Santos del 17 al 23 de octubre

17 DE OCTUBRE: SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE

Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor.

Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino.

Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia.

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA

Pedro, nacido de padres nobles en Alcántara, España, mostró desde niño indicios de su santidad. A los 16 años ingresó en la Orden de Frailes Menores, siendo un modelo de las virtudes. Ejerció por obediencia el ministerio de la predicación, conduciendo a muchos cristianos de los desórdenes del vicio a la penitencia. Deseoso de restablecer en la pureza la primitiva observancia del Instituto franciscano, para lo cual confiaba en el auxilio divino y contaba con la aprobación de la autoridad apostólica, fundó cerca de Pedrosa un pequeño convento muy pobre, donde inauguró un método de vida austerísimo, que se propagó en grado admirable por diversas regiones de España, y en las Indias. Ayudó a Santa Teresa, cuyo espíritu había probado, a establecer la reforma del Carmelo. Habiendo sabido esta santa por revelación divina que lo que pidiera en nombre de Pedro le sería otorgado, acostumbraba a encomendarse a sus oraciones y darle, aun en vida, el nombre de santo.

Con la mayor humildad se substraía a los favores de los príncipes, que le consultaban, y rehusó ser el confesor de Carlos V. Observante estricto de la pobreza, se contentaba con una sola túnica, la peor de todas. Era tan delicado respecto a la pureza, que no permitió que el hermano que le servía en su última enfermedad le tocara. Redujo su cuerpo a servidumbre por sus continuas vigilias, ayunos y disciplinas, así como por el frío, la desnudez y toda clase de rigores, habiendo hecho pacto con él de no darle reposo en este mundo. El amor de Dios y del prójimo de que su corazón estaba lleno, llegaba a veces a inflamarle en tan vivos ardores, que le obligaban a salir de su celda a campo raso, para mitigar con el frescor del aire el fuego que le consumía.

Levantado a un grado tan alto de contemplación, su alma se alimentaba de tal manera en ella, que le aconteció alguna vez pasar varios días sin tomar ningún alimento ni bebida. Se le vio con frecuencia elevado en el aire con singular resplandor. Atravesó a pie ríos caudalosos. En una época de gran carestía, alimentó a sus hermanos con un alimento celestial. En otra ocasión, de un bastón que clavó en el suelo brotó una verde higuera; y en una noche en que, yendo de camino, entró en una casucha arruinada y desprovista de techo, la nieve se mantuvo suspendida en el aire, sirviéndole de techo, librándole de sucumbir bajo su peso. Santa Teresa atestigua que tenía el don de profecía y del discernimiento de espíritus. Por último, en la hora por él predicha, confortado por una visión y por la presencia de algunos santos, voló a reunirse con el Señor, a los 63 años. En ese mismo momento, Santa Teresa, que se encontraba en lugar lejano, vio cómo era llevado al cielo. Apareciósele enseguida, exclamando: Oh bienaventurada penitencia, que me ha valido una gloria tan grande. Célebre por los muchos milagros obrados tras su muerte, fue canonizado por Clemente IX.

20 DE OCTUBRE: SAN JUAN CANCIO.

Nació Juan en Kenty, diócesis de Cracovia, de donde le provino el sobrenombre de Cancio. Sus padres, Estanislao y Ana, eran piadosos y honorables. Su gravedad, dulzura e inocencia, hicieron esperar, ya desde su infancia, el elevado grado de virtud que alcanzaría. Después de cursar filosofía y teología en la universidad de Cracovia y de graduarse, fue profesor en la misma muchos años; no contentándose con ilustrar a sus oyentes por medio de las sagradas doctrinas que les explicaba, les enardecía en celo para las obras buenas con la palabra y el ejemplo. Ordenado sacerdote, procuró con diligencia y sin descuidar el estudio, adelantar en la perfección cristiana. Deploraba las ofensas de que Dios era objeto, por lo cual trataba de desviar la cólera divina de sí y del pueblo, celebrando cada día con muchas lágrimas el sacrificio de la Misa. Gobernó ejemplarmente la parroquia de Ilkusi, pero la turbación que le causaba el ver las almas en peligro, le movió a abandonarla para reintegrarse a la enseñanza, invitado por la Academia.

Del tiempo que le dejaba libre el estudio, consagraba una parte a trabajar por la salvación del prójimo por la predicación, y lo restante a la oración, en la cual, según se refiere, tuvo algunas veces visiones y comunicaciones celestiales. El pensamiento de la Pasión de Cristo le conmovía tanto, que pasaba noches enteras en su meditación, y que emprendió para familiarizarse más con ella una peregrinación a Jerusalén. Allí, deseando el martirio, no vaciló en predicar a Cristo crucificado aun a musulmanes. Cuatro veces viajó a Roma al sepulcro de los santos Apóstoles, viajando a pie y cargado él mismo con todo su equipaje. Iba allí a venerar la Sede Apostólica, de la cual era muy devoto, y para abreviar, según decía, las penas de su purgatorio con la remisión de los pecados ofrecida allí todos los días a los fieles. En un viaje le despojaron de todo, y al preguntarle si llevaba algo más, respondió negativamente; pero recordando, cuando ya huían los ladrones que le quedaban algunas monedas de oro cosidas al manto, les llamó para ofrecérselas; admirados de tanta simplicidad, le devolvieron todo cuanto le habían robado. Para que nadie lastimase la reputación del prójimo, grabó sobre el muro de su habitación, como San Agustín, unos versos que constituyeran una advertencia para sí y para los visitantes. Alimentaba a los hambrientos con manjares de su mesa, y vestía a los desnudos, no sólo con las ropas que les compraba, sino despojándose a veces de sus propios vestidos y calzado. Dejaba entonces caer su manto hasta el suelo para que nadie le viera llegar descalzo.

Dormía poco y en el suelo; por vestido y sustento usaba sólo lo imprescindible para cubrir el cuerpo y sostener sus fuerzas. Protegió su virginidad, cual lirio entre abrojos, con un áspero cilicio, ayunos y disciplinas; guardó los treinta y cinco años últimos de su vida, una abstinencia de carnes. Por último, lleno de méritos y anciano, después de haberse preparado cuidadosamente para la muerte, cuya proximidad sentía, distribuyó todo cuanto le quedaba entre los pobres, para romper todo lazo con este mundo. Y llegada la vigilia de Navidad, confortado con los sacramentos de la Iglesia y deseando reunirse con Cristo, aquel hombre ilustre por los milagros que obró en vida y después de su muerte, voló al cielo. Así que hubo entregado su alma, lleváronle a la iglesia de Santa Ana, vecina de la Universidad, donde fue sepultado honoríficamente. Aumentando de día en día la veneración hacia él y la afluencia de fieles a su sepulcro, en Polonia y Lituania se le venera como a uno de sus principales patronos. En vista de los nuevos milagros que vinieron a aumentar su gloria, el papa Clemente XIII, en el día 17º de las calendas de agosto del año 1767, le canonizó.

21 DE OCTUBRE: SAN HILARIO.

Hilarión, hijo de padres infieles, nacido en Tabatha (Palestina), fue enviado para sus estudios a Alejandría, donde se distinguió por su virtud y talento. Habiendo abrazado la religión cristiana, progresó admirablemente en la fe y en la caridad. Asistía con frecuencia a la iglesia, era asiduo en la oración y en el ayuno, y despreciaba todos los alicientes de la voluptuosidad y la ambición de los bienes. Era a la sazón muy célebre en Egipto el nombre de San Antonio; y deseoso Hilarión de verle, se dirigió al desierto, pasando en su compañía dos meses, durante los cuales estudió su género de vida. De vuelta a su casa, y habiendo muerto sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres. No había cumplido aún los 15 años cuando volvió al desierto, haciendo allí una cabaña en la que apenas cabía, y en ella dormía en el suelo. Nunca quiso lavar o cambiar el saco que le cubría, ya que decía que es cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio. Dedicaba largo tiempo a leer y meditar las sagradas Letras. Se alimentaba con unos pocos higos y con el jugo de las hierbas, y sólo después de la puesta del sol. Su castidad y humildad eran perfectas. Con éstas y otras virtudes venció multitud de tentaciones del diablo, y arrojó los demonios de los cuerpos de muchas personas de distintas partes del mundo. Tras haber construido varios monasterios y siendo célebre por sus muchos milagros, cayó enfermo a la edad de 80 años. Cuando mayor era la violencia del mal, exclamaba: Sal, alma mía, ¿qué te acobarda?, ¿por qué vacilas? Casi setenta años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes morir? Con estas palabras, expiró.

Del Breviario Romano

7 de octubre: Santisima Virgen del Rosario

Cuando la impía herejía Albigense se extendía por la región de Tolosa, arraigando cada vez más profundamente, Santo Domingo, que acababa de fundar la Orden de Predicadores, se consagró a extirparla. Para conseguirlo con mayor eficacia, imploró con asiduas oraciones el auxilio de la Santísima Virgen, cuyo honor atacaban los impúdicos herejes, y a quien se ha dado poder para destruir todas las herejías en el mundo. Y habiéndole recomendado la Virgen (según atestigua la tradición), que predicara a los pueblos el Rosario, como singular auxilio contra las herejías y los vicios, lo hizo con fervor y gran éxito. El Rosario es una forma especial de oración que consta de quince decenas de Avemarías, separada una decena de la otra por la Oración dominical, y cada una de las cuales presenta a nuestras meditaciones uno de los principales misterios de nuestra Redención. Así, pues, a Santo Domingo fue debida en aquellos días la divulgación y la propagación de aquella fórmula piadosa de plegaria. Y que él hubiese sido quien la instituyó, lo han afirmado con frecuencia los Papas en sus letras apostólicas.

Al Rosario hay que atribuir muchísimos favores obtenidos por el pueblo cristiano, entre los cuales es justo mencionar la victoria que el Papa San Pío V y los príncipes cristianos, enardecidos por sus exhortaciones, obtuvieron en el golfo de Lepanto sobre el poderosísimo tirano turco. Y en efecto; siendo el día en que se alcanzó esta victoria el mismo en que las cofradías del santísimo Rosario del mundo dirigen a María sus oraciones, a estas plegarias se atribuyó aquel triunfo. Así lo reconoció el Papa Gregorio XIII, el cual, para que en memoria de tan señalado beneficio se tributaran perennes acciones de gracias a la Santísima Virgen invocada por los fieles bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, concedió que en todas las iglesias en donde hubiese un altar del Rosario se celebrara a perpetuidad un Oficio con rito doble mayor; y otros Pontífices enriquecieron con muchas indulgencias el rezo del Rosario y a las Cofradías de este mismo nombre.

Clemente XI estaba persuadido de que debía atribuirse a esta oración la victoria del año 1716, en el reino de Hungría, sobre el gran ejército de los Turcos, por Carlos VI, emperador de los Romanos, ya que tuvo lugar en el día en que se celebraba la Dedicación de la Virgen de las Nieves, y en la hora en que habían organizado los cofrades del Santísimo Rosario unas solemnes rogativas públicas, con numerosa concurrencia y grandes muestras de devoción; pedían con fervor a los pies del Señor la derrota de los turcos, e imploraban el poderoso auxilio de la Virgen Madre de Dios a favor de los cristianos. Atendidas estas, Clemente XI creyó que debí atribuir a la protección de la Virgen Inmaculada esta victoria, lo mismo que el levantamiento del sitio de la isla de Corfú por los Turcos, ocurrido poco después. Para dejar de este beneficio perpetua memoria y gratitud, extendió a toda la Iglesia, con el mismo rito, la Fiesta del Santísimo Rosario. Benedicto XIII mandó consignar estas gracias en el Breviario Romano. León XIII, en tiempos tan turbulentos para la Iglesia, y ante el despliegue espantoso de males que desde tanto tiempo nos abruman, excitó a los fieles, en varias cartas apostólicas, a la devoción al Rosario de María, en especial que lo rezaran durante el mes de octubre. Elevó esta fiesta a un grado superior; añadió a las Letanías lauretanas la invocación: Reina del sacratísimo Rosario; y concedió a la Iglesia universal un Oficio propio para este día. Honremos sin cesar a la Santísima Madre de Dios con esta devoción que tanto le place; y Ella que tantas veces, al ser invocada con confianza por los fieles de Cristo mediante el Rosario, nos ha conseguido ver humillados a nuestros enemigos de la tierra, nos obtendrá el triunfo sobre los del infierno.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 3 al 9 de octubre

3 DE OCTUBRE: SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS

Teresa del Niño Jesús nació en Alencón, Francia, de padres que se distinguían por su singular piedad para con Dios. Prevenida por el Espíritu Santo, concibió desde niña el deseo de abrazar la vida religiosa; y prometió a Dios no negarle nada de cuanto le pareciera que Él le pedía; promesa que se esforzó en guardar hasta la hora de la muerte. Huérfana con sólo cinco años, se confió a la divina Providencia, bajo la vigilancia de su padre y de sus hermanas mayores; y con tales maestros, adelantó muy rápido por el camino de la perfección. A los nueve años, fue educada por las benedictinas de Lisieux; durante ese tiempo destacó en el conocimiento de las cosas divinas. A los diez años, sufrió una grave y misteriosa enfermedad, de la cual se vio libre, según refiere ella misma, gracias al auxilio de la Santísima Virgen, que se le apareció sonriente durante una novena dedicada a la advocación de Nuestra Señora de las Victorias. Con su espíritu lleno de fervor, se preparó con esmero para participar en el sagrado convite en que Jesucristo se da como alimento de nuestras almas.

Recibida la primera comunión, se manifestó en ella un hambre insaciable de este celestial alimento. Como inspirada, pedía a Jesús le trocara en amarguras todas las mundanas consolaciones. Y ardiendo en amor hacia nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, no deseó en adelante otra cosa que ingresar en la Orden de las Carmelitas Descalzas, para poder, mediante su inmolación y sacrificios, venir en ayuda de los sacerdotes, los misioneros y de toda la Iglesia, y ganar muchas almas para Jesucristo, cosa que más tarde, próxima a morir, prometió seguir haciendo cuando se hallara cerca de Dios. Tuvo grandes dificultades para entrar en la vida religiosa, debido a su juventud, pero consiguió vencerlas con increíble fortaleza, y tuvo la dicha de entrar a los quince años en el Carmelo de Lisieux. Allí obró Dios admirables cosas en el corazón de Teresa, la cual, imitando la vida oculta de la Virgen María, produjo como fértil jardín las flores de todas las virtudes, y principalmente la de una eminente caridad para con Dios y con el prójimo.

Al leer en las Sagradas Escrituras esta invitación: El que sea pequeño, que venga a mí, deseando agradar más a Dios, quiso hacerse pequeña según el espíritu, y con una confianza del todo filial, se entregó para siempre a Dios como al más amante de los padres. Y este camino de la infancia espiritual, según la doctrina del Evangelio, lo enseñó a los demás, especialmente a las novicias, de cuya formación en las virtudes religiosas hubo de encargarse por obediencia; y de esta manera, llena de celo apostólico, mostró a un mundo henchido de soberbia y amador de la vanidad, el camino de la sencillez evangélica. Jesús, su Esposo, la enardeció con deseos de sufrir en el alma y en el cuerpo. Viendo, con gran dolor, que el amor de Dios es olvidado en todas partes, dos años antes de morir se ofreció como víctima al amor misericordioso de Dios. Se sintió, entonces, herida por una llama de celestes ardores. Por último, consumida por el amor, arrebatada y exclamando con gran fervor: ¡Oh Dios mío, yo os amo!, voló al encuentro del Esposo, el 30 de septiembre de 1897 a la edad de 24 años. La promesa que hizo al morir, de dejar caer sobre la tierra, a partir de su entrada en el cielo, una perpetua lluvia de rosas, la ha cumplido, y sigue cumpliéndola, con innumerables milagros. Por esto el Papa Pío XI la inscribió entre las Vírgenes Beatas, y dos años más tarde, con ocasión del gran Jubileo, la canonizó, declarándola especial Patrona de todos los misioneros.

4 DE OCTUBRE: SAN FRANCISCO DE ASIS

Francisco, natural de Asís, Umbría, se dedicó desde joven, a ejemplo de su padre, a ejercer el comercio. Un día en que, contra su costumbre, rechazó a un pobre que le pedía limosna por amor de Cristo, concibió tal contrición que le socorrió con largueza, y prometió a Dios no negar desde entonces a nadie la limosna que le pidiesen. Contrajo luego una grave enfermedad, y apenas restablecido, comenzó a entregarse con ardor a la práctica de la caridad, en cuyo ejercicio aprovechó tanto, que por amor a la perfección evangélica entregaba a los pobres cuanto poseía. Indignado su padre por este proceder, le llevó ante el obispo de Asís para que, ante él, renunciara a su patrimonio. Francisco renunció a todo; hasta a sus vestidos, de los cuales se despojó, diciendo que en adelante podría exclamar con mayor razón: Padre nuestro que estás en los cielos.

Un día en que oyó leer este pasaje del Evangelio: “No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, resolvió atenerse a esta regla en adelante. Y así, quitándose su calzado, contentándose con un solo vestido, y juntándose con otros doce compañeros, instituyó la Orden de religiosos Menores. En el año de gracia, 1209, vino a Roma, para que la Sede Apostólica confirmara la regla de dicha Orden. Inocencio III por de pronto rehusó su demanda; pero después de haber visto en sueños al mismo a quien desechara, sosteniendo sobre sus espaldas la basílica de Letrán que amenazaba ruina, mandó ir en busca de Francisco, y en una cordial entrevista aprobó todo el plan de su Instituto. Entonces envió Francisco hermanos por diversas partes del mundo a predicar el Evangelio de Cristo; en cuanto a él, deseoso del martirio, se embarcó en dirección a Siria; allí fue tratado por el Sultán con gran benignidad, pero como no consiguiera sus deseos, regresó a Italia.

Luego de edificar muchas casas de su Orden, se refugió en la soledad del monte Alvernia, donde habiendo comenzado un ayuno de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel, se le apareció, en el día de la Exaltación de la Santa Cruz, un Serafín que, entre sus alas, mostraba la efigie del Crucificado, y que dejó impresas en las manos, pies y costado de Francisco las señales de los clavos. San Buenaventura nos dice que él mismo oyó referir este hecho al papa Alejandro IV en un sermón, como testigo de vista. Estas muestras del inmenso amor que Cristo le tenía, atrajéronle la admiración de todas las gentes. Dos años después, enfermó gravemente, y quiso que le llevaran a la iglesia de Santa María de los Ángeles para entregar su espíritu allí mismo donde Dios le comunicó el espíritu de gracia; y allí, en el día cuarto anterior a las nonas de octubre, después de exhortar a los hermanos a la pobreza, a la paciencia y a la fe en la santa Iglesia romana, exhaló su alma al pronunciar el versículo: Los justos están en expectación hasta que me recompenses, del Salmo: Alcé mi voz para clamar al Señor. Resplandeciendo por sus milagros, fue canonizado por el Papa Gregorio IX.

6 DE OCTUBRE: SAN BRUNO.

Bruno, fundador de la Orden cartujana, nació en Colonia. Desde su infancia dio tales muestras de su futura santidad en la gravedad de su porte y en el cuidado con que se apartaba, ayudado de la divina gracia, de los juegos propios de la edad, que ya podía vislumbrarse en él al futuro padre de los monjes y restaurador de la vida anacorética. Sus padres, ilustres por su prosapia y sus virtudes, le enviaron a París, donde sus progresos en el estudio de la filosofía y de la teología le granjearon el título de doctor en las dos disciplinas; poco después, sus virtudes le merecieron un canonicato en la Iglesia de Reims.

Tras unos años, junto con otros seis compañeros, se propuso renunciar al mundo, presentándose a San Hugo, Obispo de Grenoble; el cual, al conocer la causa de su venida, entendió que los siete habían sido simbolizados por las siete estrellas que en sueños había visto caer a sus pies aquella misma noche, y por ello les cedió unos ásperos montes, llamados Cartujanos, acompañando a Bruno y a sus compañeros a aquel desierto, en donde el santo se ejercitó durante algunos años en la vida eremítica; llamado por Urbano II, que había sido su discípulo, marchó a Roma. Allí, con sus consejos y doctrina ayudó algunos años al Papa en medio de las grandes calamidades que afligían a la Iglesia, hasta que, renunciando al arzobispado de Regio, obtuvo del Papa la licencia de partir.

Bruno pudo entonces, en su amor a la vida solitaria, retirarse a un desierto cerca de Esquilache, Calabria. Y aconteció que yendo de caza Rogelio, conde de aquel país, descubrió por los ladridos de los perros la cueva en que Bruno estaba orando, e impresionado por la santidad del anacoreta, empezó a honrar y a favorecer en gran manera a él y a sus discípulos. Esta liberalidad no quedó sin recompensa, pues con ocasión del sitio que el mismo Rogelio puso a Capua, y de la traición que había maquinado contra él uno de sus oficiales llamado Sergio, Bruno, que vivía aún en aquel desierto, le reveló en sueños lo que ocurría, salvando así a su bienhechor de un peligro inminente. Por último, colmado de méritos y de virtudes, e ilustre por su ciencia, murió en el Señor, y fue sepultado en el monasterio de San Esteban, construido por el mismo Rogelio, donde aún hoy recibe los honores del culto.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 26 de septiembre al 2 de octubre

27 DE SEPTIEMBRE: SANTOS COSME Y DAMIAN

Los hermanos Cosme y Damián, originarios de Egea, Arabia, eran médicos distinguidos durante los reinados de Diocleciano y Maximiano. Tanto como por su ciencia médica, curaban con la virtud de Cristo aun aquellas enfermedades incurables. Enterado el prefecto Lisias de su religión, mandó traerlos a su presencia, y les interrogó sobre su género de vida y su profesión de fe; y al declarar ellos que eran cristianos, y que la fe cristiana es necesaria para salvarse, mandó que sacrificaran a los dioses, amenazándolos con tormento y a una cruel muerte si se negaban a hacerlo.

Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, dijo: Atadles de pies y manos, y aplicadles los más terribles suplicios. Cumplidas estas órdenes, Cosme y Damián persistieron en sus negativas. Entonces los arrojaron con los pies atados al mar, que los devolvió sanos y y libres de sus ataduras, prodigio que el prefecto atribuyó a sus artes mágicas, por lo cual mandó encarcelarlos. Al día siguiente los sacó de la prisión y los echó a una pira ardiente, cuyas llamas se desviaron de ellos. Tras de haberles hecho atormentar cruelmente con otros suplicios, mandó que murieran a hachazos. Así, confesando a Jesucristo, obtuvieron ambos la palma del martirio.

28 DE SEPTIEMBRE: SAN WENCESLAO

Gobernó éste su reino mostrando en el desempeño de la autoridad más bondad que rigor. Era tal su caridad para con los huérfanos, viudas e indigentes, que en ocasiones llevaba, sobre sus hombros, la leña a los menesterosos; asistía a sus entierros, libraba a los cautivos, visitaba a los presos, aun en noches tempestuosas, y les socorría con sus limosnas y consejos; sentía amargura cuando se veía obligado a firmar una sentencia de muerte, aun para un culpable. Veneraba a los sacerdotes, y él mismo sembraba el trigo y exprimía las uvas para la materia de la Misa. Visitaba de noche las iglesias, descalzo sobre la nieve, y dejando después marcadas las huellas sangrientas de sus plantas.

Los ángeles custodiaban su cuerpo; pues, un día en que iba a luchar contra Radislao, duque de Gurima, por exigirlo así la salvación de los suyos, se vieron a unos ángeles que le daban armas y decían al adversario: “No le hieras”. Aterrorizado su enemigo, se echó a sus pies demandando gracia. En otra ocasión, de viaje en Alemania, vio el emperador, al acercarse Wenceslao, a dos ángeles que le imponían una cruz de oro. Levantándose, pues, del trono, le abrazó, le revistió con las insignias reales y le donó el brazo de San Vito. Pero el impío Boleslao, instigado por su madre, luego de haberle convidado a su mesa, fue con sus cómplices al templo donde oraba el santo, conocedor de la muerte que le preparaban. Su sangre salpicó las paredes; aún se distinguen vestigios de ella. Pero Dios vengó la muerte del santo, ya que la tierra tragó a la desnaturalizada madre y los asesinos perecieron miserablemente de diversas maneras.

DIA 30 DE SEPTIEMBRE: SAN JERONIMO.

Jerónimo, hijo de Eusebio, nació en Stridón (Dalmacia) en tiempo del emperador Constancio, y fue bautizado de adolescente en Roma, e instruido en las ciencias liberales en la escuela de Donato y de otros sabios. Por el deseo de conocimientos recorrió las Galias, teniendo relación con algunos varones versados en las Sagradas Escrituras, y transcribió varios de sus libros. Luego fue a Grecia donde, estando ya instruido en filosofía y retórica, se perfeccionó más con la amistad de ilustres teólogos. Fue discípulo predilecto de Gregorio Nazianceno, en Constantinopla, al cual debe, según propia confesión, su ciencia escriturística. Visitó luego, por devoción, los lugares de la infancia de nuestro Señor Jesucristo, y toda la Palestina. Este viaje le puso en relación con hebreos eruditos, sirviéndole de mucho, según él declara, para penetrar en el sentido de la sagrada Escritura.

Se retiró después a un desierto de Siria, dedicándose cuatro años al estudio de los libros sagrados y a meditar sobre la felicidad del cielo, mortificándose con abstinencias y maceraciones corporales y derramando lágrimas. Ordenado sacerdote por Paulino, Obispo de Antioquía, pasó a Roma, para tratar con el Papa Dámaso de las diferencias habidas entre algunos obispos de Paulino y Epifanio, y fue secretario del Papa en su correspondencia. Deseoso de volver a la soledad, regresó a Palestina, donde en el monasterio fundado en Belén, donde nació nuestro Señor Jesucristo, por Paula, noble matrona romana, adoptó un género de vida celestial. A pesar de las varias enfermedades y dolencias que le afligían, se sobreponía, entregándose a devotas ocupaciones y a la lectura y a la composición de sus escritos.

Acudían a él de todos los lugares, para la explicación de las cuestiones relativas a las sagradas Escrituras. Le consultaban con frecuencia sobre los pasajes más difíciles de los Libros sagrados el Papa Dámaso y San Agustín, fiados en su erudición, y en su dominio del latín, del griego, del hebreo y del caldeo, y en el conocimiento que tenía por sus lecturas, según atestigua San Agustín, de las obras de casi todos los escritores. Combatió a los herejes con escritos enérgicos, y se atrajo siempre el favor de los fervientes ortodoxos. Tradujo el Antiguo Testamento del hebreo al latín; corrigió, por orden de Dámaso, el Nuevo Testamento conforme a los manuscritos griegos, y comentó parte del mismo. Vertió al latín los escritos de multitud de sabios, e ilustró las ciencias cristianas con otras obras suyas. Llegado a una edad muy avanzada, siendo ilustre por su santidad y sabiduría, voló al cielo, en tiempo de Honorio. Sepultado primero en Belén, fue después trasladado a Roma, a la basílica de Santa María la Mayor.

                                                                           Del Breviario Romano

Algunos Santos de la semana del 19 al 25 de septiembre

21 DE SEPTIEMBRE: SAN MATEO

Mateo, llamado también Leví, Apóstol y Evangelista, fue llamado por el Señor mientras estaba sentado en su oficina de Cafarnaúm, y le siguió al instante. Le obsequió con un convite, yendo también los demás discípulos. Después de la resurrección de Cristo, y antes de salir de Judea para ir a predicar en la región asignada, escribió en Judea el Evangelio de Jesucristo, en hebreo, para los judíos convertidos, siendo el primero entre los evangelistas. Luego fue a Etiopía, y anunció el Evangelio.

Hay que mencionar en primer lugar la resurrección de la hija del rey, por lo cual se convirtieron a la fe cristiana el rey, su esposa y toda la provincia. A la muerte del rey, su sucesor Hirtaco quería desposarse con la princesa Ifigenia, de sangre real; pero como ésta había hecho voto de virginidad, por consejo de Mateo, y perseveró en su propósito, mandó matar al Apóstol al pie del altar donde estaba celebrando los santos misterios. La gloria del martirio coronó su carrera apostólica el día undécimo de las calendas de octubre. Su cuerpo se trasladó a Salerno, y siendo Papa Gregorio VII, a la iglesia dedicada a su nombre, donde es objeto de la devota veneración.

22  DE SEPTIEMBRE: SANTO TOMAS DE VILLANUEVA

Nació Tomás en el pueblo de Fuentellana, diócesis de Toledo, en España, en 1448, de una familia distinguida. Desde la infancia se destacó por la compasión y misericordia hacia los pobres; ya en su niñez dio repetidas pruebas, entre las que cabe mencionarse el hecho de despojarse más de una vez de sus vestidos para cubrir a los desnudos. De joven fue enviado al colegio mayor de San Ildefonso, en Alcalá, para el estudio de las letras. Con motivo de la muerte de su padre, volvió a casa, y dedicó toda su herencia al sostenimiento de las doncellas indigentes. Volvió luego a Alcalá, donde, terminados sus estudios de teología, en los que sobresalió, obligado ocupó una cátedra de la Universidad, en la que explicó con gran éxito cuestiones filosóficas y teológicas. Pedía a Dios, a la vez, que le instruyera en la ciencia de los santos y le inspirara una regla para dirigir su vida y costumbres. Por vocación divina, abrazó el Instituto de los Ermitaños de S. Agustín.

Hecha su profesión religiosa, se señaló por las virtudes y cualidades propias, por su humildad, paciencia, continencia y por su ardiente caridad. Entre las múltiples ocupaciones, mantuvo siempre su espíritu dedicado a la oración y a la contemplación de las cosas divinas. Obligado a aceptar la carga de la predicación, impuesta en vista de su santidad y sabiduría, logró apartar, con la gracia de Dios, a muchos pecadores del vicio conduciéndolos al camino de la salvación. Siendo superior de sus hermanos, supo juntar la prudencia, la justicia y la mansedumbre, con la solicitud y la severidad, restableciendo la antigua disciplina en multitud de casos.

Designado para el arzobispado de Granada, cargo que rechazó con porfía y mucha humildad, se vio obligado por orden de sus superiores a aceptar, un poco después, el de Valencia, rigiéndolo cerca de 11 años, cumpliendo los deberes de vigilante pastor, sin cambiar nada de su género de vida, y prodigando a los pobres las cuantiosas rentas de la Iglesia, no guardando para sí ni siquiera el lecho; ya que, en efecto, el que ocupaba en el momento de llamarle Jesucristo al cielo, se lo había prestado un indigente, a quien lo había dado poco antes de limosna. Durmiose en el Señor el día sexto de los idus de septiembre, a los 78 años. Quiso Dios poner de manifiesto la santidad de su siervo con milagros durante su vida y después de su muerte. Así, un granero cuyo trigo había sido distribuido entre los pobres, se llenó de súbito y un niño muerto recobró la vida junto al sepulcro del santo. En vista de estos milagros y otros muchos con que fue glorificado, el sumo Pontífice Alejandro VII lo inscribió en el número de los Santos.

23 DE SEPTIEMBRE: SAN LINO.

El Papa Lino, natural de Volterra, Toscana, fue el primero que después de San Pedro gobernó la Iglesia. Eran tan grandes su fe y santidad, que arrojaba los demonios e incluso resucitaba a los muertos. Relató por escrito los hechos de S. Pedro y lo que hizo contra Simón Mago. Decretó que ninguna mujer entrara en la iglesia sino con la cabeza velada. Por su constancia en la fe cristiana, fue decapitado por orden del cónsul Saturnino, monstruo de impiedad e ingratitud, a cuya hija había el santo librado de la obsesión diabólica. Fue sepultado en el Vaticano, cerca de la tumba de S. Pedro, el día nono de las calendas de octubre. Gobernó 11 años, 2 meses y 23 días, y en dos veces en el mes de diciembre había consagrado quince obispos y ordenado 18 presbíteros.

                                      Del Breviario Romano

Fin del hombre

El hombre tiene doble fin.—

Un fin es inmediato y de esta vida, pero pasajero. Y el otro fin es mediato de la otra vida, y es eterno. Tiene un fin en este mundo y otro fin en el otro. Porque, como veremos, el hombre es inmortal en cuanto al alma. Por eso dice el Catecismo que fue criado para servir a Dios en esta vida y después gozarle en la eterna. Luego tiene dos fines distintos aquí y allí. Sin embargo este fin es en lo principal uno mismo; porque siempre el hombre es para servir a Dios. Para eso son, es cierto, todas las criaturas, pero singularmente el hombre por ser racional. Es, como dicen los teólogos, propiedad esencialísima de toda criatura el ser sierva. Esencialmente, el hombre es siervo de Dios. Y por eso la Virgen decia de si misma: ecce ancilla Domini, “he aquí la sierva del Señor” (Le. 1, 38). Pero la manera de servir y de estar aquí, en esta vida, es diferente de la otra vida. Y también el fin inmediato es diferente del ultimo.

Fin del hombre en esta vida.—

En esta vida el hombre tiene por fin servir a Dios, sin gozar aun de Dios. Es, a saber: conocer, alabar, glorificar y servir a Dios. Conocer la voluntad de Dios y hacerla y, como dice muy bien San Ignacio en su libro de los Ejercicios, alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor. Todas las cosas las cría Dios para que le den gloria; esto es esencial y no puede ser de otro modo. Los seres irracionales le dan gloria manifestando en sus propiedades y esencias los atributos de Dios: su sabiduría, su bondad, su poder, etc., y dando a conocer estas cosas en su modo de ser. Pero el hombre le glorifica mucho mejor, conociendo estas excelencias en las criaturas irracionales y deduciendo de ellas los atributos de Dios: sabiduría, poder, bondad, etc., etc. Gloria es, según San Agustín, “conocimiento claro de una cosa, con alabanza de ella”. De ahi que propiamente solo el hombre puede dar gloria a Dios, porque solo el puede conocerle y alabarle; las demás cosas solo le pueden dar a conocer y así excitar en los racionales el amor. Además, el hombre debe en este mundo y en el otro hacer lo que Dios quiere, pues, como hemos dicho, es siervo suyo y en ningún momento se puede librar de servirle. Y como para servirle tiene los Mandamientos, bien podemos decir que el hombre ha sido criado para guardar los mandamientos, que es lo mismo que servir a Dios y hacer su voluntad.

Objeción: El hombre ha nacido para vivir.—

Algunos dirán que el hombre ha nacido para vivir, para vivir lo mejor que pueda, para adelantar en la vida, para progresar en la vida, para hacer bien aquí a sus semejantes y a la sociedad. Todo eso es verdad, pero no es toda la verdad. Al decir que el hombre ha nacido para glorificar a Dios, para servir a Dios, para hacer la voluntad de Dios, para guardar sus Mandamientos, expresamos su ultimo fin. No queremos decir que no ha nacido para tener aquí buena vida y fomentar los intereses de la tierra y procurar su propia cultura y bien temporal propio y ajeno. Sino que, al contrario, en los Mandamientos y en la voluntad de Dios y en la gloria de Dios entra que el hombre haga bien todo lo de esta vida. Se glorifica a Dios y se cumple su voluntad, cumpliendo sus deberes y ejerciendo la vida natural bien. Pero decimos que el fin último en esta vida es hacer la voluntad de Dios, porque a este fin debe subordinarse todo cuanto hagamos y vivamos; de modo que vivamos y obremos y hagamos todo conforme al servicio de Dios; por donde lo que hagamos conforme a este servicio y Mandamientos de Dios, esta bien hecho; cuanto hagamos en contra de el esta mal hecho y es contrario a nuestro fin y perfección.

Además de nuestro fin próximo en esta vida hay otro ultimo después de ella.—

Pero esta vida es preparación para otra vida, para otro fin ultimo que tenemos después. Se ve claro que no esta aquí el fin del hombre, que no todo acaba con la muerte. Si todo acabase aquí con la muerte, la mayor parte o, mejor dicho, todos los hombres serian verdaderamente desgraciados. Se ve que no hemos sido hechos sólo para las cosas de este mundo, incapaces realmente de satisfacer a nuestro espíritu. Al contrario, cuando son demasiadas y las usamos sin moderación, de ordinario causan enfermedades, desgracias, hastíos, desengaños, hacen infeliz al hombre.

Muchos, además, no pueden tener bienes del mundo, porque son pobres y serian desgraciados si su única felicidad y su único fin consistiese en esto. No puede Dios haber sido tan duro y tan poco sabio. En fin, a tocios nos dejan estos bienes con la muerte, y el alma es inmortal. Dios nos ha puesto en este mundo para que con nuestra persona y con las cosas que nos ha dado para sostenimiento de nuestra persona y ejercicio de nuestra vida, hagamos lo que El aquí nos manda. Y nos promete, si nosotros nos disponemos con nuestra vida para la otra, la felicidad; y nos amenaza, si nosotros no queremos cumplir su voluntad, con el castigo.

Nuestro ultimo fin: la otra vida eterna.—

Dice el Catecismo que el hombre ha sido creado para gozar de Dios en la vida eterna, después de servirle en esta. Y así es. Esta vida es algo buena y mucho mala, como lo sabemos. Y, sin embargo, nosotros sentimos interiormente anhelo de felicidad, de felicidad completa, segura, inmensa, superior a todo lo que se goza en esta vida. Conocernos que somos hechos para algo mas de lo que aquí hay, lo cual siempre nos deja vacíos. Y eso que echamos de menos es la otra vida; Dios nos ha hecho para el cielo. Y a todos, si queremos, si no es por nuestra culpa, nos llevara al cielo. Porque su fin al criarnos fue hacernos dichosos, gozando de El en la otra vida eternamente. Sino que por su providencia dispuso que esta la lográsemos nosotros cumpliendo su voluntad y sirviéndole; y, si no, no.

Que es gozar de Dios en la otra vida.—

Aunque esto habrá que explicarlo otra vez en otros sitios, diremos algo. Gozar de Dios en la otra vida es esencialmente ver y amar a Dios de un modo singular que causa gozo cumplido en el alma humana, sin que ya desee mas, ni sienta vacío ni necesidad de mas; fuera de esto, el Señor dará a la persona humana en aquella nueva vida y estado final otros muchos goces, de tal modo, que nada falte a la perfección y bienestar humanos. Aquí ya se ve que falta mucho. Y no pudiera Dios haber hecho un ser que, sin culpa suya, no lograse al fin todo su complemento. Sin embargo, también en la otra vida el fin del hombre será, como en esta, servir y hacer la voluntad de Dios. La diferencia esta en que aquí esta voluntad de Dios es costosa muchas veces, nos priva de muchos gustos y siempre esta sin la verdadera felicidad; al paso que alli el hacer la voluntad de Dios será muy agradable, porque esta unido con la suma y completa felicidad del hombre. Esta felicidad y goce de Dios, si el Señor no nos hubiera levantado al estado de la gracia, sin merecerlo nosotros, por sola su bondad y gracia, hubiera consistido en un conocimiento muy claro de Dios, sin comparación mejor que en esta vida; y en un amor muy grande, correspondiente a este conocimiento junto todo con una seguridad y posesión del bien sin dolor, ni enfermedad, ni mal de ningún genero. Esto ya hubiera sido muy dichoso; una vida como la de ahora, pero perfecta en todo, sin ninguno de los males que tenemos, y con todos los bienes que podamos desear aquí naturalmente. Esta bienaventuranza creen muchos y graves doctores, y a mi me parece con razón, que tienen los niños que mueren sin el bautismo. Mas elevados primero al estado de gracia en Adán por la bondad de Dios, y luego, cuando este perdió la justicia original para si y para sus hijos, levantados de nuevo por los meritos de Jesucristo, tendremos no solo la bienaventuranza natural que he descrito, sino la gloria; es decir, la visión de Dios, no por conocimiento natural, sino por el conocimiento sobrenatural y como divino, muy superior al otro de que hemos hablado; en virtud del cual veremos a Dios como es en si, directamente, y como El se ve a si mismo, que es el mayor bien, gozo y felicidad que se puede dar al hombre, ni a ninguna criatura. Y conforme a este conocimiento será también el amor: sobrenatural, sumo, divino, como no puede darse mayor ni mas dichoso genero de amor. Esto sin contar los goces accidentales que a los sentidos y potencias Dios dará en la gloria. Esta felicidad y goce será no solo para las almas, sino también para los cuerpos, como se dirá al tratar de la resurrección.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

El Purgatorio

Qué es el purgatorio.—

Elpurgatorio es, según dice Astete, el lugar adonde van las almas de los que mueren en gracia de Dios, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados, para ser allí purificadas non terribles tormentos.

Dos modos de considerar el purgatorio.

El purgatorio puede considerarse o como un estado del alma que es purificada, o como un lugar y sitio destinado a estas purificaciones de las almas. El purgatorio, como estado, es una verdad de fe. Es decir, que es dogma de fe que hay un estado de las almas intermedio entre esta vida y el paraíso de la gloria. Siempre lo han creído así la Iglesia y sus Santos Padres. Tanto, que el mismo Calvino, que negaba la existencia del purgatorio, confesaba que, hasta venir los protestantes, todos los Padres y Doctores de la Iglesia por espacio de mil seiscientos años lo habían así creído. Aunque decía queestaban engañados. Estupenda presunción. La Iglesia ha creído siempre que, además de almas dichosas y condenadas, hay otras ni condenadas ni bienaventuradas; que estas sufrían y necesitaban de consuelo, auxilios, sufragios…; que la causa de estar así eran los pecados cometidos en esta vida; que tales almas irían por fin a la gloria mas o menos pronto, según la deuda y según nuestros sufragios. Esto es purgatorio.

Penas del purgatorio.

Semejante al infierno, se padecen allí dos clases de penas. Una de daño y otra de sentido.

Pena de daño.

Es carecer de la vista de Dios; no entrar en la gloria. No padecen esto eternamente como en el infierno; pero si temporalmente. Y es pena muy grande por el gran deseo que tienen de ver a Dios. Se puede comparar su estado al de un prisionero, al de un desterrado, al de un huérfano o desamparado. Y por lo que estos sufren se ve lo que sufrirán los del purgatorio en mucho mayor grado.

Pena de sentido.—

Además padecen alguna pena de sentido, es decir, algunas aflicciones positivas y semejantes a los dolores sensibles que aquí padecemos. No es fácil determinar de que clase son estas penas, ni siquiera si son de una o varias. Parece que las hay de varias clases, y aunque no es de fe, es persuasión de los Doctores en general que una de estas penas es de fuego, que, según algunos, no se diferencia en calidad del fuego del infierno.

Intensidad de las penas del purgatorio.

No se puede asegurar cuanta sea. Todos los Doctores están conformes en asegurar que en el purgatorio hay penas gravísimas, penas más graves que todas las de esta vida. Conocidas son las ponderaciones de los Santos Padres. “Este fuego—dice San Agustín—supera cuantas penas el hombre padece en esta vida y cuantas puede padecer”. “Pienso —escribía San Gregorio—que aquel fuego transitorio es mas intolerable que todas las tribulaciones de este mundo”. Y San Cesáreo Arelatense decía: “Dirá alguno: no me importa detenerme algo en el purgatorio, con tal que al fin salga para la vida eterna. Hermanos carísimos, no digáis eso; porque ese fuego del purgatorio será mas duro que cuantas penas se pueden ver, sentir o pensar”.

Estas y otras no menos temerosas sentencias de los Santos Padres dan idea del gravísimo estado de las ánimas del purgatorio, por lo menos de las que están sentenciadas a la pena del fuego, que, según la generalidad de los Doctores, es la pena principal del purgatorio.

¿Padecen todos en el purgatorio el fuego?

Creen muchos Doctores, y con bastante fundamento, que no todas las almas del purgatorio están sujetas precisamente a la pena del fuego; sino a otras de las varias que la justicia de Dios, con su sabiduría, puede decretar. Y disputan sobre la intensidad de estas penas. Muchos dicen que todas cuantas penas hay en el purgatorio son tan graves, que la menor de ellas es más dolorosa que la mayor que hay en el mundo. Otros, aunque conceden que las mayores del purgatorio son más graves que las más graves de este mundo, sin embargo, creen que hay otras muchas inferiores a los grandes dolores de esta vida.

Ciertamente, no entendemos nosotros Ja importancia del pecado venial, y por eso no podemos juzgar bien de los castigos que merece; pero tampoco se puede negar que hay almas que sirven a Dios con muchísimo esmero, apenas faltan en nada y se purifican con muchas obras de penitencia; las cuales, sin embargo, es posible que tengan algo de que purificarse antes de entrar allá donde no se sufre ninguna macula. Ahora bien; de estas almas se hace difícil pensar que Dios Nuestro Señor las atormente con penas mayores que las mayores de este mundo, sabiendo como sabemos que la misericordia divina se excede siempre en remunerar y se queda corta en el castigar.

Además, de no pocas revelaciones parece deducirse con fundamento, que algunas almas tienen un purgatorio muy suave; y en particular los Doctores aducen siempre con respeto una visión de que habla San Beda el Venerable, en la que aparecen algunos en el purgatorio con vestiduras blancas y resplandecientes, y en un sitio lucido y ameno.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La Gloria. Segunda parte.

Carencia de todo mal,—

Lo primero es de notar que no habrá allá mal alguno. Ninguna enfermedad, ni incomodidad, ni fatiga en el cuerpo; ninguna de las miserias y necesidades de la vida; ni vicisitudes y cambios de tiempos, clima, etc., etc., ni agitaciones, hambres, fríos, noches, etc. Ningún dolor, ni pesar, ni turbación en el espíritu, ni tristezas, ni deshonor, celos, recelos, desamor, temores, desengaño, intranquilidades, hastíos, inconstancias, separaciones, etcetera, Mira cuantos males padece o ha pasado tu y los tuyos. Todo eso esta ausente de allá. Allí Dios enjuga las lagrimas de, todos. “Y enjugara Dios de sus ojos las lagrimas todas, y ya no habrá mas muerte, ni llanto, ni quejido, ni dolor jamás; porque las cosas primeras pasaron (Ap,, 21, 4).

Carencia de pecado. –

Allí no habrá pecado, ni se podrá pecar jamás. Porque la bondad de Dios atraerá irresistiblemente a los beatos, ni les dejara lugar ni aun a tentaciones.

Suma de bienes.

Los beatos todos del cielo gozaran de muchos bienes. El alma tendrá mucho honor, sabiduría, amor. El cuerpo, delicioso bienestar en todo su organismo y en todos los sentidos. Sobre todo, habrá mucho conocimiento, además de Dios, de todos los bienaventurados, que se conocerán todos a todo; y sumo amor de todos a todos; y suma belleza de cada uno, que vera la suya y la de todos; y sumo gozo en uno del gozo de los otros; y suma comunicación, unión y trato seguro de todos con todos; ver y amar y tratar a Jesucristo, la Virgen, San José, los Santos…

Los bienes que hay allá, según San Agustin.

Si quieres bellezas los justos resplandecerán como el sol. Si agilidad, fuerza, libertad sin obstáculo, los beatos serán como los ángeles de Dios. Si vida larga y salud perpetua, allí hay eterna salud, porque los justos vivirán perpetuamente, y su salud les viene del Señor. Si placeres, cuando aparezca la gloria del Señor, se hartaran. Si melodía, allí los ángeles cantan la gloria de Dios. Si deleite puro y no inmundo, el Señor los saturara con un torrente de deleite. Si sabiduría, la misma sabiduría de Dios se les comunicara y será su sabiduría. Si amistad, amaran a Dios mas que a si mismos, se amaran los unos a los otros como a si mismos; y Dios los amara mas que ellos se aman… Si concordia, todos tendrán una voluntad. Si poder, todos serán poderosos por la bondad de Dios… Si honor y riquezas, Dios los pondrá sobre muchos bienes y riquezas, y serán herederos de Dios… Si seguridad, estarán ciertos de que nunca perderán la gloria” (S. Ag. Man., 34).

Aureolas.

Por especiales virtudes se darán en el cielo ciertos honores y glorias y gozos especiales, que los doctores llaman aureolas. Tales serán las glorias accidentales concedidas a las Vírgenes, a los Mártires y a los Doctores. De las Vírgenes lo asegura San Juan, añadiendo que “siguen al Cordero adondequiera que van” y que “cantan un cantar nuevo… que nadie sino ellos puede cantar” (Ap., 14, 3). También los Mártires asegura que tienen especial gloria. Y de los Doctores dice Daniel que resplandecerán como estrellas, y San Mateo asegura que “son grandes en el cielo los que obran bien y enseñan a obrar bien” (5, 19).

Lo que ven los beatos.—

Los beatos ven a Dios, y toda su esencia, y sus atributos, y las tres divinas Personas. Aunque no todos con la misma perfección intensiva. Además, en Dios ven las criaturas y cosas existentes y posibles, pasadas, presentes y futuras; aunque no todas, sino las que convenga, y tanto mas cuanto mas perfectamente vean a Dios. Pero: 1.°, todos ven los misterios de la fe; la gloria es la consumación de la fe; 2.°, cada uno ve todas aquellas cosas, aun de este mundo, que es razonable que vea; por ejemplo, los sucesos de sus familias, amigos, etcetera, y de los que se encomiendan a ellos.

Grados de gloria.

En el cielo hay diversos grados de gloria, según hayan sido aquí los meritos. Y unos verán y gozaran más intensamente de Dios, y verán en Dios mas o menos cosas, según sus meritos. Mas todos sin envidias ni pena ninguna.

                                       Puntos de catecismo, Vilariño S.J.

La Gloria. Parte primera.

Gloria.—

Gloria, dice el Catecismo, es un estado perfectísimo y eterno, en el cual se hallan todos los bienes sin mezcla ninguna de mal. Es un estado, no un paso como la vida; es la patria, no un destierro como el mundo; es un termino, no un camino como nuestro estado. Es perfectísimo, porque en el el hombre adquiere toda la perfección que compete a la naturaleza humana y se libra de todo defecto. Eterno, porque no tiene fin. Con todos los bienes naturales y sobrenaturales que puede tener el hombre. Y sin ningún mal. Es la felicidad completa y la bienaventuranza cumplida. Obtenida la gloria, ya no le falta nada al hombre. Ella es el gran premio concedido a los hombres por sus buenas obras y el cumplimiento de sus deberes. Llamase Vida eterna, Reino de los cielos, Reino de Jesucristo, Jerusalén celeste, Bienaventuranza, Cielo, Gloria. Vamos a exponer brevemente este novísimo, que constituye nuestra verdadera y eterna vida, para la cual esta es la preparación únicamente.

Felicidad de la gloria.—

En realidad, se puede decir que allí la felicidad será abundantísima: por de pronto, toda la que compete a la naturaleza humana. La satisfacción ordinaria y pura, sin inconveniente ni mezcla de mal, de todos los apetitos y deseos humanos de la naturaleza humana perfeccionada. Será abundantísima, porque si aquí en este mundo, que es de prueba, Dios ha puesto tantas delicias, que si uno pudiese gozar de todas seria muy feliz, .que habrá hecho en el cielo, donde se propone no probar, sino premiar, y donde tiene, no a malos y buenos, sino a los buenos, a sus amados únicamente? Mas, siendo Dios tan generoso, tan fecundo, tan sabio, tan poderoso. Todo cuanto hace Dios con su providencia y amor en esta vida, es para que nosotros lleguemos a aquella bienaventuranza: su encarnación y vida y muerte, la redención, la Iglesia y cuanto hay en ella es para que lleguemos a la gloria. El contrapeso y satisfacción de las desigualdades de acá entre los buenos y malos, es la gloria. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios ha preparado para 1os que le aman” (l Cor., 2, ti). Así decía San Pablo, después de, una visión. ¿Quieres saber lo que vale la gloria? Vale la sangre de Dios hombre, de Jesucristo. 1a gloria es la felicidad, toda la felicidad.

La gloria es sobrenatural.-

Como ya hemos dicho al hablar del fin del hombre, el hombre fue elevado desde el principio al estado sobrenatural, y aunque cayó de el por el pecado de Adán, mas al punto fue reparado por la entonces futura y ahora ya realizada redención de Jesucristo. Ahora tendremos otra bienaventuranza sobrenatural, incomparablemente superior a aquella, tan soberana y alta, que: 1.°, no puede haber criatura ninguna a la cual, si no en por la gracia de Dios, corresponda; 2.°, fue menester la redención del Hijo de Dios para merecerla; 3.°, será menester que Dios nos conceda fuerza y como facultades superiores y sobrenaturales para poderla gozar.

Bienes en la gloria. –

Dos clases de bienes podemos considerar en la gloria: los esenciales y los accidentales. Los primeros son aquellos en que consiste esencialmente la felicidad, con los cuales habría bastante, aunque faltase todo lo demos. Los accidentales son como el complemento de esta felicidad esencial.

La felicidad Esencial.—

Consistirán los bienes esenciales en la visión beatifica de Dios y el amor de Dios que de esta visión resulte la vision beatifica de la gloria no será un conocimiento oscuro de Dios, mediante algunas imágenes, o por los efectos y obras de Dios, o por sus criaturas, sino que será la visión Intuitiva y clarísima, inmediata de Dios mismo cara a cara, viéndole a El mismo en si mismo como es en si, con suma unión e intimidad. Para esta visión nos dará Dios el Ion excelente de luz de la gloria, que elevara nuestra facultad hasta poder ver a Dios de este modo. De esa visión resultara un conocimiento clarísimo de la estupenda, arrebatadora y siempre nueva hermosura de Dios, y una como posesión de nosotros por Dios, y de Dios por nosotros, y un amor sumo, plenísimo, dulcísimo, de Dios, y una como identificación de nosotros con Dios, con una fruición inefable del bien infinito. Esto, que apenas comprendemos con la inteligencia, y que casi no barruntamos con la imaginación, es la felicidad esencial.

Carísimos, dice San Juan en su primera carta (3, 2), ahora somos hijos de Dios; “mas aun no ha aparecido lo que seremos. Mas sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le varemos como es.” Y San Pablo (1 Cor, 13, 12) dice: “Ahora le vemos por espejo y en enigma; mas entonces le veremos cara a cara; ahora le conozco algo; entonces le conoceré como El me conoce a Mi”.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

Los sacramentales. Parte cuarta

Ritual de la campana.

Aunque lo deja la Iglesia a la prudencia, según la costumbre del sitio, aconseja que a la agonía y en la muerte se de la señal con la campana, para que todos rueguen por el difunto; que el cadáver, decentemente amortajado, se ponga con luces en un sitio decente; que se le ponga en las manos sobre el pecho una cruz pequeña, y si cruz no hubiese, le pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le rocíe con agua bendita y se ore por el difunto.

Lectura de la recomendación del alma.

Serla muy de desear que los vivos nos preparásemos con gran piedad para esta hora. Y tal vez uno de los mejores medios seria leer de cuando en cuando en nuestros retiros esta preciosa y conmovedora recomendación, y aplicárnosla en vida a nosotros mismos, para impetrar de Dios la gracia de bien morir.

Las exequias.—

Al muerto, la Iglesia, según antiquísima tradición, le hace las exequias con mucha piedad y devoción. Según ella, los cadáveres, a no haber alguna grave razón en contra, antes de recibir tierra deben ser trasladados del lugar donde murieron a la iglesia donde ha de celebrarse su funeral. Y la Misa debe celebrarse, según antiquísima costumbre, estando presente el cadáver. Por desgracia hoy hay leyes que por motivos mezquinos de higiene lo impiden. El cadáver, cuando se pone en la iglesia, ha de colocarse con los pies vueltos al altar; a no ser presbítero el difunto, en cuyo caso se le pone con la cabeza hacia el altar y los pies hacia el pueblo.

A quienes se niega sepultura eclesiástica.

Prohíbe el Ritual que se de sepultura eclesiástica a los siguientes: Ante todo a los que mueren sin ser bautizados, aunque hayan muerto así sin culpa suya.

Además, a no ser que hayan dado antes de morir alguna señal de penitencia, se niega sepultura:

1.° A los apostatas notorios de la fe cristiana, o notoriamente adscritos a alguna secta herética o cismática o secta masónica, u otras sociedades de la misma clase.

2.° A los excomulgados o entredichos después de sentencia condenatoria o declaratoria.

3.° A los que de propósito se suicidaron.

4.° A los que mueren en el duelo o por heridas en el recibidas.

5.° A los que dispusieron que se diesen sus cuerpos a la cremación.

6.° A todos otros pecadores públicos y manifiestos.

Si ocurre alguna duda, en estos casos, los párrocos tienen instrucciones de lo que debe hacerse. Y si alguno es excluido de sepultura eclesiástica, por el mismo caso, no se le pueden aplicar las misas funerales, ni aniversarios, ni ningún oficio publico fúnebre.

El culto de los muertos.

Es tan universal y tan connatural el culto de los muertos, que no puede hallarse pueblo ninguno que no o practique de algún modo. Es un hecho universal. Todas las religiones, tanto la nuestra verdadera, como las demás falsas, conservan esta idea y esta practica entre otras ideas imborrables que se hallan en el hombre, porque están unidas a nuestra propia naturaleza. La Iglesia católica, que toma todo lo bueno y fundamental de la religión natural, sin que haga muchas veces otra cosa que purificarla de las falsedades que había introducido la necedad humana, y precisarla en lo que tenia de impreciso, mantiene en la reverencia debida a los muertos sumo respeto y cuidado. Por lo demás, es tan intimo y arraigado en el hombre este sentimiento, que aun los mismos que se propusieron ser laicos por tesón, por convencionalismo, por terquedad, por llamar la atención, en sus entierros laicos dan bien claro a entender que están muy lejos de creer que el hombre ha terminado del todo. Y al muerto le tratan, no como a un animal, sino como a un hombre. Un entierro civil es una profesión de fe en la inmortalidad. Los que vais en las exequias civiles acompañando a vuestro compañero dais a entender que le hacéis algún obsequio. Ahora bien, a nadie de vosotros se le ocurre obsequiar así a un perro, a un caballo, por mas que le haya estimado.

Lo conocido y lo desconocido.

Después de la muerte un tupido velo nos oculta lo que el alma encuentra. Sabemos, sin embargo, muchas cosas. Sabemos que hay juicio, que hay premio y cielo, castigo e infierno, purificación y purgatorio. Desconocemos como resulta el juicio. Pero sabemos que a los condenados no podemos ayudar ya nada. Que a los salvados nos podemos encomendar. Que a los condenados a purificarse en el purgatorio, los podemos ayudar. Cada féretro es una interrogación, que lleva escrita aquella incógnita que ponía Job: Spirilus ubi est?… “¿El espíritu, donde esta?”. Mas la Iglesia sabe que los que aquí vivimos fieles somos hermanos y estamos muy unidos con los que están felices en el cielo y con los que están detenidos en el purgatorio. Y que Jesucristo, padre de todos, nos mira como hermanos. Y por eso la Iglesia, en cuanto uno muere, incierta de la suerte que habrá corrido su espíritu, invita a todos sus hijos de aquí a rogar por los hijos de ultratumba, ya desde que el alma de uno de ellos se ha ido.

El cadáver.

El alma se fue; pero el cuerpo se queda. La Iglesia, en cuanto muere el hombre, mira tras los velos de la muerte al alma que se va, y dice: Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei: “Dale, Señor, el descanso eterno, y la luz perpetua brille para él”. Considera que la persona no es lo que queda, sino el que se ha escapado, es decir, el espíritu, el alma.

Como decía el poeta del Tormes: “La parte principal vólose al cielo”. Sin embargo, ya que a sus sentidos ha desaparecido el alma, atiende al cuerpo, porque sabe que otro dia volverá esa alma que se ha ido a reunirse con el cuerpo que fue aquí su compañero, es el ultimo milagro de esta vida natural y existencia del mundo. Mientras a ella no le conste que el alma se ha condenado, presume que se ha salvado, y que, por tanto, ha de volver a resucitar gloriosa, y que aquel cuerpo, aunque muerto, vivirá, y aunque corrompido, rejuvenecerá, y será santo. Y por eso le trata con mucho respeto y atenciones. Además, todos los obsequios que presta a las almas los presta con preferencia, mientras puede, al lado del cadáver que ella animo.

Las exequias.

Exequias son aquellos ritos y aquella liturgia con que la Iglesia sigue a sus hijos hasta el sepulcro. Las ceremonias y los ritos con que esto se hace son antiquísimos, de lo mas antiguo que hay entre nosotros. Y los párrocos tienen mandato de conservarlas con todo cuidado.

El cadáver.

Dice la liturgia que el cadáver se arregle conforme a las costumbres de un modo conveniente y se coloque en un sitio decente con alguna luz; que se le ponga en las manos una cruz pequeña, o si no hay cruz, se pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le eche de vez en cuando agua bendita, y que los sacerdotes u otras personas oren allí por el difunto hasta que sea llevado. Es costumbre muy buena vestir a los difuntos de mortajas de hábitos religiosos. Los clérigos deben llevar los ornamentos que les corresponden según su grado.

Conducción del cadáver.

Manda la liturgia que no se de sepultura a nadie, sobre todo si la muerte fue repentina, hasta que pase el tiempo suficiente para cerciorarse de la muerte. Y si no hay alguna grave razón en contra, que se lleve primeramente a la iglesia, donde estando el cuerpo presente, se celebrara todo el funeral; y advierte que se conserve lo mas que se pueda esta costumbre de celebrar la Misa estando presente el cadáver. En la conducción y en los funerales se deben llevar velas encendidas. Antiquísimo, dice, es este rito, y los sacerdotes deben procurar que en este uso no haya avaricia ni mezquindad; antes, para que ni a los pobres falte esta honra, aconseja que los sacerdotes, para que no falten en sus exequias luces, arreglen el modo de que las puedan dar gratis, y se valgan de alguna confraternidad piadosa que les preste velas.

El cadáver en la iglesia.

Los cadáveres se colocan en la iglesia delante, fuera del presbiterio. Y los presbíteros tendrán su cabeza hacia el altar mayor; los demás al contrario, tendrán la cabeza hacia el pueblo.

Orden de la procesión.

A la hora designada se reúne el clero en la iglesia o parroquia; suenan las campanas, según la costumbre del lugar; el párroco, vestido de roquete y pluvial negro, precedido de un clérigo que lleva la cruz, y acompañado de los demás, va a la casa del difunto. Enciéndense las velas; suenan las campanas; se acerca el parroco; rocía el. cadáver con agua bendita; reza, sin canto, un De profundis, con una antífona. Sale el cadáver, y al salir de la casa, entona la antífona “Exultabuni Domino…” “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”, y en seguida entona el Miserere, ese canto de misericordia y de perdón y de esperanza, que siempre es digno del cristiano, pero mucho mas en esta hora. Si el camino es largo, cantan además otros salmos de penitencia.

Entrada en la iglesia.

Es solemne y conmovedora la entrada en la iglesia. Dice el coro la antífona: “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”. Y alternando el coro y el clero candan este responsorio: “Descended, Santos de Dios, salid al encuentro, Ángeles del Señor: tomando su alma y ofreciendola en la presencia del Altísimo. Recíbate Cristo que te llamo y condúzcante  al seno de Abraham los Ángeles, tomando tu alma y ofreciéndola en la presencia del Altísimo. Dale, Señor, el descanso eterno, y la paz perpetua brille para el.” Ofreciéndola en la presencia del Altísimo.

En la iglesia.

Colocase el cadáver en medio de la iglesia, rodeado de todas las velas, y se recita el Oficio de difuntos. No lo desarrollaremos aquí por ser muy larga empresa. Solo advertiremos que es de lo mas antiguo del rezo, y esta muy bien hecho, lleno de profundas acomodaciones de la Escritura.

Puntos de catecismo de Vilariño, S.J.