sobre los Ángeles de la Guarda.

No contenta la Iglesia con festejar a los Ángeles en esos sus días especiales, les hace a menudo sus honores en la liturgia, nombrándolos e invocándolos con frecuencia, ora en el Breviario, ora en el Misal, ora en el Ritual.

En el Breviario les dedica un oficio votivo, los invoca todas las noches en Completas, los pone en lugar preferente en el Itinerarium, y les hace jugar papel de importancia en las fiestas de Navidad, Ascensión, Asunción, etc.

En el Misal les dedica también una Misa votiva general, los menciona en los Prefacios, y a san Miguel especialmente, lo invoca en el “Confíteor”, en la bendición del incienso, etc.

En el Ritual se los invoca a menudo, de suerte que, ora al ir a administrar los Sacramentos, ora al ir a bendecir las casas, etc., diríase que el sacerdote los lleva como por delante, a guisa de introductores.

Azcarate, La flor de la liturgia, págs. 259 y ss.

XVI Domingo después de Pentecostés

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

INTROITO

Señor, ten misericordia de mí, pues todo el día clamo a ti; porque tú, Señor, eres suave y benigno, y de mucha misericordia con todos los que te invocan. V/. Inclina, Señor, tu oído a mis ruegos, y escúchame, porque soy desvalido y pobre. V/.  Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre,  por los siglos de los siglos. Amén.

COLECTA

Te suplicamos, Señor, que nos prevenga siempre y acompañe tu gracia, y nos haga solícitos y constantes en la práctica de las buenas obras.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

EPÍSTOLA

Lectura de la carta del Apóstol de san Pablo a los Efesios.

Hermanos: Os ruego no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros; ellas son vuestra gloria. Por esto doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del cual deriva toda paternidad en los cielos y en la tierra. Que él, según la riqueza de su gloria, os dé firmeza en la virtud, por su Espíritu, para que crezca en vosotros el hombre interior, para que Cristo more por la fe en vuestros corazones. Estad arraigados y cimentados en caridad, para que podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura y largura, y la altura y profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento. Así os llenaréis con la plenitud de Dios. Al que puede, por la virtud que obra en nosotros, operar infinitamente más allá de lo que pedimos o pensamos, a él sea la gloria en la Iglesia y en Jesucristo, en todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén.

GRADUAL

Los pueblos venerarán tu nombre ¡oh Señor!, y todos los reyes de la tierra, tu gloria. V/.  Porque el Señor reconstruirá Sión y allí será visto en su majestad.

ALELUYA

Aleluya. Aleluya. V/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Aleluya.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo: al entrar Jesús un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, le estaban acechando. Y he aquí que un hombre hidrópico se puso delante de él. Y Jesús, dirigiendo su palabra a los doctores de la ley y a los fariseos, les dijo: «¿Es lícito curar en sábado?» Mas, ellos callaron. Entonces, tomando Jesús a aquel hombre de la mano, le sanó, y le despidió. Dirigiéndose después a ellos, les dijo: «¿Quién de vosotros hay, que viendo su asno o su buey caído en un pozo, no le saque luego aún en día de Sábado?» Y a esto no le podían replicar. Observando también como los convidados escogían los primeros asientos en la mesa, les propuso una parábola, diciéndoles: «Cuando fueres convidado a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que haya allí otro convidado de más distinción que tú, y venga aquél que os convidó a entrambos, y dirigiéndose a ti te diga: ‘Deja a éste el sitio’; y entonces tengas que ocupar el último lugar con vergüenza tuya. Pues cuando fueres llamado, ve y siéntate en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba.’ Entonces serás honrado delante de los demás comensales. Porque todo el que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado

OFERTORIO

Vuelve, Señor, a mí tus ojos para socorrerme; queden confusos y avergonzados los que buscan mi vida: Señor, vuelve a mí los ojos para socorrerme.

SECRETA

Te rogamos, Señor, nos purifiques en virtud del presente sacrificio; y hagas, por tu misericordia, que merezcamos participar de él. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios.

COMUNIÓN

Me acordaré, Señor, de sola tu justicia. Tú fuiste mi maestro, ¡oh Dios!, desde mi juventud; hasta la vejez y decrepitud no me desampares, Dios mío.

POSCOMUNIÓN

Te rogamos, Señor, purifiques benigno nuestras almas y las renueves con los sacramentos celestiales, a fin de recibir para nuestros cuerpos asistencia al presente y en el futuro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Decima Sexta Post Pentecosten

II Classis

Introitus: Ps. lxxxv: 3 et 5

Miserére mihi, Dómine, quóniam ad te clamávi tota die: quia tu, Dómine suávis ac mitis es, et copiósus in misericórdia ómnibus invocántibus te. [Ps. ibid., 1]. Inclína, Dómine, aurem tuam mihi, et exáudi me: quóniam inops, et pauper sum ego. Glória Patri. Miserére mihi.

Collect:

Tua nos, quǽsumus, Dómine, grátia semper et prævéniat et sequátur: ac bonis opéribus júgiter præstet esse inténtos. Per Dóminum.

ad Ephes. iii: 13-21

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Ephésios

.
Fratres: Obsecro vos, ne deficiátis in tribulatiónibus meis pro vobis quae est gloria vestra. Hujus rei grátia flecto genua mea ad Patrem Dómini nostri Jesu Christi, ex quo omnis patérnitas in caelis et in terra nominátur, ut det vobis secúndum divítias glóriæ suæ, virtúte corroborári per Spíritum eius in interióre hóminem, Christum habitáre per fidem in córdibus vestris: in caritáte, radicáti, et fundáti, ut possitis comprehéndere cum ómnibus sanctis, quæ sit latitúdo et longitúdo et sublímitas, et profúndum: scire étiam supereminéntem sciéntiæ caritátem Christi, ut impleámini in omnem plenitúdinem Dei. Ei autem qui potens est ómnia fácere superabundánter quam pétimus, aut intellígimus, secúndum virtútem quæ operátur in nobis: ipsi glória in Ecclésia, et in Christo Jesu, in omnes generatiónes sǽculi sæculórum. Amen

Graduale Ps. ci: 16-17

Timébunt gentes nomen tuum, Dómine, et omnes reges terræ glóriam tuum. V. Quóniam ædificávit Dóminus Sion, et vidébitur in majestáte sua.

Allelúja, allelúja. [Ps. xcvii] Cantáte Dómino cánticum novum: quia mirabília fecit Dóminus. Allelúja.

Luc. xiv: 1-11

    +    Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam.


In illo témpore:.cum intráret Jesus in domum cujúsdam príncipis pharisæórum sábbato manducáre panem, et ipsi observábant eum. Et ecce homo quidam hydrópicus erat ante illum. Et respóndens Jesus dixit ad legisperítos et pharisæos dicens si «licet sábbato curáre?» At illi tacuérunt. Ipse vero adprehénsum sanávit eum, ac dimísit. Et respóndens ad illos, dixit: «Cujus vestrum ásinus, aut bos in púteum cadet, et non contínuo éxtrahet illum die sábbati?» Et non póterant ad hæc respondére illi. Dicébat autem et ad invitátos parábolam, inténdens quómodo primos accúbitus elígerent, dicens ad illos: «Cum invitátus fúeris ad nuptias, non discúmbas in primo loco, ne forte honorátior te sit invitátus ab illo, et veniens is, qui te, et illum vocávit, dicat tibi: ‘Da huic locum,’ et tunc incípias cum rubóre novíssimum locum tenére. Sed cum vocátus fúeris, vade, recúmbe in novíssimo loco: ut, cum vénerit qui te invitávit, dicat tibi: ‘Amice, ascénde supérius.’ Tunc erit tibi glória coram simul discumbéntibus: quia omnis qui se exáltat humiliábitur: et qui se humíliat exaltábitur.»

Offertorium: Ps. xxxix: 14 et 15.

Dómine, in auxílliam meum réspice: confundántur et revereántur, qui quærunt ánimam meam, ut áuferant eam: Dómine in auxílliam meum réspice.

Secreta:

Munda nos, quǽsumus, Dómine, sacrifícii præséntibus efféctu: et pérfice miserátus in nobis; ut ejus mereámur esse partícipes. Per Dóminum. 

Communio: Ps. lxx: 16-17 et 18

Dómine, memorábor justítiæ tuæ solíus: Deus, docuísti me a juventúte mea: et usque in senéctam et sénium, Deus, ne derelínquas me.

Postcommunio:

Purifica, quǽsumus, Dómine, mentes nostras benígnus, et rénova cæléstibus sacraméntis: ut consequéntur et córporum præsens páriter, et futúrum capiámus auxílium. Per Dóminum.

Temporas de otoño

LAS CUATRO TEMPORAS.-

Las cuatro témporas están en uso en la Iglesia romana desde el siglo IV o V, y de ella pasaron poco a poco a las iglesias de otros países, hasta imponerse definitivamente. Son cuatro semanas, pero no completas, sino al estilo antiguo, dedicadas al ayuno, a la abstinencia y a la oración, con ocasión de las cuatro estaciones del año, a saber: primavera, verano, otoño e invierno; para dar gracias a Dios por las cosechas recibidas, ofreciéndole las primicias, y para pedirle sus bendiciones sobre las venideras. Es una manera práctica de reconocer y adorar la Divina Providencia, de la que todas las criaturas estamos pendientes para recibir el alimento en los tiempos convenientes. Bien comprendidas y bien celebradas, bastarían ellas para curar al mundo del afán de lucro y de la excesiva ansiedad por la comida, por la bebida y por el vestido que devora y saca de quicio a los mortales.

Primitivamente sólo eran tres las témporas: las del cuarto mes (verano), las del séptimo (otoño) y las del décimo (invierno), pues las del primero (primavera), las suplía el ayuno cuaresmal.

Hay autores que demuestran con bastantes argumentos294 que las cuatro témporas son la transformación de las fiestas, o mejor, de las ferias paganas (ferias de la sementera, de la cosecha y de la vendimia), celebradas en sus respectivas estaciones para granjearse el favor de los dioses.

Los días consagrados por las cuatro témporas son: el miércoles, el viernes y el sábado, los únicos días, con el domingo, de la semana litúrgica primitiva. Los tres cuentan con Misa propia, adecuada a las circunstancias. La del miércoles tiene una profecía, además de la epístola habitual, y la del sábado, cinco. El sábado está ahora destinado a las ordenaciones mayores y menores, si bien antiguamente las del diácono y sacerdote se reservaban para las de diciembre. Por su carácter de penitencia, por su liturgia especial y por los fines por los cuales han sido instituidas y se celebran, las cuatro témporas son como triduos de retiro espiritual al alcance de todos los cristianos. ¿Por qué el pueblo cristiano no las ha de aprovechar para renovar su fervor?

Para recordar las fechas de las cuatro témporas, reténgase esta frase mnemotécnica:

Post Cen., Post Pen., Post Cru., Post Lu.,

que quiere decir que caen: después de Ceniza, después de Pentecostés, después de la Santa Cruz (que es el 14 de septiembre) y después de Santa Lucía (el 13 de diciembre).

La flor de la liturgia, Dom André Azcarate OSB

LA SANTIFICACIÓN DE LAS ESTACIONES.

Por cuarta vez en el año pide la Santa Madre Iglesia a sus hijos el tributo de penitencia ordenado a santificar las estaciones. Las noticias históricas relativas a la institución de las Cuatro Témporas se encontrarán los miércoles de la tercera semana de Adviento y primera de Cuaresma; esos mismos días recordábamos las intenciones con que deben cumplir los cristianos todos los años esta obra del servicio que deben a Dios.

El invierno, la primavera y el verano, señalados en su comienzo por la abstinencia y el ayuno, nos han hecho sentir sucesivamente en los meses de que constan, las bendiciones del cielo; el otoño recoge los frutos que la misericordia divina, aplacada por las satisfacciones de los hombres pecadores, ha hecho germinar en el seno de la tierra maldita1. La semilla preciosa, que confiada a la tierra en el tiempo de las escarchas, se abrió camino en el suelo al llegar los días primaverales, después de anunciada la Pascua, dió a los campos el ornato florido que les convenía para asociarse al triunfo del Señor; luego, figura exacta de lo que entonces debían ser nuestras almas influenciadas por los ardores del Espíritu Santo, creció su tallo al influjo de un sol de fuego y se convirtió en dorada espiga que prometía el ciento por uno al labrador, y éste la segó con alegría; y ahora, amontonadas ya las gavillas en los graneros del padre de familia, invitan al hombre a levantar su pensamiento hacia Dios, de quien derivan todos estos bienes. Nadie diga como el rico del Evangelio después de una cosecha abundante: «¡Alma mía, ahi tienes gran cantidad de bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, regálate!» Pues Dios, añade el Evangelio, le dijo: «¡Necio!, esta misma noche te pedirán el alma, y lo que has amontonado, ¿para quién será?». En cuanto a nosotros, si queremos ser verdaderamente ricos según Dios y merecer su ayuda en la conservación y no menos en la producción de los frutos de la tierra, empleemos al comienzo de esta nueva estación los mismos medios de penitencia que tan útiles nos fueron ya por tres veces. Además, es un mandamiento formal de la Iglesia que obliga con pena de pecado grave a todo el que no está dispensado legítimamente de la abstinencia y del ayuno en estos tres días.

APRECIO DE LA PENITENCIA DE LA IGLESIA. —

Ya probamos antes como el cristiano que desea avanzar por los caminos de la perfección, se debe imponer voluntariamente algunas penitencias a que, hablando con todo rigor, no estaría obligado. Pero en esta materia, como en otra cualquiera, la obra privada no alcanza nunca el mérito ni la eficacia de la acción pública, ya que la Iglesia reviste las obras de penitencia cumplidas en su nombre en la unidad del cuerpo social, de la misma dignidad y del valor propiciatorio que, por ser la Esposa, tienen todos sus actos. A San León le gustaba insistir sobre esta noción fundamental del ascetismo cristiano, en los discursos que dirigía al pueblo de Roma con ocasión del ayuno del séptimo mes. «Bien que pueda cada cual, dice, castigar su cuerpo con penas voluntarias y frenar unas veces con suavidad y otras más duramente sus apetitos carnales, que batallan contra el espíritu, con todo eso es necesario que en ciertos días celebremos todos un ayuno general. La devoción es más eficaz y más santa cuando en las obras de piedad se une toda la Iglesia con un solo espíritu y una sola alma. Todo lo que tiene naturaleza de cosa pública es, en efecto, preferible a lo privado, por lo cual fácilmente se comprende que se trata de un interés mayor cuando se solicita el celo de todos.

«La observancia particular del cristiano no afloje en nada su fervor; cada cual, implorando la ayuda de la protección divina, se revista, aunque sea en privado, de la celeste armadura contra las asechanzas de los espíritus malignos. Pero el soldado de la Iglesia, aunque pueda portarse valientemente en los combates particulares, luchará con más seguridad y más éxito ocupando su puesto oficial en la milicia de la salvación; sostenga, pues, la guerra universal en compañía de sus hermanos, y debajo de las órdenes del Rey invencible».

Otro año, y en estos mismos días, el santo Papa y Doctor insistía más enérgica y más extensamente sobre estas consideraciones, que nunca se recordarán bastante dada la propensión individualista de la piedad moderna. No pudiendo extractar sino unos cuantos pensamientos, remitimos al lector a la colección de sus admirables discursos. «La observancia ordenada de arriba, dice, está siempre por encima de las prácticas que hace uno por impulso personal, cuales quiera que ellas sean; la ley pública hace más sagrada la acción que podría hacerla un reglamento particular. El ejercicio de mortificación que cada cual hace a su arbitrio, no mira, en efecto, más que a una parte y a un miembro; por el contrario, el ayuno que emprende toda la Iglesia, a nadie excluye de la purificación general; entonces el pueblo de Dios llega a ser omnipotente, cuando se juntan los corazones de todos los fieles en la unidad de la santa obediencia y son por doquier semejantes las disposiciones en el campo del ejército cristiano, y la defensa en todas partes la misma.

He aquí pues, carísimos míos, que hoy el ayuno solemne del séptimo mes nos invita a cobijarnos al amparo de esta invencible unidad. Levantemos a Dios nuestros corazones; quitemos algo a la vida presente para acrecentar nuestros bienes eternos.

Dom Gueranguer. El año Litúrgico, témporas de otoño.