VI Domingo después de Pentecostés

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

INTROITO Salmo 27, 8-9. 1

El Señor es la fortaleza de su pueblo; es un castillo de salvación para su ungido. Salva, Señor, a tu pueblo, y bendice a tu heredad, y rígelos siempre.  V/. A ti, Señor, clamo; no te hagas sordo a mis ruegos, Dios mío. No calles, no sea que me asemeje a los que bajan al sepulcro V/. Gloria al Padre.

COLECTA

Oh Dios de la fortaleza, fuente de toda perfección el bien  que en nosotros hay, y merced a nuestro fervor, guardes esos mismos bienes que en nosotros has ido regando con tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.

EPÍSTOLA Romanos 6, 3-11

Hermanos: Todos los que hemos sido bautizados en Jesucristo, lo hemos sido en su muerte. Hemos quedado sepultados con él, por el bautismo que nos sumerge en su muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por el poder del Padre, también nosotros vivamos vida nueva. Porque si fuimos injertados en él por medio de la semejanza de su muerte, lo seremos también por la de su resurrección. Sabemos bien que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que sea destruido el cuerpo de pecado, y no sirvamos ya más al pecado. Pues el que muere, se libera del pecado, Y si estamos muertos con Cristo, creemos que viviremos también con Cristo. Sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, ya no tiene la muerte dominio sobre él. Su muerte fue muerte al pecado, una vez para siempre; su vida es una vida para Dios. Así, vosotros, consideraos muertos al pecado, más vivos ya para Dios, en Jesucristo nuestro Señor,

GRADUAL Salmo 89, 13. 1

Vuélvete, Señor, un poco, y atiende a los ruegos de tus siervos. V/. Tú has sido, Señor, nuestro refugio de generación en generación.

ALELUYA Salmo 30, 2-3

Aleluya, Aleluya. V/. En ti, Señor, busco amparo, no sea confundido para siempre. Líbrame por tu justicia, y sálvame; inclina a mí tu oído, corre a librarme. Aleluya.

EVANGELIO Marcos 8, 1-9

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS.

En aquel tiempo: Hallándose una inmensa turba en torno a Jesús y no teniendo qué comer, llamó a sus discípulos, y les dijo: Lástima me da esta multitud, porque tres días hace que me siguen, y no tienen qué comer, y si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino, pues algunos han venido de lejos. Respondiéronle sus discípulos: ¿Quién será capaz de procurarles pan abundante en esta soledad? Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Respondieron: Siete. Mandó entonces a la gente sentarse en el suelo, Y tomando los siete panes, dio gracias y los partió, y dio a sus discípulos para que los distribuyesen entre las gentes; y se los repartieron. Como tenían algunos pececillos, los bendijo también, y mandó distribuírselos. Comieron hasta saciarse, y de las sobras se recogieron siete cestos, siendo los que habían comido como cuatro mil; y los despidió.

OFERTORIO Salm. 16.5-7

Afianza mis pasos en tus sendas, para que no vacilen mis pies. Préstame atención y oye mis palabras; haz que brillen en mí tus misericordias, pues salvas a los que esperan en ti, Señor.

SECRETA

Muéstrate, Señor, propicio a nuestros ruegos, y acepta benigno estas ofrendas de tu pueblo; y para que ningún anhelo sea fallido y ninguna oración desatendida, haz que consigamos eficazmente lo que con fe pedimos. Por nuestro Señor.

COMUNIÓN Salmo 26.6

Rodearé tu altar e inmolaré en tu santo templo víctimas de júbilo; cantaré y, entonaré un salmo al Señor.

POSCOMUNIÓN

Ya que hemos sido colmados de tus dones, haz, Señor, que quedemos limpios mediante su virtud y fortalecidos con su auxilio. Por nuestro Señor.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN.

Dominica Sexta post Pentecosten

II Classis

Introitus: Ps. xxvii: 8-9

Dóminus fortítudo plebis suæ , et protéctor salutárium Christi suæ est: salvum fac populum tuum, Dómine , et bénedic hereditáti tuæ, et rege eos usque in sǽculum. [Ps. ibid., 1]. Ad te Dómine, clamábo, Deus meus, ne síleas a me: ne quando táceas a me, assimilábor descendéntibus in lacum. Glória Patri. Dóminus fortítudo.

Collect:

Deus virtutum, cujus est totum quod est óptimum: ínsere pectóribus nostris amórem tui nóminis, et præsta in nobis religiónis augméntum; ut, quæ sunt bona, nútrias, ac pietátis stúdio, quæ sunt nutríta, custódias. Per Dóminum.

Ad Romanos vi: 3-11

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Romanos.

Fratres: Quicúmque baptizáti sumus in Christo Jesu, in morte ipsíus baptizáti sumus. Consepúlti enim sumus cum illo per baptísmum in mortem: ut quómodo surréxit Christus a mórtuis per glóriam Patris, ita et nos in novitáte vitæ ambulémus. Si enim complantáti facti sumus similitúdini mortis ejus: simul et resurrectiónis érimus. Hoc sciéntes, quia vetus homo noster simul crucifíxus est: ut destruátur corpus peccáti, et ultra non serviámus peccato. Qui enim mórtuus est, justificátus est a peccato. Si autem mórtui sumus cum Christo: crédimus quia simul étiam vivémus cum Christo: scientes quod Christus resúrgens ex mórtuis, jam non móritur, mors illi ultra non dominábitur. Quod enim mórtuus est peccáto, mórtuus est semel: quod autem vivit, vivit Deo. Ita et vos existimáte, vos mórtuos quidem esse peccáto, viventes autem Deo, in Christo Jesu, Dómino nostro.

Graduale Ps. lxxxix: 13 et 1

Convértere, Dómine aliquántulum, et deprecáre super servos tuos. V. Dómine refúgiam factus est nobis, a generatióne et progénie.

Allelúja, allelúja. [Ps. xxx: 2-3] In te, Dómine, sperávi, non confúndar in ætérnum: in justítia tua libera me, et éripe me: inclína ad me aurem tuam, accélera, ut erípias me. Allelúja.

Marc. viii: 1-9

† Sequéntia sancti Evangélii secúndum Marcum.

In illo témpore:Cum turba multa esset cum Jesu, nec habérent quod manducárent, convocátis discípulis, ait illis: «Miséreor super turbam: quia ecce iam tríduo sústinent me, nec habent quod mandúcent: et si dimísero eos jeiúnos in domum suam, defícient in via: quidam enim ex eis de longe venérunt.» Et respondérunt ei discípuli sui: «Unde illos póterit hic saturáre pánibus in solitúdine?» Et interrogávit eos: «Quot panes habétis?» Qui dixérunt: «Septem.» Et præcépit turbæ discúmbere supra terram. Et accípiens septem panes, grátias agens fregit et dabat discípulis suis, ut appónerent, et apposuérunt turbæ. Et habébant piscículos paucos: et ipsos benedíxit, et jussit appóni. Et manducavérunt, et saturáti sunt, et sustulérunt quod superáverat de fragméntis, septem sportas. Erant autem qui manducáverunt, quasi quáttuor míllia: et dimisit eos.

Offertorium: Ps. xvi: 5, et 6-7.

Pérfice gressus meos in sémitas tuis, ut non moveántur vestígia mea: inclína aurem tuam, et exáudi verba mea: mirífica misericórdias tuas, qui salvos facis sperántes in te, Dómine.

Secreta:

Propitiáre, Dómine, supplicatiónibus nostris, et has pópuli tui oblatiónes benignus assúme: et ut nullíus sit írritum votum, nullíus vacua postulátio, præsta; ut, quod fidéliter pétimus, efficáciter consequámur. Per Dóminum.

Communio: Ps. xxvi: 6

Circuíbo, et immolábo in tabernáculo ejus hóstiam jubilatiónis: cantábo, et psalmum dicam Dómino.

Postcommunio:

Repléti sumus, Dómine, munéribus tuis: tríbue, quǽsumus; ut eórum et mundémur efféctu, et muniámur auxílio. Per Dominum.

HOMILIA

EL APÓSTOL DE LOS GENTILES. —

Las Misas de  los Domingos después de Pentecostés, no nos habían presentado más que una vez hasta ahora las Epístolas de San Pablo. San Pedro y San Juan tenían reservado un lugar de preferencia en la misión de enseñar a los fieles al principio de los sagrados Misterios. Parece que la Iglesia en estas semanas, que representan los primeros tiempos de la predicación apostólica, ha querido recordar de este modo el puesto predominante del Apóstol de la fe y del Apóstol del amor en esta promulgación de la nueva alianza que se hizo en el seno del pueblo Judío. Pablo, en efecto, no era todavía más que Saulo, el perseguidor, y se mostraba como el más violento enemigo de la palabra, que debía más tarde llevar con tanto esplendor hasta los confines del mundo. Si después su conversión hizo de él un apóstol ardiente y convencido, aun para los mismos Judíos, sin  embargo, se vio en seguida que la casa de Jacob no era la parte de apostolado que le correspondía, no era la porción de su herencia. Después de haber afirmado públicamente su creencia en  Jesús, Hijo de Dios, y de haber confundido a la sinagoga con la autoridad de su testimonio, dejó que silenciosamente se llegase al fin de la tregua concedida a Judá para aceptar la alianzaaguardó en su retiro a que el Vicario del Hombre Dios, el Jefe del Colegio Apostólico, diese la señal de llamada a los Gentiles, y abriere él en persona las puertas de la Iglesia a estos nuevos hijos de Abraham.

Pero Israel abusó demasiado tiempo de la condescendencia divina; ya se acerca la hora del repudio para la ingrata Jerusalén; ya se ha vuelto por fin el Esposo hacia las razas extranjeras. Ahora tiene la palabra el Doctor de los Gentiles, la conservará hasta el último día; no se callará hasta que, después de convertir a la gentilidad sublevada contra Dios, la afirme en la fe y en el amor.

Hoy se dirigen a los Romanos, las instrucciones inspiradas del gran Apóstol. La Iglesia observará, en la lectura de estas admirables Epístolas, el mismo orden de su inscripción en el canon de las Escrituras: la Epístola a los Romanos, las dos a los Corintios, las dirigidas a los Gálatas, a los Efesios, Filipenses, Colosenses, pasarán sucesivamente ante nuestra vista. ¡Sublime correspondencia, en la que el alma de Pablo, entregándose por completo, da a la vez el precepto y el ejemplo del amor! «Os ruego—dice sin cesar—que seáis imitadores míos, como yo lo soy de Jesucristo» .

LA VIDA CRISTIANA. —

La santidad, los padecimientos, y luego la gloria de Jesús, su vida prolongada en sus miembros: tal es para San Pablo la vida cristiana; simple y sublime noción que resume, a su parecer, el comienzo, el progreso y la consumación de la obra del Espíritu de amor en toda alma santificada. Más adelante le veremos desarrollar ampliamente esta verdad práctica, de la cual se contenta ahora con poner las bases en la Epístola que hoy nos hace leer la Iglesia. ¿Qué es el Bautismo, en efecto, ese primer paso en el camino que conduce al cielo, sino una incorporación del neófito al Hombre-Dios, muerto una vez al pecado para vivir eternamente en Dios su Padre? El Sábado Santo, al borde de la fuente sagrada, comprendimos, con la ayuda de un trozo semejante del Apóstol, las realidades divinas cumplidas bajo la onda misteriosa. La Iglesia no hace, hoy más que recordarnos ese gran principio de los comienzos de la vida cristiana y establecerle como punto de partida para las instrucciones que se han de seguir. Si el primer acto de la santificación del fiel, sumergido con Jesucristo en su bautismo, tiene por objeto rehacerle completamente, crearle de nuevo en este Hombre-Dios, injertar su nueva vida sobre la vida misma de Jesús para producir en ella sus frutos, no nos admiraremos de que el Apóstol no trace al cristiano otro procedimiento de contemplación, otra regla de conducta que el estudio y la imitación del Salvador. La perfección del hombre y su recompensa están sólo en El: asi pues, según el conocimiento que habéis recibido de él, caminad en El, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo. El Doctor de las naciones lo declara: no conoce, ni podría predicar otra cosa.

En su escuela, apropiándonos los sentimientos que tenía Jesucristo llegaremos a ser otros Cristos, o mejor, un solo Cristo con el Hombre-Dios, por la unión de los pensamientos y la conformidad de las virtudes, bajo el impulso del mismo Espíritu Santificador.

Evangelio

«El Señor nos llama, decía el pueblo antiguo al salir de Egipto tras de Moisés; iremos a tres jornadas de camino al desierto para sacrificar allí al Señor, nuestro Dios'». Los discípulos de Jesucristo, en nuestro Evangelio, le han seguido igualmente al desierto; después de tres días han sido alimentados con un pan milagroso que presagiaba la víctima del gran Sacrificio figurado por el de Israel. Pronto el presagio y la figura van a ceder lugar, sobre el altar que está ante nosotros, a la más sublime de las realidades.

Abandonemos la tierra de servidumbre en que nos retienen nuestros vicios; todos los días nos llama misericordiosamente el Señor; pongamos para siempre nuestras almas lejos de las frivolidades mundanas, en el retiro de un recogimiento profundo. Roguemos al Señor, al cantar el Ofertorio, que se digne asegurar nuestros pasos en los senderos de este desierto interior, en que nos escuchará siempre favorablemente y multiplicará en favor nuestro las maravillas de su gracia.

DOM PROSPER GUERANGER, EL AÑO LITURGICO, COMENTARIO AL VI  DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES. PAGINAS  230 Y SIGUIENTES.

Infalibilidad

LA INFALIBILIDAD DE LA IGLESIA

La infalibilidad significa imposibilidad de caer ‘en error. Se distingue entre infalibilidad activa y pasiva. La primera corresponde a los pastores de la Iglesia en el desempeño de su ministerio de enseñar («infallibilitas in docendo»), la segunda corresponde a todos los fieles en el asentimiento al mensaje de la fe («infallibilitas in credendo»). Ambas guardan entre si la relación de causa y efecto. Aquí consideraremos principalmente la infalibilidad activa.

1. Realidad efectiva de la infalibilidad

La Iglesia es infalible cuando define en materia de fe y costumbres (de fe).

El concilio del Vaticano, en la definición de la infalibilidad pontificia, presupone la infalibilidad de la Iglesia. Dice así: «El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra… posee aquella infalibilidad con que el divino Salvador quiso que estuviera dotada su Iglesia cuando definiera algo en materia de fe y costumbres»; Dz 1839.

Son contrarios a este dogma los reformadores, que, al rechazar la jerarquía, rechazan también el magisterio autoritativo de la Iglesia; y los modernistas, que impugnaron la institución divina del magisterio eclesiástico negándole, por tanto, la infalibilidad.

Cristo prometió a sus apóstoles, para el desempeño de su misión de enseñar, la asistencia del Espíritu Santo; Ioh 14, 16 s: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre, el Espíritu de verdad»; Mt 28, 20: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo»; cf. Ioh 14, 26; 16, 13; Act 1, 8. La asistencia incesante de Cristo y del Espíritu Santo garantiza la pureza e integridad de la predicación de los apóstoles y sus sucesores. Cristo exige obediencia absoluta a la fe (Rom 1, 5) ante la predicación de sus apóstoles y los sucesores de éstos, y hace depender de esta sumisión la salvación eterna de los hombres: «El que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará» (Me 16, 16). Él quiere identificarse con sus discípulos: «El que a vosotros oye, a mi me oye; el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia» (Le 10, 16; cf. Mt 10, 40; Ioh 13, 20). Todo esto hace suponer lógicamente que los apóstoles y sus sucesores se hallan libres del peligro de errar en la predicación de la fe. San Pablo considera la Iglesia como «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim 3, 15). La infalibilidad de la predicación evangélica es presupuesto indispensable de las propiedades de unidad e indestructibilidad de la Iglesia.

Los padres, en su lucha contra los errores, acentúan que la Iglesia siempre ha guardado incólume la verdad revelada que transmitieron los apóstoles, y que la conservará por siempre jamás. SAN IRENEO se opone a la errónea gnosis e inculca que la predicación de la Iglesia es siempre la misma, porque ella posee el Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está ía Iglesia y toda la gracia; y el Espíritu es la verdad» (Adv. haer. 111 24, 1). La Iglesia es «la morada de la verdad» y de ella se hallan lejos los errores (ni 24, 2). La tradición incontaminada de la doctrina apostólica se halla garantizada por la sucesión ininterrumpida de los obispos, que arranca de los mismos apóstoles: «Ellos [los obispos], con la sucesión en el ministerio episcopal, han recibido el carisma seguro de la verdad según el beneplácito del Padre» (iv 26, 2); cf. TERTULIANO, De praescr. 28; SAN CIPRIANO, Ep. 59, 7. La razón intrínseca de la infalibilidad de la Iglesia radica en la asistencia del Espíritu Santo, asistencia que le fué prometida de una manera especial para el ejercicio de su ministerio de enseñar; cf. S.th. 2 11 1, 9; Quodl. 9, 16.

2. El objeto de la infalibilidad

a) El objetó primario de la infalibilidad son las verdades, formalmente reveladas, de la fe y la moral cristiana (de fe; Dz 1839).

La Iglesia no solamente puede de manera positiva determinar y proponer el sentido de la doctrina revelada dando una interpretación auténtica de la Sagrada Escritura y de los testimonios de tradición, y redactando fórmulas de fe (símbolos, definiciones), sino que también puede determinar y condenar como tales los errores que se oponen a la verdad revelada. De otra manera, no cumpliría con su misión de ser «custodia y maestra de la palabra revelada por Dios»; Dz 1793, 1798.

b) El objeto secundario de la infalibilidad son las verdades que no han sido formalmente reveladas, pero que se hallan en estrecha conexión con las verdades formalmente reveladas de la fe y la mora! cristiana (sent. cierta).

La prueba de esta tesis nos la proporciona el fin propio de la infalibilidad, que es «custodiar santamente y exponer fielmente el depósito de la fe» (Dz 1836). Este fin no podría conseguirlo la Iglesia sino fuera capaz de dar decisiones infalibles sobre verdades y hechos que se hallan en estrecha conexión con las verdades reveladas, bien sea determinando de manera positiva la verdad o condenando de manera negativa el error opuesto.

Al objeto secundario de la infalibilidad pertenecen:

a) las conclusiones teológicas de una verdad formalmente revelada y de una verdad de razónnatural;

 b) los hechos históricos, de cuyo reconocimiento depende la certidumbrede una verdad revelada («facta dogmática»);

c) las verdades de razón natural, que se hallan en íntima conexión con verdades reveladas(v. más pormenores en la Introducción, § 6);

c) la canonización de los santos, es decir, el juicio definitivo de que un miembro de la Iglesia ha sido recibidoen la eterna bienaventuranza y debe ser objeto de pública veneración.El culto tributado a los santos, como nos enseña SANTO TOMÁS, es «ciertaconfesión de la fe con que creemos en la gloria de los santos» (Quodl. 9,16).Si la Iglesia pudiera equivocarse en sus juicios, entonces de tales fallos sederivarían consecuencias incompatibles con la santidad de la Iglesia.

3. Los sujetos de la infalibilidad

Los sujetos de la infalibilidad son el Papa y el episcopado en pleno, es decir, la totalidad de los obispos con inclusión del Papa, cabeza del episcopado.

a) El Papa

El Papa es infalible cuando habla ex cathedra (de fe; v. § 8).

b) El episcopado en pleno

El episcopado en pleno es infalible cuando, reunido en concilio universal o disperso por el orbe de la tierra, enseña y propone una verdad de fe o costumbres para que todos los fieles la sostengan (de fe).

El concilio de Trento enseña que los obispos son los sucesores de los apóstoles (Dz 960); lo mismo dice el concilio del Vaticano (Dz 1828). Como sucesores de los apóstoles, los obispos son los pastores y maestros del pueblo creyente (Dz 1821). Como maestros oficiales de la fe, son los sujetos de la infalibilidad activa prometida al magisterio de la Iglesia.

Hay que distinguir dos formas en que el magisterio oficial del episcopado en pleno nos propone una verdad: una ordinaria y otra extraordinaria.

a) Los obispos ejercen de forma extraordinaria su magisterio infalible en el concilio universal o ecuménico. En las decisiones del concilio universal es donde se manifiesta de forma más notoria

la actividad docente de todo el cuerpo magisterial instituido por Cristo.

En la Iglesia estuvo siempre viva la convicción de que las decisiones del concilio universal eran infalibles. SAN ATANASIO dice del decreto de fe emanado del concilio de Nicea: «La palabra del Señor pronunciada por medio del concilio universal de Nicea permanece para siempre» (Ep. Ad afros. 2). SAN GREGORIO MAGNO reconoce y venera los cuatro primeros concilios universales como los cuatro Evangelios; el quinto lo equipara a los otros (Ep. i 25). Para que el concilio sea universal, se requiere: a) que sean invitados a él todos los obispos que gobiernen actualmente diócesis; b) que de hecho se congreguen tal número de obispos de todos los países, que bien puedan ser considerados como representantes del episcopado en pleno; c) que el Papa convoque el concilio o que al menos apruebe con su autoridad esa reunión de los obispos, y que personalmente o por medio de sus legados tenga la presidencia y apruebe los decretos. Gracias a la aprobación papal, que puede ser explícita o implícita, los decretos del concilio adquieren obligatoriedad jurídica universal; CIC 227.

Los ocho primeros concilios universales fueron convocados por el Emperador. Éste tenía, por lo general, la presidencia de honor y la protección externa. Los concilios universales 11 se tuvieron sin la colaboración del Papa o de sus legados. Si consideramos su convocación, su composición y su orientación, veremos que, más que concilios universales, fueron concilios plenarios (asambleas de los obispos de varias regiones) del Oriente, y gracias al reconocimiento posterior por el Sumo Pontífice adquirieron sus decretos doctrinales validez ecuménica para toda la Iglesia.

b) Los obispos ejercen de forma ordinaria su magisterio infalible cuando en sus respectivas diócesis anuncian unánimemente, en unión moral con el Papa, las mismas doctrinas de fe y costumbres. El concilio del Vaticano declaró expresamente que aun estas verdades reveladas que nos son propuestas por el magisterio ordinario y universal de la Iglesia hay que creerlas con fe divina y católica; Dz 1792. El sujeto del magisterio ordinario y universal es el conjunto de todo el episcopado disperso por el orbe. La conformidad de todos los obispos en una doctrina puede comprobarse por los catecismos oficiales de las diócesis, por las cartas pastorales, por los libros de oración expresamente aprobados y por los decretos de los sínodos particulares. Basta que conste una conformidad que sea moralmente universal, no debiendo faltar el consentimiento explícito o tácito del Papa como cabeza suprema del episcopado.

Cada obispo en particular no es infalible al anunciar la verdad revelada. La historia eclesiástica nos enseña que algunos miembros del episcopado (v.g., Fotino, Nestorio) han caído en el error y la herejía. Para conservar puro el depósito de la fe, basta la infalibilidad del colegio episcopal. Pero cada obispo es en su propia diócesis, por razón de su cargo, el maestro auténtico, es decir, autoritativo, de la verdad revelada mientras se halle en comunión con la Sede Apostólica y profese la doctrina universal de la Iglesia.

HUGO OTT. TEOLOGÍA DOGMÁTICA HERDER, PÁGS. 448 y SS

Aqui se puede decargar este archivo:

V DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Salm.  26.7, 9,1.- 

Escucha mi voz, que te llama, Señor; tú eres mi ayudador; no me abandones ni me desprecies, oh Dios de mi salvación. Salmo. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién habré de temer? V/. Gloria al Padre, y al Hijo.

Colecta.-

¡Oh Dios!, que tienes preparados bienes invisibles a los que te aman, infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor; para que, amándote en todo y sobre todo, consigamos esas tus promesas, que exceden a todo deseo. Por nuestro Señor.

Epístola. 1 Pdr. 3.8.-15.-

Carísimos: Seguid unidos en la oración: sed compasivos, amantes de todos los hermanos, misericordiosos, modestos, humildes: No volváis mal por mal, ni maldición por maldición; bendecid, por el contrario, porque a esto sois llamados, a fin de que poseáis en herencia la bendición. Pues, el que quiere amar la vida, y vivir días dichosos, refrene su lengua del mal y sus labios de las palabras engañosas; huya del mal y obre el bien; busque la paz y sígala. Por­que Dios tiene sus ojos sobre los justos, y está pronto a oír sus súplicas; pero mira con enojo a los que obran mal. Y ¿quién habrá que os pueda hacer daño, si os empleáis en hacer el bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventura­dos. No temáis nada de vuestros enemigos, ni perdáis la paz; mas santificad a nuestro Señor Jesucristo en vues­tros corazones.

Gradual. Salm. 83.10,9.~

Mira ¡oh Dios!, protector nuestro, a estos tus sier­vos. V/. iOh Señor de los ejércitos!, escucha las ora­ciones de tus siervos .

Aleluya. Salm. 20-2.-

Aleluya, aleluya. V. ¡Oh Señor!, el rey se alegra de tu fuerza y tu ayuda le alegra grandemente. Aleluya.

Evangelio. Mat.5.20-24.- 

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Si vuestra justicia no es más cumplida que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los mayores: No matarás, Y quien mate merece juicio. Pe­ro yo os digo aun más: quien se encoleriza con su hermano, merecerá juicio, y el que le llame raca,  merecerá juicio del Sanedrín; quien le llame fatuo, merece la gehena del fuego. Si pues, al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; y después volverás a presentar tu ofrenda.

Ofertorio.

Salm. 15.7-8.-  Alabaré al Señor, que se ha hecho mi consejero. Yo tengo al Señor constan­temente ante mis ojos; él está a mi diestra y yo no he de vacilar.

Secreta.-

Atiende propicio, Señor, a nuestros ruegos y recibe benigno estas ofrendas de tus siervos y siervas; para que lo que cada cual ha ofrecido en honor de tu nom­bre, les aproveche para su salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.

Prefacio de la Santísima Trinidad.

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y  lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distin­ción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario,  diciendo a una voz.


Comunión.

Salm. 26.4.- Una sola cosa pido al Señor, y la deseo ardientemente: Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida.

Poscomunión.- 

Concede, Señor, a los que has alimentado con el don celestial vernos limpios de nuestras culpas ocultas, y libres de los lazos del enemigo. Por nuestro Señor.

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN LATÍN

Dominica Quinta post Pentecosten

II Classis

Introitus: Ps. xxvi: 7 et 9

Exáudi, Dómine, vocem meam, qua clamávi ad te: adjútor meus esto, ne derelínquas me, neque despícias me, Deus salutáris meus. [Ps. ibid., 1]. Dóminus illuminátio mea, et salus mea, quem timébo? Glória Patri. Exáudi, Dómine.

Collect:

Deus, qui diligéntibus te bona invisibília præparasti: infúnde córdibus nostris tui amóris afféctum; ut te in ómnibus et super ómnia diligéntes, promissiónes tuas, quæ omne desidérium súperant, consequámur. Per Dóminum.

1 Petri iii: 8-15

Léctio Epístolæ beáti Petri Apóstoli.

Caríssimi: Omnes unánimes in oratióne estóte, compatiéntes fraternitátis amatóres, misericórdes, modésti, humiles: non reddéntes malum pro malo, nec maledíctum pro maledícto, sed e contrário benedicéntes: quia in hoc vocáti estis, ut benedictiónem hereditáte possideátis. Qui enim vult vitam dilígere et dies vidére bonos, coérceat linguam suam a malo, et lábia ejus ne loquántur dolum. Declínet a malo et fáciat bonum: inquírat pacem, et sequátur eam. Quia óculi Dómini super justos, et aures ejus in preces eórum: vultus autem Dómini super faciéntes mala. Et quis est qui vobis nóceat, si boni æmulatóres fuéritis? Sed et si quid patímini propter justítiam, beati. Timórem autem eórum ne timuéritis: et non conturbémini. Dóminum autem Christum sanctificáte in córdibus vestris.

Graduale Ps. lxxxiii: 10 et 9

Protéctor noster áspice, Deus, et réspice super servos tuos. V. Dómine Deus virtútem, exaudi preces servórum tuorum. Allelúja, allelúja. [Ps. xx: 1] Dómine, in virtúte tua lætábitur rex: et super salutáre tuum exsultábit veheménter. Allelúja.

Matth. v: 2-24

†   Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: «Nisi abundáverit justítia vestra plus quam scribárum et pharisæórum, non intrábitis in regnum cælorum. Audístis, quia dictum est antíquis: non occídes: qui autem occíderit, reus erit judício. Ego autem dico vobis: quia omnis qui iráscitur fratri suo, reus erit judício. Qui autem díxerit fratri suo, «raca»: reus erit concílio. Qui autem díxerit «fátue»: reus erit gehénnæ ignis. Si ergo offers munus tuum ad altáre, et ibi recordátus fúeris, quia frater tuus habet áliquid advérsum te: relínque ibi munus tuum ante altáre, et vade prius reconciliáre fratri tuo: et tunc veniens offers munus tuum.»

Offertorium: Ps. xxiv: 1-3.

Benedícam Dóminum, qui tríbuit mihi intelléctum: providébam Deum in conspéctu meo semper: quóniam a dextris est mihi, ne commóvear.

Secreta:

Propitiáre, Dómine, supplicatiónibus nostris: et has oblatiónes famulórum famularúmque tuárum benígnus assúme; ut, quod sínguli obtulérunt ad honórem nóminis tui, cunctis profíciat ad salútem. Per Dóminum.

Communio: Ps. xxvi: 4

Unam péti a Dómino, hanc requíram: ut inhábitem in domo Dómini ómnibus diébus vitæ meæ.

Postcommunio:

Quos cælésti, Dómine, dono satiásti: præsta, quǽsumus, ut a nostris mundémur occúltis, et ab hóstiam liberémur insídiis.. Per Dominum.

Homilía de San Agustín Obispo.

Sobre el Sermón de la montaña. 1. 1, c. 9

La justicia de los fariseos consistía en no matar. La justicia de los que deben entrar en el reino de los cielos, consiste en no irritarse sin motivo. Así, pues, poca cosa es no matar, y el que haya violado este mandamiento, será llamado mínimo en el reino de los cielos; pero el que se haya reducido  a observarlo no haciéndose reo de homicidio, no por ello será reputado grande a los ojos de Dios y digno del reino de los cielos, aunque ya se haya elevado algún tanto, pero se perfeccionara si no se encoleriza sin motivo; y al perfeccionarse, se alejara mucho mas del homicidio. Por eso, el Legislador que nos prohíbe montar en cólera, no destruye en modo alguno la ley que nos prohíbe matar, sino antes bien, la completa, para que no perdamos la inocencia, tanto exteriormente no matando, como en el fondo de nuestro corazón no irritándonos.

En los pecados de cólera hay también sus grados. En el primero, irritase uno, pero guardando en su corazón la irritación que ha concebido. Si la turbación experimentada arranca al que tiembla de indignación un grito, que nada significa en si mismo pero que manifiesta aquella indignación que experimenta, la falta será ciertamente mas grande, que si la cólera naciente queda reprimida en silencio. Mas si se lanza, no solamente un grito de indignación, sino también se profiere alguna palabra, que claramente signifique y exprese un vituperio contra el adversario, ¿quien podrá dudar que es este un pecado mas grave que lanzar solamente un grito de indignación? Notad ahora tres etapas en la situación del reo: el juicio, el consejo y la gehenna de fuego. En la sesión de juicio, hay todavía lugar a la defensa. El consejo se confunde de ordinario con el juicio, pero, por cuanto la distinción misma que establecemos nos obliga a reconocer aquí cierta diferencia entre estas dos etapas, parécenos que la promulgación de la sentencia pertenece al consejo. Porque, en este caso, no se trata ya de examinar si el culpable debe ser condenado, sino que los jueces deliberan entre si sobre el suplicio que deben infligir al que ciertamente merece ser condenado. En la gehenna del fuego, ya no hay duda en cuanto a la condenación, como en el juicio, ni incertidumbre en cuanto a la pena del condenado, como en el consejo; porque en el fuego del infierno es cierta la condenación y esta fijada la pena del culpable.

Mortalium Animos

PÍO PP. XI

ACERCA DE COMO SE HA DE FOMENTAR LA VERDADERA UNIDAD RELIGIOSA

Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica

1. Ansia universal de paz y fraternidad

Nunca quizás como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de todos los hombres un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad humana los vínculos de fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y naturaleza, nos unen y enlazan a unos con otros.

Porque no gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz, antes al contrario, estallando en varias partes discordias nuevas y antiguas, en forma de sediciones y luchas civiles y no pudiéndose además dirimir las controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y prosperidad de los pueblos sin que intervengan en el esfuerzo y la acción concordes de aquellos que gobiernan los Estados, y dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se echa de ver –mucho más conviniendo todos en la unidad del género humano-, porque son tantos los que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre sí por esta fraternidad universal.

2. La fraternidad en religión. Congresos ecuménicos.

Cosa muy parecida se esfuerzan algunos por conseguir en lo que toca a la ordenación de la nueva ley promulgada por Jesucristo Nuestro Señor. Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.

3. Los católicos no pueden aprobarlo.

Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.

Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.

4. Otro error –La unión de todos los cristianos. –Argumentos falaces

Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse-y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa? (1). y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros? (2). ¡Ojalá -añaden-fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada más, amenaza debilitar el Evangelio.

5. Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo.

Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados “pancristianos“; los cuales, lejos de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en materia de fe.

6. La verdadera norma de esta materia.

Exhortándonos, pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave; pues confiamos que cada uno de vosotros, por escrito y de palabra, podrá más fácilmente comunicarse con el pueblo y hacerle entender mejor los principios y argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallarán los católicos la norma de lo que deben pensar y practicar en cuanto se refiere al intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a todos los hombres que se llaman católicos.

7. Sólo una Religión puede ser verdadera: la revelada por Dios.

Dios, Creador de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues, nuestro Creador perfectísimo derecho a ser servido por nosotros. Pudo ciertamente Dios imponer para el gobierno de los hombres una sola ley, la de la naturaleza, ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle: y pudo después regular los progresos de esa misma ley con sólo su providencia ordinaria. Pero en vez de ella prefirió dar El mismo los preceptos que habíamos de obedecer; y en el decurso de los tiempos, esto es desde los orígenes del género humano hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseñó por Sí mismo a los hombres los deberes que su naturaleza racional les impone para con su Creador. “Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras, por medio de los Profetas, nos ha hablado  últimamente por su Hijo Jesucristo“(3). Por donde claramente se ve que ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada por Dios, revelación que comenzada desde el principio, y continuada durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo con la Ley Nueva. Ahora bien: si Dios ha hablado -y que haya hablado lo comprueba la historia-es evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la revelación de Dios, y a obedecer totalmente sus preceptos. y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.

8. La única Religión revelada es la de la Iglesia Católica.

Así pues, los que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fundó una Iglesia, y precisamente una sola. Mas, si se pregunta cuál es esa Iglesia conforme a la voluntad de su Fundador, en esto ya no convienen todos. Muchos de ellos, por ejemplo, niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo menos en el sentido de que deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una misma doctrina y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.

Sociedad perfecta, externa, visible.

Pero es lo cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como sociedad perfecta, externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la obra de la salvación del género humano, bajo la guía de una sola cabeza (4), con magisterio de viva voz (5)y por medio de la administración de los sacramentos (6), fuente de la gracia divina; por eso en sus parábolas afirmó que era semejante a un reino (7), a una casa (8), a un aprisco (9), y a una grey (10). Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podía ciertamente cesar ni extinguirse, muertos su Fundador y los Apóstoles que en un principio la propagaron, puesto que a ella se le había confiado el mandato de conducir a la eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de lugar ni de tiempo: “Id, pues, e instruid a todas las naciones” (11). y en el cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltará a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le prometió: “He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos“? (12). Por tanto, la Iglesia de Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos, si no queremos decir -y de ello estamos muy lejos-que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habían de prevalecer contra ella (13).

9. Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas.

Y aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación el de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos una misma cosa. Habrá un solo rebaño y un solo pastor” (14), mas de tal manera: las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concordante impulsión de las voluntades; pero en entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.

“La división” de la Iglesia.

Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes, esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia sólo fue única y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues -dicen-, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule se proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos. y cuando las múltiples iglesias o comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y fructuosamente los avances de la impiedad.

Esto es así tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que el llamado Protestantismo ha desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente agradables y útiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque corrompió la religión primitiva por cuanto agregó y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no sólo ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la sede Romana.

En el número de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus asambleas, las que pueden llamarse “multicolores”. Por lo demás, aun cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallarás pocos a quienes se ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda y gobierna. Entre tanto asevera que están dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a igual: mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué continúan errando y vagando fuera del único redil de Cristo.

10. La Iglesia Católica no puede participar en semejantes uniones.

Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes  intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.

11. La verdad revelada no admite transacciones.

¿Y habremos Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta-que la verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió Cristo por el mundo todo a los Apóstoles; y para que éstos no errasen en nada, quiso que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad (15); ¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido del todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio no sólo era para los tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras, ¿habrá podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto fuese verdad, habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los apóstoles, y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda utilidad y eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.

12. La Iglesia Católica depositaria infalible de la verdad.

Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios (16); obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado (17). Pero ambos preceptos de Cristo, uno de enseñar y otro de creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone, íntegra y clara la doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta de todo peligro de equivocarse, Acerca de lo cual van extraviados también los que creen que sin duda existe en la tierra el depósito de la verdad, pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan :continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese , hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo revelado por éstos sólo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin enseñar la doctrina moral y dogmática, por la cual se ha de regir el hombre durante el curso de su vida moral,

13. Sin fe, no hay verdadera caridad.

Podrá parecer que dichos “pancristianos“, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos, Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis (18), Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe.

14. Unión irrazonable.

Por tanto, ¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación“, y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe, o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo? (19).

15. Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo.

Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión, o “indiferentismo“, y al llamado “modernismo“, con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable al a vida de los hombres.

Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquélla diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor

No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?

Pues, el Magisterio de la Iglesia el cual por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.

Mas por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente ninguna invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el depósito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implícitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aun parecen permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.

16. La única manera de unir a todos los cristianos.

Bien claro se muestra, pues, Venerable Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única :y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual El mismo la fundó para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia (20). Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina estabilidad y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades discordes (21). Porque siendo Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno (22), compacto y conexo (23), lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo (24).

17. La obediencia al Romano Pontífice.

Ahora bien, en esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso al Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros novadores?

Alejáronse ¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni pereció, sostenida como está perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues, al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica, los recibirá amantísimamente. Porque, si, como ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿Por qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo (25). Oigan como clamaba en otro tiempo Lactancio: Sólo la Iglesia Católica es la que conserva el culto verdadero, Ella es la fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de Dios, quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y de salvaci6n, Menester es que nadie se engañe a sí mismo con pertinaces discusiones, Lo que aquí se ventila es la vida y la salvación,’a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá (26).

18. Llamamiento a las sectas disidentes.

Vuelvan, pues, a la Sede Apostólica, asentada en esta ciudad de Roma, que consagraron con su sangre los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia Católica (27); vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén de la verdad (28) abdique de la integridad de su fe, y consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al gobierno de ella. Pluguiese al Cielo alcanzásemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron tantos predecesores Nuestros; el poder abrazar con paternales entrañas a los hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta división.

Plegaria a Cristo y a María.

Y ojalá Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (29), oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar ala unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella. Con este fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, debeladora de todas las herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de la paz (30).

19. Conclusión y Bendición Apostólica.

Bien comprendéis, Venerables Hermanos, cuánto deseamos Nos este retorno, y cuánto anhelamos que así lo sepan todos Nuestros hijos, no solamente los católicos, sino también los disidentes de Nos; los cuales, si imploran humildemente las luces del cielo, reconocerán, sin duda, a la verdadera Iglesia de Cristo, y entrarán, por fin, en su seno, unidos con Nos en perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y auspicio de los divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos de todo corazón la Apostólica Bendición.

Dado en San Pedro de Roma, el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, el año 1928, sexto de Nuestro Pontificado.

Pío Papa XI

NOTAS

(1) Juan, 17, 21.

(2) Juan, 13, 35

(3) Hebr. 1, 1-2.

(4) Mat. 16,15.

(5) Marc. 16,15

(6) Juan 3, 5; 6, 48-59; 20, 22. Juan 18, 18.

(7) Mat. 13, 24, 31, 33, 44, 47.

(8) Ver Mat. 16, 18.

 (9) Juan 10, 16.

(10) Juan 21, 15-17.

(11) Mat. 28, 19.

(12) Mat. 28, 20.

(13) Mat. 16, 18.

(14) Juan 17, 21; 19,16.

(15) Juan 16, 13.

(16) Act. 10, 41.

(17) Marc. 16, 16.

(18)  II Juan vers. 10.

(19) Ver I Tim. 2, 5.

(20) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col. 518-519)

(21) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col 519-B y 520-A.

(22) I Cor. 12, 12.

(23) Efes. 4, 15

(24) Efes. 5, 30; 1, 22.

(25) Conc. Lateran. IV, c. 5(Denz-Umb. 436).

(26) Lactancio Div. Inst. 4, 30. (Corp. Scr. E. Lat., vol. 19, pag. 397, 11-12; Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A).

(27) S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de S. Cornelio Papa III; Migne P.L. 3, col. 733-B).

(28) I Tim. 3, 15.

(29) I Tim. 2, 4. volv

(30) Efes. 4, 3.

Aqui pongo un enlace para descargar esta Encíclica:

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA«FILIUS-DEI»

CONCILIO VATICANO I

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA«FILIUS-DEI» SOBRE LA FE CATÓLICA

TERCERA SESIÓN: 24 DE ABRIL DE 1870

Pío, obispo, siervo de los siervos de Dios, con la aprobación del Sagrado Concilio, para perpetua memoria.

El Hijo de Dios y redentor del género humano, nuestro Señor Jesucristo, prometió, estando pronto a retornar a su Padre celestial, que estaría con su Iglesia militante sobre la tierra todos los días hasta el fin del mundo [1]. De aquí que nunca en momento alguno ha dejado de acompañar a su amada esposa, asistiéndola cuando enseña, bendiciéndola en sus labores y trayéndole auxilio cuando está en peligro. Ahora esta providencia salvadora aparece claramente en innumerables beneficios, pero es especialmente manifiesta en los frutos que han sido asegurados al mundo cristiano por los concilios ecuménicos, de entre los cuales el Concilio de Trento merece especial mención, celebrados aunque fuese en malos tiempos. De allí vino una más cercana definición y una más fructífera exposición de los santos dogmas de la religión y la condenación y represión de errores; de allí también, la restauración y vigoroso fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, el avance del clero en el celo por el saber y la piedad, la fundación de colegios para la educación de los jóvenes a la sagrada milicia; y finalmente la renovación de la vida moral del pueblo cristiano a través de una instrucción más precisa de los fieles y una más frecuente recepción de los sacramentos. Además, de allí también vino una mayor comunión de los miembros con la cabeza visible, y un mayor vigor en todo el  cuerpo místico de Cristo. De allí vino la multiplicación de las familias religiosas y otros institutos de piedad cristiana; así también ese decidido y constante ardor por la expansión del reino de Cristo por todo el mundo, incluso hasta el derramamiento de la propia sangre.

Mientras recordamos con corazones agradecidos, como corresponde, estos y otros insignes frutos que la misericordia divina ha otorgado a la Iglesia, especialmente por medio del último sínodo ecuménico, no podemos acallar el amargo dolor que sentimos por tan graves males, que han surgido en su mayor parte ya sea porque la autoridad del sagrado sínodo fue despreciada por muchos, ya porque fueron negados sus sabios decretos.

Nadie ignora que estas herejías, condenadas por los padres de Trento, que rechazaron el magisterio divino de la Iglesia y dieron paso a que las preguntas religiosas fueran motivo de juicio de cada individuo, han gradualmente colapsado en una multiplicidad de sectas, ya sea en acuerdo o desacuerdo unas con otras; y de esta manera mucha gente ha tenido toda fe en Cristo como destruida. Ciertamente, incluso la Santa Biblia misma, la cual ellos clamaban al unísono ser la única fuente y criterio de la fe cristiana, no es más proclamada como divina sino que comienzan a asimilarla a las invenciones del mito.

De esta manera nace y se difunde a lo largo y ancho del mundo aquella doctrina del racionalismo o naturalismo –radicalmente opuesta a la religión cristiana, ya que ésta es de origen sobrenatural–, la cual no ahorra esfuerzos en lograr que Cristo, quien es nuestro único Señor y salvador, sea excluido de las mentes de las personas así como de la vida moral de las naciones y se establezca así el reino de lo que ellos llaman la simple razón o naturaleza. El abandono y rechazo de la religión cristiana, así como la negación de Dios y su Cristo, ha sumergido la mente de muchos en el abismo del panteísmo, materialismo y ateísmo, de modo que están luchando por la negación de la naturaleza racional misma, de toda norma sobre lo correcto y justo, y por la ruina de los fundamentos mismos de la sociedad humana.

Con esta impiedad difundiéndose en toda dirección, ha sucedido infelizmente que muchos, incluso entre los hijos de la Iglesia católica, se han extraviado del camino de la piedad auténtica, y como la verdad se ha ido diluyendo gradualmente en ellos, su sentido católico ha sido debilitado. Llevados a la deriva por diversas y extrañas doctrinas [2], y confundiendo falsamente naturaleza y gracia, conocimiento humano y fe divina, se encuentra que distorsionan el sentido genuino de los dogmas que la Santa Madre Iglesia sostiene y enseña, y ponen en peligro la integridad y la autenticidad de la fe.

Viendo todo esto, ¿cómo puede ser que no se conmuevan las íntima entrañas de la Iglesia? Pues así como Dios desea que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad [3], así como Cristo vino para salvar lo que estaba perdido [4] y congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos [5], así también la Iglesia, constituida por Dios como madre y maestra de todas las naciones, reconoce sus obligaciones para con todos y está siempre lista y anhelante de levantar a los caídos, de sostener a los que tropiezan, de abrazar a los que vuelven y de fortalecer a los buenos impulsándolos hacia lo que es mejor. De esta manera, ella no puede nunca dejar de testimoniar y declarar la verdad de Dios que sana a todos [6], ya que no ignora estas palabras dirigidas a ella: «Mi espíritu está sobre ti, y estas palabras mías que he puesto en tu boca no se alejarán de tu boca ni ahora ni en toda la eternidad» [7].

Por lo tanto nosotros, siguiendo los pasos de nuestros predecesores, en conformidad con nuestro supremo oficio apostólico, nunca hemos dejado de enseñar y defender la verdad católica, así como de condenar las doctrinas erradas. Pero ahora es nuestro propósito profesar y declarar desde esta cátedra de Pedro ante los ojos de todos la doctrina salvadora de Cristo, y, por el poder que nos es dado por Dios, rechazar y condenar los errores contrarios. Hemos de hacer esto con los obispos de todo el mundo como nuestros co-asesores y compañeros-jueces, reunidos aquí como lo están en el Espíritu Santo por nuestra autoridad en este concilio ecuménico, y apoyados en la Palabra de Dios como la hemos recibido en la Escritura y la Tradición, religiosamente preservada y auténticamente expuesta por la Iglesia Católica.

CAPÍTULO 1

SOBRE DIOS CREADOR DE TODAS LAS COSAS

La Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana cree y confiesa que hay un solo Dios verdadero y vivo, creador y señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmensurable, incomprensible, infinito en su entendimiento, voluntad y en toda perfección. Ya que Él es una única substancia espiritual, singular, completamente simple e inmutable, debe ser declarado distinto del mundo, en realidad y esencia, supremamente feliz en sí y de sí, e inefablemente excelso por encima de todo lo que existe o puede ser concebido aparte de Él.

Este único Dios verdadero, por su bondad y virtud omnipotente, no con la intención de aumentar su felicidad, ni ciertamente de obtenerla, sino para manifestar su perfección a través de todas las cosas buenas que concede a sus creaturas, por un plan absolutamente libre, «juntamente desde el principio del tiempo creo de lanada a una y otra creatura, la espiritual y la corporal, a saber, la angélico y la mundana, y luego la humana, como constituida a la vez de espíritu y de cuerpo» [8].

Todo lo que Dios ha creado, lo protege y gobierna con su providencia, que llega poderosamente de un confín a otro de la tierra y dispone todo suavemente [9].«Todas las cosas están abiertas y patentes a sus ojos» [10], incluso aquellas que ocurrirán por la libre actividad de las creaturas.

CAPÍTULO 2

SOBRE LA REVELACIÓN

La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana: «porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de lo creado» [11].

Plugo, sin embargo, a su sabiduría y bondad revelarse a sí mismo y los decretos eternos de su voluntad al género humano por otro camino, y éste sobrenatural, tal como lo señala el Apóstol: «De muchas y distintas maneras habló Dios desde antiguo a nuestros padres por medio los profetas; en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo» [12].

Es, ciertamente, gracias a esta revelación divina que aquello que en lo divino no está por sí mismo más allá del alcance de la razón humana, puede ser conocido por todos, incluso en el estado actual del género humano, sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno.

Pero no por esto se ha de sostener que la revelación sea absolutamente necesaria, sino que Dios, por su bondad infinita, ordenó al hombre a un fin sobrenatural, esto es, a participar de los bienes divinos, que sobrepasan absolutamente el entendimiento de la mente humana; ciertamente «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para aquellos que lo aman» [13].

Esta revelación sobrenatural, conforme a la fe de la Iglesia universal declarada por el sagrado concilio de Trento, «está contenida en libros escritos y en tradiciones no escritas, que fueron recibidos por los apóstoles de la boca del mismo Cristo, o que, transmitidos como de mano en mano desde los apóstoles bajo el dictado del Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros» [14].

Los libros íntegros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, según están enumerados en el decreto del mencionado concilio y como se encuentran en la edición de la Antigua Vulgata Latina, deben ser recibidos como sagrados y canónicos. La Iglesia estos libros por sagrados y canónicos no porque ella los haya aprobado por su autoridad tras haber sido compuestos por obra meramente humana; tampoco simplemente porque contengan sin error la revelación; sino porque, habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y han sido confiadas como tales a la misma Iglesia.

Ahora bien, ya que cuanto saludablemente decretó el concilio de Trento acerca de la interpretación de la Sagrada Escritura para constreñir a los ingenios petulantes, es expuesto erróneamente por ciertos hombres, renovamos dicho decreto y declaramos su significado como sigue: que en materia de fe y de las costumbres pertinentes a la edificación de la doctrina cristiana, debe tenerse como verdadero el sentido de la Escritura que la Santa Madre Iglesia ha sostenido y sostiene, ya que es su derecho juzgar acerca del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y por eso, a nadie le es lícito interpretar la Sagrada Escritura en un sentido contrario a éste ni contra el consentimiento unánime de los Padres.

CAPÍTULO 3

SOBRE LA FE

Ya que el hombre depende totalmente de Dios como su creador y Señor, y ya que la razón creada está completamente sujeta a la verdad increada; nos corresponde rendir a Dios que revela el obsequio del entendimiento y de la voluntad por medio de la fe. La Iglesia Católica profesa que esta fe, que es «principio de la salvación humana» [15], es una virtud sobrenatural, por medio de la cual, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos como verdadero aquello que Él ha revelado, no porque percibamos su verdad intrínseca por la luz natural de la razón, sino por la autoridad de Dios mismo que revela y no puede engañar ni ser engañado. Así pues, la fe, como lo declara el Apóstol, «es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven» [16].

Sin embargo, para que el obsequio de nuestra fe sea de acuerdo a la razón [17],quiso Dios que a la asistencia interna del Espíritu Santo estén unidas indicaciones externas de su revelación, esto es, hechos divinos y, ante todo, milagros y profecías, que, mostrando claramente la omnipotencia y conocimiento infinito de Dios, son signos ciertísimos de la revelación y son adecuados al entendimiento de todos. Por eso Moisés y los profetas, y especialmente el mismo Cristo Nuestro Señor, obraron muchos milagros absolutamente claros y pronunciaron profecías; y de los apóstoles leemos: «Salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» [18]. Y nuevamente está escrito: «Tenemos una palabra profética más firme, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámparas que iluminan en lugar oscuro» [19].

Ahora, si bien el asentimiento de la fe no es de manera alguna un movimiento ciego de la mente, nadie puede, sin embargo, «aceptar la predicación evangélica»como es necesario para alcanzar la salvación, «sin la inspiración y la iluminación del Espíritu Santo, quien da a todos la facilidad para aceptar y creer en la verdad» [20]. Por lo tanto, la fe en sí misma, aunque no opere mediante la caridad [21], es un don de Dios, y su acto es obra que atañe a la salvación, con el que la persona rinde verdadera obediencia a Dios mismo cuando acepta y colabora con su gracia, la cual puede resistir [22].

Por tanto, deben ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que están contenidas en la Palabra de Dios, escrita o transmitida, y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas como materia divinamente revelada, sea por juicio solemne, sea por su magisterio ordinario y universal. Ya que «sin la fe… es imposible agradar a Dios» [23] y llegar al consorcio de sus hijos, se sigue que nadie pueda nunca alcanzar la justificación sin ella, ni obtenerla vida eterna a no ser que «persevere hasta el fin» [24] en ella. Así, para que podamos cumplir nuestro deber de abrazar la verdadera fe y perseverar inquebrantablemente en ella, Dios, mediante su Hijo Unigénito, fundó la Iglesia y la proveyó con notas claras de su institución, para que pueda ser reconocida por todos como custodia y maestra de la Palabra revelada.

Sólo a la Iglesia Católica pertenecen todas aquellas cosas, tantas y tan maravillosas, que han sido divinamente dispuestas para la evidente credibilidad de la fe cristiana. Es más, la Iglesia misma por razón de su admirable propagación, su sobresaliente santidad y su incansable fecundidad en toda clase de bienes, por su unidad católica y su invencible estabilidad, es un gran y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefragable de su misión divino.

Así sucede que, como estandarte levantado para todas las naciones [25], invita también a sí a quienes no han creído aún, y asegura a sus hijos que la fe que ellos profesan descansa en el más seguro de los fundamentos. A este testimonio se añade el auxilio efectivo del poder de lo alto. El benignísimo Señor mueve y auxilia con su gracia a aquellos que se extravían, para que puedan «llegar al conocimiento de la verdad» [26]; y confirma con su gracia a quienes «ha trasladado de las tinieblas a su luz admirable» [27], para que puedan perseverar en su luz, no abandonándolos, a no ser que sea abandonado. Por lo tanto, la situación de aquellos que por el don celestial de la fe han abrazado la verdad católica, no es en modo alguno igual a la de aquellos que, guiados por las opiniones humanas, siguen una religión falsa; ya que quienes han aceptado la fe bajo la guía de la Iglesia no tienen nunca una razón justa para cambiar su fe o ponerla en cuestión. Siendo esto así, «dando gracias a Dios Padre que nos ha hecho dignos de compartir con los santos en la luz» [28] no descuidemos tan grande salvación, sino que «mirando en Jesús al autor y consumador de nuestra fe» [29], «mantengamos inconmovible la confesión de nuestra esperanza» [30].

CAPÍTULO 4

SOBRE LA FE Y LA RAZÓN

El asentimiento perpetuo de la Iglesia católica ha sostenido y sostiene que hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto. Por su principio, porque en uno conocemos mediante la razón natural y enel otro mediante la fe divina; y por su objeto, porque además de aquello que puede ser alcanzado por la razón natural, son propuestos a nuestra fe misterios escondidos por Dios, los cuales sólo pueden ser conocidos mediante la revelación divina. Por tanto, el Apóstol, quien atestigua que Dios es conocido por los gentiles«a partir de las cosas creadas» [31], cuando habla sobre la gracia y la verdad que «nos vienen por Jesucristo» [32], declara sin embargo: «Proclamamos una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo… Dios nos la reveló por medio del Espíritu; ya que el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» [33]. Y el Unigénito mismo, en su confesión al Padre, reconoce que éste ha ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las ha revelado a los pequeños [34].

Y ciertamente la razón, cuando iluminada por la fe busca persistente, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios cierto entendimiento, y muy provechoso, de los misterios, sea por analogía con lo que conoce naturalmente, sea por la conexión de esos misterios entre sí y con el fin último del hombre. Sin embargo, la razón nunca es capaz de penetrar esos misterios en la manera como penetra aquellas verdades que forman su objeto propio; ya que los divinos misterios, por su misma naturaleza, sobrepasan tanto el entendimiento de las creaturas que, incluso cuando una revelación es dada y aceptada por la fe, permanecen estos cubiertos por el velo de esa misma fe y envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal «vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión» [35].

Pero aunque la fe se encuentra por encima de la razón, no puede haber nunca verdadera contradicción entre una y otra: ya que es el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, quien ha dotado a la mente humana con la luz de la razón. Dios no puede negarse a sí mismo, ni puede la verdad contradecir la verdad. La aparición de esta especie de vana contradicción se debe principalmente al hecho o de que los dogmas de la fe no son comprendidos ni explicados según lamente de la Iglesia, o de que las fantasías de las opiniones son tenidas por axiomas de la razón. De esta manera, «definimos que toda afirmación contraria ala verdad de la fe iluminada es totalmente falsa» [36].

Además la Iglesia que, junto con el oficio apostólico de enseñar, ha recibido el mandato de custodiar el depósito de la fe, tiene por encargo divino el derecho y el deber de proscribir toda falsa ciencia [37], a fin de que nadie sea engañado por la filosofía y la vana mentira [38]. Por esto todos los fieles cristianos están prohibidos de defender como legítimas conclusiones de la ciencia aquellas opiniones que se sabe son contrarias a la doctrina de la fe, particularmente si han sido condenadas por la Iglesia; y, más aun, están del todo obligados a sostenerlas como errores que ostentan una falaz apariencia de verdad.

La fe y la razón no sólo no pueden nunca disentir entre sí, sino que además se prestan mutua ayuda, ya que, mientras por un lado la recta razón demuestra los fundamentos de la fe e, iluminada por su luz, desarrolla la ciencia de las realidades divinas; por otro lado la fe libera a la razón de errores y la protege y provee con conocimientos de diverso tipo. Por esto, tan lejos está la Iglesia de oponerse al desarrollo de las artes y disciplinas humanas, que por el contrario las asiste y promueve de muchas maneras. Pues no ignora ni desprecia las ventajas para la vida humana que de ellas se derivan, sino más bien reconoce que esas realidades vienen de «Dios, el Señor de las ciencias»[39], de modo que, si son utilizadas apropiadamente, conducen a Dios con la ayuda de su gracia. La Iglesia no impide que estas disciplinas, cada una en su propio ámbito, aplique sus propios principios y métodos; pero, reconociendo esta justa libertad, vigila cuidadosamente que no caigan en el error oponiéndose a las enseñanzas divinas, o, yendo más allá de sus propios límites, ocupen lo perteneciente a la fe y lo perturben.

Así pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo. «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento» [40].

CÁNONES SOBRE DIOS CREADOR DE TODAS LAS COSAS

1. Si alguno negare al único Dios verdadero, creador y señor de las cosas visibles e invisibles: sea anatema.

2. Si alguno fuere tan osado como para afirmar que no existe nada fuera de la materia: sea anatema.

3. Si alguno dijere que es una sola y la misma la substancia o esencia de Dios y la de todas las cosas: sea anatema.

4. Si alguno dijere que las cosas finitas, corpóreas o espirituales, o por lo menos las espirituales, han emanado de la substancia divina; o que la esencia divina, por la manifestación y evolución de sí misma se transforma en todas las cosas; o, finalmente, que Dios es un ser universal e indefinido que, determinándose así mismo, establece la totalidad de las cosas, distinguidas en géneros, especies e individuos: sea anatema.

5. Si alguno no confesare que el mundo y todas las cosas que contiene, espirituales y materiales, fueron producidas de la nada por Dios de acuerdo a la totalidad de su substancia; o sostuviere que Dios no creó por su voluntad libre de toda necesidad, sino con la misma necesidad con que se ama a sí mismo; o negare que el mundo fue creado para gloria de Dios: sea anatema.

SOBRE LA REVELACIÓN

1. Si alguno dijere que Dios, uno y verdadero, nuestro creador y Señor, no puede ser conocido con certeza a partir de las cosas que han sido hechas, con la luz natural de la razón humana: sea anatema.

2. Si alguno dijere que es imposible, o inconveniente, que el ser humano sea instruido por medio de la revelación divina acerca de Dios y del culto que debe tributársele: sea anatema.

3. Si alguno dijere que el ser humano no puede ser divinamente elevado a un conocimiento y perfección que supere lo natural, sino que puede y debe finalmente alcanzar por sí mismo, en continuo progreso, la posesión de toda verdad y de todo bien: sea anatema.

4. Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos todos los libros de la Sagrada Escritura con todas sus partes, tal como los enumeró el Concilio de Trento, o negare que ellos sean divinamente inspirados: sea anatema.

SOBRE LA FE

1. Si alguno dijere que la razón humana es de tal modo independiente que no puede serle mandada la fe por Dios: sea anatema.

2. Si alguno dijere que la fe divina no se distingue del conocimiento natural sobre Dios y los asuntos morales, y que por consiguiente no se requiere para la fe divina que la verdad revelada sea creída por la autoridad de Dios que revela: sea anatema.

3. Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos externos, y que por lo tanto los hombres deben ser movidos a la fe sólo por la experiencia interior de cada uno o por inspiración privada: sea anatema.

4. Si alguno dijere que todos los milagros son imposibles, y que por lo tanto todos los relatos de ellos, incluso aquellos contenidos en la Sagrada Escritura, deben ser dejados de lado como fábulas o mitos; o que los milagros no pueden ser nunca conocidos con certeza, ni puede con ellos probarse legítimamente el origen divino de la religión cristiana: sea anatema.

5. Si alguno dijere que el asentimiento a la fe cristiana no es libre, sino que necesariamente es producido por argumentos de la razón humana; o que la gracia de Dios es necesaria sólo para la fe viva que obra por la caridad [41]: sea anatema.

6. Si alguno dijere que la condición de los fieles y de aquellos que todavía no han llegado a la única fe verdadera es igual, de manera que los católicos pueden tener una causa justa para poner en duda, suspendiendo su asentimiento, la fe que ya han recibido bajo el magisterio de la Iglesia, hasta que completen una demostración científica de la credibilidad y verdad de su fe: sea anatema.

SOBRE LA FE Y LA RAZÓN

1. Si alguno dijere que en la revelación divina no está contenido ningún misterio verdadero y propiamente dicho, sino que todos los dogmas de la fe pueden ser comprendidos y demostrados a partir de los principios naturales por una razón rectamente cultivada: sea anatema.

2. Si alguno dijere que las disciplinas humanas deben ser desarrolladas con tal grado de libertad que sus aserciones puedan ser sostenidas como verdaderas incluso cuando se oponen a la revelación divina, y que estas no pueden ser prohibidas por la Iglesia: sea anatema.

3. Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema.

Así pues, cumpliendo nuestro oficio pastoral supremo, suplicamos por el amor de Jesucristo y mandamos, por la autoridad de aquél que es nuestro Dios y Salvador, a todos los fieles cristianos, especialmente a las autoridades y a los que tienen el deber de enseñar, que pongan todo su celo y empeño en apartar y eliminar de la Iglesia estos errores y en difundir la luz de la fe purísima.

Mas como no basta evitar la contaminación de la herejía, a no ser que se eviten cuidadosamente también aquellos errores que se le acercan en mayor o menor grado, advertimos a todos de su deber de observar las constituciones y decretos en que tales opiniones erradas, incluso no mencionadas expresamente en este documento, han sido proscritas y prohibidas por esta Santa Sede.

Notas:

[1] Ver Mt 28,20.

[2] Ver Heb 13,9.

[3] 1Tim 2,4.

[4] Ver Lc 19,10.

[5] Ver Jn 11,52.

[6] Ver Sab 16,12

[7] Is 59,21.

[8] Concilio de Letrán IV, can. 2 y 5.

[9] Ver Sab 8,1.

[10] Heb 4,13.

[11] Rom 1,20.

[12] Heb 1,1ss.

[13] 1Cor 2,9

[14] Concilio de Trento, sesión IV, dec. I.

[15] Concilio de Trento, sesión VI, dec. sobre la justificación, cap. 8.

[16] Heb 11,1.

[17] Cf. Rom 12,1.

[18] Mc 16,20.

[19] 2Pe 1,19

.[20] Concilio II de Orange, can. VII.

[21] Cf. Gal 5,6

[22] Cf. Concilio de Trento, sesión VI, dec. sobre la justificación, cap. 5s.

[23] Heb 11,6.

[24] Mt 10,22; 24, 13

[25] Cf. Is 11,12

[26] 1Tim 2,4.

[27] 1Pe 2,9.

[28] Col 1,2

[29] Heb 12,2

[30] Heb 10,23.

[31] Rom 1,20.

[32] Ver Jn 1,17.

[33] 1Cor 2, 7-8.10.

[34] Ver Mt 11,25.

[35] 2Cor 5,6s.

[36] Concilio de Letrán V, sesión VIII, 19.

[37] Ver 1Tim 6,20.

[38] Ver Col 2,8.

[39] Ver 1Re 2,3.

[40] Vicentius Lerinensis, Commonitorium primum, c. 23 (PL 50, 668).

[41] Ver Gal 5,6.

Pongo enlace para la descarga de esta Constitución dogmática:

PASTOR AETERNUS

Constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo

CUARTA SESIÓN CONCILIO VATICANO I: 18 de julio de 1870. Pio IX

Pío, obispo, siervo de los siervos de Dios, con la aprobación del Sagrado Concilio, para perpetua memoria.

El eterno pastor y guardián de nuestras almas, en orden a realizar permanentemente la obra salvadora de la redención, decretó edificar la Santa Iglesia, en la que todos los fieles, como en la casa del Dios viviente, estén unidos por el vínculo de una misma fe y caridad. De esta manera, antes de ser glorificado, suplicó a su Padre, no sólo por los apóstoles sino también por aquellos que creerían en Él a través de su palabra, que todos ellos sean uno como el mismo Hijo y el Padre son uno. Así entonces, como mandó a los apóstoles, que había elegido del mundo, tal como Él mismo había sido enviado por el Padre, de la misma manera quiso que en su Iglesia hubieran pastores y maestros hasta la consumación de los siglos.

Así, para que el oficio episcopal fuese uno y sin división y para que, por la unión del clero, toda la multitud de creyentes se mantuviese en la unidad de la fe y de la comunión, colocó al bienaventurado Pedro sobre los demás apóstoles e instituyó en él el fundamento visible y el principio perpetuo de ambas unidades, sobre cuya fortaleza se construyera un templo eterno, y la altura de la Iglesia, que habría de alcanzar el cielo, se levantara sobre la firmeza de esta fe.

Y ya que las puertas del infierno, para derribar, si fuera posible, a la Iglesia, se levantan por doquier contra su fundamento divinamente dispuesto con un odio que crece día a día, juzgamos necesario, con la aprobación del Sagrado Concilio, y para la protección, defensa y crecimiento del rebaño católico, proponer para ser creída y sostenida por todos los fieles, según la antigua y constante fe de la Iglesia Universal, la doctrina acerca de la institución, perpetuidad y naturaleza del sagrado primado apostólico, del cual depende la fortaleza y solidez de la Iglesia toda; y proscribir y condenar los errores contrarios, tan dañinos para el rebaño del Señor.

Capítulo 1: Acerca de la institución del primado apostólico en el bienaventurado Pedro.

Así pues, enseñamos y declaramos que, de acuerdo al testimonio del Evangelio, un primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia de Dios fue inmediata y directamente prometido al bienaventurado Apóstol Pedro y conferido a él por Cristo el Señor. Fue sólo a Simón, a quien ya le había dicho «Tú te llamarás Cefas», que el Señor, después de su confesión, «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», dijo estas solemnes palabras: «Bendito eres tú, Simón Bar-Jonás. Porque ni la carne ni la sangre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra será desatado en el cielo». Y fue sólo a Simón Pedro que Jesús, después de su resurrección, le confió la jurisdicción de Pastor Supremo y gobernante de todo su redil, diciendo: «Apacienta mis corderos», «apacienta mis ovejas».

A esta enseñanza tan manifiesta de las Sagradas Escrituras, como siempre ha sido entendido por la Iglesia Católica, se oponen abiertamente las opiniones distorsionadas de quienes falsifican la forma de gobierno que Cristo el Señor estableció en su Iglesia y niegan que solamente Pedro, en preferencia al resto de los apóstoles, tomados singular o colectivamente, fue dotado por Cristo con un verdadero y propio primado de jurisdicción. Lo mismo debe ser dicho de aquellos que afirman que este primado no fue conferido inmediata y directamente al mismo bienaventurado Pedro, sino que  lo fue a la Iglesia y que a través de ésta fue transmitido a él como ministro de la misma Iglesia.

[Canon] Por lo tanto, si alguien dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue constituido por Cristo el Señor como príncipe de todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante; o que era éste sólo un primado de honor y no uno de verdadera y propia jurisdicción que recibió directa e inmediatamente de nuestro Señor Jesucristo mismo: sea anatema.

Capítulo 2: Sobre la perpetuidad del primado del bienaventurado Pedro en los Romanos Pontífices.

Aquello que Cristo el Señor, príncipe de los pastores y gran pastor de las ovejas, instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro, para la perpetua salvación y perenne bien de la Iglesia, debe por necesidad permanecer para siempre, por obra del mismo Señor, en la Iglesia que, fundada sobre piedra, se mantendrá firme hasta el fin de los tiempos. «Para nadie puede estar en duda, y ciertamente ha sido conocido en todos los siglos, que el santo y muy bienaventurado Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia Católica, recibió las llaves del reino de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor del género humano, y que hasta este día y para siempre él vive», preside y «juzga en sus sucesores» los obispos de la Santa Sede Romana, fundada por él mismo y consagrada con su sangre.

Por lo tanto todo el que sucede a Pedro en esta cátedra obtiene, por la institución del mismo Cristo, el primado de Pedro sobre toda la Iglesia. «De esta manera permanece firme la disposición de la verdad, el bienaventurado Pedro persevera en la fortaleza de piedra que le fue concedida y no abandona el timón de la Iglesia que una vez recibió». Por esta razón siempre ha sido «necesario para toda Iglesia —es decir para los fieles de todo el mundo—» «estar de acuerdo» con la Iglesia Romana «debido a su más poderosa principalidad», para que en aquella sede, de la cual fluyen a todos «los derechos de la venerable comunión», estén unidas, como los miembros a la cabeza, en la trabazón de un mismo cuerpo.

Por lo tanto, si alguno dijere que no es por institución del mismo Cristo el Señor, es decir por derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en su primado sobre toda la Iglesia, o que el Romano Pontífice no es el sucesor del bienaventurado Pedro en este misma primado: sea anatema.

Capítulo 3: Sobre la naturaleza y carácter del primado del Romano Pontífice.

Y así, apoyados por el claro testimonio de la Sagrada Escritura, y adhiriéndonos a los manifiestos y explícitos decretos tanto de nuestros predecesores los Romanos Pontífices como de los concilios generales, nosotros promulgamos nuevamente la definición del Concilio Ecuménico de Florencia, que debe ser creída por todos los fieles de Cristo, a saber, que «la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice mantienen un primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, y que es verdadero vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos los cristianos; y que a él, en el bienaventurado Pedro, le ha sido dada, por nuestro Señor Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal; tal como está contenido en las actas de los concilios ecuménicos y en los sagrados cánones».

Por ello enseñamos y declaramos que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A ella están obligados, los pastores y los fieles, de cualquier rito y dignidad, tanto singular como colectivamente, por deber de subordinación jerárquica y verdadera obediencia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo que concierne a la disciplina y régimen de la Iglesia difundida por todo el orbe; de modo que, guardada la unidad con el Romano Pontífice, tanto de comunión como de profesión de la misma fe, la Iglesia de Cristo sea un sólo rebaño bajo un único Supremo Pastor. Esta es la doctrina de la verdad católica, de la cual nadie puede apartarse de ella sin menoscabo de su fe y su salvación.

Esta potestad del Sumo Pontífice de ninguna manera desacredita aquella potestad ordinaria e inmediata de la jurisdicción episcopal, por la cual los obispos, quienes han sido puestos por el Espíritu Santo como sucesores en el lugar de los Apóstoles, cuidan y gobiernan individualmente, como verdaderos pastores, los rebaños particulares que les han sido asignados. De modo que esta potestad sea es afirmada, apoyada y defendida por el Supremo y Universal Pastor; como ya San Gregorio Magno dice: “Mi honor es el honor de toda la Iglesia. Mi honor es la fuerza inconmovible de mis hermanos. Entonces yo recibo verdadero honor cuando éste no es negado a ninguno de aquellos a quienes se debe”.

Además, se sigue de aquella potestad suprema del Romano Pontífice de gobernar la Iglesia universal, que él tiene el derecho, en la realización de este oficio suyo, de comunicarse libremente con los pastores y rebaños de toda la Iglesia, de manera que puedan ser enseñados y guiados por él en el camino de la salvación. Por lo tanto condenamos y rechazamos las opiniones de aquellos que sostienen que esta comunicación de la Cabeza Suprema con los pastores y rebaños puede ser lícitamente impedida o que debería depender del poder secular, lo cual los lleva a sostener que lo que es determinado por la Sede Apostólica o por su autoridad acerca del gobierno de la Iglesia, no tiene fuerza o efecto a menos que sea confirmado por la aprobación del poder secular.

Ya que el Romano Pontífice, por el derecho divino del primado apostólico, presida toda la Iglesia, de la misma manera enseñamos y declaramos que él es el juez supremo de los fieles, y que en todos las causas que caen bajo la jurisdicción eclesiástica se puede recurrir a su juicio. El juicio de la Sede Apostólica (de la cual no hay autoridad más elevada) no está sujeto a revisión de nadie, ni a nadie le es lícito juzgar acerca de su juicio.Y por lo tanto se desvían del camino genuino a la verdad quienes mantienen que es lícito apelar sobre los juicios de los Romanos Pontífices a un concilio ecuménico, como si éste fuese una autoridad superior al Romano Pontífice.

[Canon] Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema.

Capítulo 4: Sobre el magisterio infalible del Romano Pontífice.

Aquel primado apostólico que el Romano Pontífice posee sobre toda la Iglesia como sucesor de Pedro, príncipe de los apóstoles, incluye también la suprema potestad de magisterio. Esta Santa Sede siempre lo ha mantenido, la práctica constante de la Iglesia lo demuestra, y los concilios ecuménicos, particularmente aquellos en los que Oriente y Occidente se reunieron en la unión de la fe y la caridad, lo han declarado.

Así los padres del cuarto Concilio de Constantinopla, siguiendo los pasos de sus predecesores, hicieron pública esta solemne profesión de fe: «La primera salvación es mantener la regla de la recta fe… Y ya que no se pueden pasar por alto aquellas palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, estas palabras son confirmadas por sus efectos, porque en la Sede Apostólica la religión católica siempre ha sido preservada sin mácula y se ha celebrado la santa doctrina. Ya que es nuestro más sincero deseo no separarnos en manera alguna de esta fe y doctrina, …esperamos merecer hallarnos en la única comunión que la Sede Apostólica predica, porque en ella está la solidez íntegra y verdadera de la religión cristiana».

Y con la aprobación del segundo Concilio de Lyon, los griegos hicieron la siguiente profesión: «La Santa Iglesia Romana posee el supremo y pleno primado y principado sobre toda la Iglesia Católica. Ella verdadera y humildemente reconoce que ha recibido éste, junto con la plenitud de potestad, del mismo Señor en el bienaventurado Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, cuyo sucesor es el Romano Pontífice. Y puesto que ella tiene más que las demás el deber de defender la verdad de la fe, si surgieran preguntas concernientes a la fe, es por su juicio que estas deben ser definidas».

Finalmente se encuentra la definición del Concilio de Florencia: «El Romano Pontífice es el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia y el padre y maestro de todos los cristianos; y a él fue transmitida en el bienaventurado Pedro, por nuestro Señor Jesucristo, la plena potestad de cuidar, regir y gobernar a la Iglesia universal».

Para cumplir este oficio pastoral, nuestros predecesores trataron incansablemente que el la doctrina salvadora de Cristo se propagase en todos los pueblos de la tierra; y con igual cuidado vigilaron de que se conservase pura e incontaminada dondequiera que haya sido recibida. Fue por esta razón que los obispos de todo el orbe, a veces individualmente, a veces reunidos en sínodos, de acuerdo con la práctica largamente establecida de las Iglesias y la forma de la antigua regla, han referido a esta Sede Apostólica especialmente aquellos peligros que surgían en asuntos de fe, de modo que se resarciesen los daños a la fe precisamente allí donde la fe no puede sufrir mella. Los Romanos Pontífices, también, como las circunstancias del tiempo o el estado de los asuntos lo sugerían, algunas veces llamando a concilios ecuménicos o consultando la opinión de la Iglesia dispersa por todo el mundo, algunas veces por sínodos particulares, algunas veces aprovechando otros medios útiles brindados por la divina providencia, definieron como doctrinas a ser sostenidas aquellas cosas que, por ayuda de Dios, ellos supieron estaban en conformidad con la Sagrada Escritura y las tradiciones apostólicas.

Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Ciertamente su apostólica doctrina fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por los santos y ortodoxos doctores, ya que ellos sabían muy bien que esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: «Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos».

Este carisma de una verdadera y nunca deficiente fe fue por lo tanto divinamente conferida a Pedro y sus sucesores en esta cátedra, de manera que puedan desplegar su elevado oficio para la salvación de todos, y de manera que todo el rebaño de Cristo pueda ser alejado por ellos del venenoso alimento del error y pueda ser alimentado con el sustento de la doctrina celestial. Así, quitada la tendencia al cisma, toda la Iglesia es preservada en unidad y, descansando en su fundamento, se mantiene firme contra las puertas del infierno.

Pero ya que en esta misma época cuando la eficacia salvadora del oficio apostólico es especialmente más necesaria, se encuentran no pocos que desacreditan su autoridad, nosotros juzgamos absolutamente necesario afirmar solemnemente la prerrogativa que el Hijo Unigénito de Dios se digno dar con el oficio pastoral supremo.

Por esto, adhiriéndonos fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana, para gloria de Dios nuestro salvador, exaltación de la religión católica y salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que:

El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables.

[Canon] De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir esta nuestra definición: sea anatema.

Dado en Roma en sesión pública, sostenido solemnemente en la Basílica Vaticana en el año de nuestro Señor de mil ochocientos setenta, en el decimoctavo día de julio, en el vigésimo quinto año de nuestro pontíficado.

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CENSURAS TEOLÓGICAS

Para conocer el grado de culpa que el cristiano comete al defender o una solo prestar interior adhesión a los errores contrarios a estas verdades del Magisterio interiores a lo dogmático, interesa aquí enumerar las diversas calificaciones con las que los teólogos censuran o valoran las doctrinas, y que señalan su grado de certeza y conexión con las verdades de la fe. Los autores antiguos se referían casi solo a la censura negativa o de condenación eclesiástica con nota inferior a la herejía. Pero debe notarse ante todo la calificación positiva que es equivalente y más usada entre los modernos (…).

Dichas censuras negativa provienen de la práctica de la Iglesia, que las ha usado in actu exercicio en la condenación de los errores, y algunas veces ha empleado la enumeración conjunta de ellas. Así, en la condenación de errores de Wiclef y Hus en el concilio de Constanza (D. 661), en los errores de Bayo por Pio V (D. 1080) o de los errores de Jansenio (D. 1092-1096), etc. Son pues citadas como más empleadas las siguientes:

1.- Proposición de fe divina y católica: La que se contiene en la revelación y como de fe es propuesta por la Iglesia por juicio solemne, o por magisterio universal ordinario. La contraria es herética.

2.- Proposición de fe divina y católica definida: aquella verdad revelada y propuesta como tal por solemne juicio: concilio ecuménico o definición ex cathedra. Comprende una parte de las del grupo anterior. La contraria es herejía. Por no son grados dentro de la herejía, sino unas y otras igualmente heréticas.

3.- Proposición de fe divina o cierta de fe: verdad contenida en la revelación, pero aún no definida como tal. La contraria es error en la fe.

4.- Proposición próxima a la fe: la que según consentimiento general de los teólogos, se contiene en la revelación y no ha sido definida como tal. La contraria próxima a la herejía. En un grado algo inferior está la calificación, muy usada en documentos pontificios antiguos, haeresim sapiens. Y en grado aun inferior: suspecta de haerest. Son proposiciones que dan grave fundamento o sospecha, para temer que hayan sido redactadas con intención herética. Sin embargo, la calificación de una doctrina como herética es en el  orden objetivo y no implica de suyo que el autor que la haya expresado sea hereje.

5.- Doctrina católica: la verdad que será enseñada en toda la Iglesia sobre todo por el magisterio auténtico del Romano Pontífice, como sus encíclicas, etc., más no propuesta infaliblemente como perteneciente a la revelación. La contraria, errónea en doctrina católica.

6.- Teológicamente cierta: la proposición enseñada como cierta por los teólogos como conclusión teológica, definible o necesariamente contenida en las verdades reveladas, o según otros, en conexión necesaria con lo revelado. La contraria es error teológico o errónea.

7.- Común y cierta en teología o communis et tuta: la proposición enseñada por general sentir de los teólogos como bien fundada. La contraria es temeraria o falsa en teología. En un grado semejante puede situarse la doctrina tenenda, de modo que su contraria sea temeraria, como es la emanada de las Congregaciones Romanas sin especial aprobación del pontífice.

8.- Probable, mas probable o probabilísima y sus contrarias: igual, menos probable o improbable en non tuta: calificaciones aún más matizadas y muy usadas en teología moral.

En las condenaciones antiguas son frecuentes otras censuras, que o bien refuerzan las anteriores, o se reducen a los grados principales ya anotados. Son por la enumeración de los Salmanticenses: matizante, captosa, sparum aurium offesiva, escandalosa, blasfema, cismática, sediciosa y injuriosa, no sana, presuntuosa, peligrosa, etc. Las se reducen al grado 7º de doctrina temeraria, más bien por la forma de expresión que por el fondo o contenido. Otras reprueban doctrinas en materia espiritual que expresan algo indecente, indigno, injurioso y hasta blasfemo contra Dios, los santos o las cosas religiosas. En cuanto a los términos de “cismáticas o sediciosas” se refieren a escritos que excitan la rebelión o desobediencia y que no atañen tampoco a errores teóricos.

En cuanto a la gravedad de la culpa, se tiene por grave pecado adherirse o defender errores condenados al menos como doctrinas temerarias o bien contradecir las verdades opuestas de equivalente calificación. Menor o venial pecado parece ser la negación de proposiciones ciertas o del asentimiento interno a declaraciones del Santo Oficio o Sagradas Congregaciones. Y nunca será sin pecado la actitud mental de quien, sin razones bien sólidas, sostiene doctrinas tenidas por inseguras, nada probables o que no responden a claras normas y directrices de la Santa sede. Nunca va sin culpa el faltar contra la luz, si bien la cuantía del pecado dependerá del grado de temeridad y contumacia en defender doctrinas falsas y en el escándalo o daño producido.

            Comentario a la Suma Teológica de Santo Tomás, 2, q 2, 11 intr. Biblioteca de Autores Cristianos, 1958, pág. 395 y ss.

IV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Salm.26,2,3.-

EL Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el defensor de mi vida, ¿de quién temblaré? Son mis adversarios y mis enemigos lo que tropiezan y caen. Salmo.- Aunque se enfrenten ejércitos contra mí, no temerá corazón. V/. Gloria.

Colecta.-

Concédenos, Señor, te suplicamos, que sea dirigida por el orden de tu providencia la marcha del mundo; y que tu Iglesia se alegre en tu servicio con la tranquilidad. Por nuestro Señor.

Epístola. Rom.8.18-23.-

Hermanos Creo que los sufrimientos de la presente vida no son comparables con la gloria, que ha de manifestarse en nosotros. Así la creación ansía la manifestación de los hijos de Dios. Sujeta a la vanidad, no de grado, sino por causa de aquél que la sujetó, espera también ella ser redimida de esa servidumbre de la corrupción, para conocer la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta ahora toda la creación gime como con dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos ya las primicias del Espíritu Santo, suspiramos de lo íntimo del corazón, aguardando el efecto de la adopción de los hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo, en Jesucristo Señor nuestro.

Gradual. Salm.78.9,10.-

Perdona, Señor, nuestros pecados, para que no digan las gentes: ¿Dónde está su Dios? V/. Ayúdanos, ¡oh Dios!, salvador nuestro: líbranos, Señor, por la honra de tu nombre.

Aleluya, aleluya. Salm. 9.5.10.- V/. ¡Oh Dios!, que estás sentado sobre tu trono y juzgas con rectitud; sé refugio de los pobres en la tribulación. Aleluya.

Evangelio. Luc. 5.1-11.-

En aquel tiempo: Hallábase Jesús junto al lago, de Genesaret, apretujado por la turba que oía la palabra de Dios, y vio dos barcas a la orilla del lago, cuyos pescadores habían bajado y lavaban las redes. Subiendo, pues a una de ellas, que era de Simón, pidióle la desviase un poco de la orilla. Y sentándose dentro, instruía a las turbas .Acabada la plática, dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Replicóle Simón: Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, fiado en tu palabra, echaré la red. Y habiéndolo hecho, recogieron tan gran cantidad de peces que la red se rompía. Por lo cual hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, de que viniesen a ayudarles. Vinieron luego, y llenaron con tantos peces las dos barcas, que poco faltó para que se hundiesen. Viendo esto Simón Pedro, echóse a los pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mi, Señor, que soy un hombre pecador! y es que el asombro se había apoderado de él, como de todos los demás que con él estaban, en vista de la pesca que acababan de hacer. Lo mismo  sucedía a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo y compañeros de Simón. Entonces dijo Jesús a Simón: No temas; de hoy en adelante serás pescador de hombres. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron.

Ofertorio. Salm.12,4-5.-

Alumbra mis ojos, para que no duerma jamás en la muerte; no diga mi enemigo: He podido más que él!

Secreta.- 

Aplácate, Señor, al recibir nuestras ofrendas; y fuerza bondadoso nuestras rebeldes voluntades a que  vayan a ti. Por nuestro Señor Jesucristo.

Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distin­ción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines: los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz.

Comunión. Salm.17.34.-

El Señor es mi firme apoyo, mi refugio y mi libertador; mi Dios y mi auxiliador.

Poscomunión.-

Purifíquennos, Señor, los santos misterios que acabamos de recibir y defiéndan­nos con su eficacia. Por N.S.

PROPIO DE LA MISA EN LATIN

Dominica Quarta post Pentecosten        II Classis

Introitus: Ps. xxvi: 1 et 2

Dóminus illuminátio mea, et salus mea, quem timébo? Dóminus defénsor vitæ meæ, a quo trepidábo? qui tríbulant me inímici mei, ipsi infirmáti sunt, et cecidérunt. [Ps. ibid., 3] Si consístant advérsum me castra: non timébit cor meum. Glória Patri. Dóminus illuminátio.

Collect:

Da nobis, quǽsumus, Dómine: ut et mundi cursus pacífice nobis tuo órdine dirigátur; et Ecclésia tua tranquílla devotióne lætétur. Per Dóminum.

Rom. viii: 18-23

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Romanos.

Caríssimi: Exístimo quod non sunt condígnæ passiónes hujus témporis ad futúram glóriam, quæ revelábitur in nobis. Nam expectátio creatúræ, revelatiónem filiórum Dei expéctat. Vanitáti enim creatúra subjécta est non volens, sed propter eum, qui subjécit in spe: quia et ipsa creatúra liberábitur a servitúte corruptiónis, in libertátem glóriæ filiórum Dei. Scimus enim quod omnis creatúra ingemíscit, et párturit usque adhuc. Non solum autem illa, sed et nos ipsi primítias spíritus habéntes: et ipsi intra nos gémimus adoptiónem filiórum expectántes redemptiónem córporis nostri: in Christo Jesu Dómino nostro.

Graduale Ps. lxxviii: 9 et 10

Propítius esto, Dómine, peccátis nostris: ne quando dicant gentes: Ubi est Deus eórum? V. Adjuva nos, Deus salutáris noster: et propter honórem nóminis tui, Dómine. líbera nos.

Allelúja, allelúja. [Ps. ix: 5 et 10] Deus, qui sedes super thronum, et júdicas æquitátem: esto refúgium páuperum in tribulátione. Allelúja.

Luc. v: 1-11

†  Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam.

In illo témpore: Cum turbæ irrúerent in Jesum, ut audírent verbum Dei, et ipse stabat secus stagnum Genésareth. Et vidit duas naves stantes secus stagnum: piscatóres autem descénderant et lavábant retia. Ascéndens autem in unam navem, quae erat Simónis, rogávit eum a terra redúcere pusíllum. Et sedens docébat de navícula turbas. Ut cessávit autem loqui dixit ad Simónem: «Duc in altum, et laxáte rétia vestra in captúram.» Et respóndens Simon, dixit illi «Præcéptor, per totam noctem laborántes, nihil cepimus: in verbo autem tuo laxábo rete.» Et cum hoc fecíssent, conclusérunt píscium multitúdinem copiósam: rumpebátur autem rete eórum. Et annuérunt sóciis, qui erant in ália navi, ut venírent et adjuvárent eos. Et venérunt et implevérunt ambas navículas ita ut pene mergeréntur. Quod cum vidéret Simon Petrus, prócidit ad génua Jesu dicens: «Exi a me quia homo peccátor sum Dómine.» Stupor enim circumdéderat eum, et omnes, qui cum illo erant, in captúra píscium, quam céperant: simíliter autem Jacóbum et Joánnem, fílios Zebedǽi, qui erant sócii Simónis. Et ait ad Simónem Jesus: «Noli timére: ex hoc jam hómines eris cápiens.» Et subdúctis ad terram návibus, relíctis ómnibus, secuti sunt eum.

Offertorium: Ps. xii: 4-5.

Illúmina óculos meos, ne umquam obdórmiam in morte: ne quando dicat inimícus meus: Præválui advérsus eum.

Secreta:

Oblatiónibus nostris, quǽsumus, Dómine, placáre suscéptis: et ad te nostras étiam rebélles compélle propítius voluntátes. Per Dóminum.

Praefatio de Ssma. Trinitate

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in majestáte adorétur æquálitas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes:

Communio: Ps. xvii: 3

Dóminus firmaméntum meum, et refúgiam meum, et liberátor meus: Deus meus, adjútor meus.

Postcommunio:

Mystéria nos, Dómine, quǽsumus, sumpta puríficent, et suo múnere tueántur. Per Dominum.

Tercer domingo después de Pentecostes

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Salm.24. 16-18.1-2.- 

Mírame, Señor, y ten compasión de mi, porque estoy solo y soy pobre. Mira mi bajeza y mis trabajos, y perdona todos mis pecados, Dios mío. Salmo.  A ti, Señor, levanto mi alma. Dios mío, en ti confió; no quede yo confuso. V/. Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.

Colecta.- 

Oh Dios!  Protector de los que en ti esperan, y sin el cual nada tiene valor, nada es santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, siendo tú nuestro pastor  y nuestro guía, pasemos por los bienes temporales de modo que no perdamos los eternos. Por nuestro Señor.

Epístola. 1 Pdr.5,6-11.-

Carísimos: Humillaos bajo la mano poderosa de Dios para que os ensalce a su hora. Descargad en él todos vuestros cuidados, pues él mira por vosotros. Sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo, el diablo, gira como león rugiente en torno vuestro, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen vuestros hermanos por el mundo. Dios,  dador de toda gracia, que nos ha llamado a su eterna gloria por Jesucristo, después de corta prueba, él mismo os perfeccionará, fortalecerá y afianzará en el bien. A él, pues, sea dada la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Amén.

Gradual. Salm.54,23,17,19.

Pon tu suerte en manos del Señor, y él te sustentará.  V/. Yo clamo a Dios; el es ­mi voz y me libra de los que marchan contra mi.

Aleluya. Salm.7.12.- Aleluya, aleluya. V/. Dios es juez íntegro y lento para la cólera. ¿Por ventura andará siempre airado?  Aleluya.

Evangelio. Luc.15,1-10.- 

En aquel tiempo: Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para oírle. Lo cual censuraban los fariseos y los escribas, diciendo Éste recibe a los pecadores y come con ellos. Mas Jesús propúsoles esta parábola ¿Quién hay entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se había perdido hasta encontrarla Y. en hallándola, la pone sobre sus hombros muy gozoso y, en llegando a su casa, llama a sus amigos vecinos, y les dice: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja, Que se había perdido. Os digo, que así también habrá más gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no han de ella menester. O ¿qué mujer, teniendo diez, si pierde una, no enciende la lámpara y barre la casa, y lo registra todo hasta dar con ella? Y en hallándola, convoca a sus amigas y vecinas y dice: Regocijaos conmigo porque he hallado la dracma que había perdido. Así os digo que habrá gran alborozo entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia. 

Ofertorio. Sal.9.11-3.-

Esperen en ti cuantos conocen tu nombre, Señor, porque no abandonas a los que te buscan: Cantad al Se­ñor, que mora en Sión, por que no olvida la oración de los pobres.

Secreta.-

Mira, Señor, los dones de la Iglesia suplicante; Y haz que los reciban los fieles para su salud y perpetua san­tificación. Por nuestro Señor .Jesucristo.

Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, om­nipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en  la individualidad de una sola persona; sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción, De suerte, que confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la pro­piedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz.

Comunión. Luc. 15.10.-

Yo os digo que habrá gran alborozo entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia.

Poscomunión.-

Señor, que tus santos misterios nos den vida, laven nuestras culpas, y nos vayan disponiendo a recibir las eternas misericordias. Por N. S.

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN LATÍN

Dominica Tertia post Pentecosten  II Classis

Introitus: Ps. xxiv: 16 et 18

Respice in me, et miserére mei, Dómine: quóniam únicus, et pauper sum ego: vide humilitátem meam, et labórem meum: et dimítte ómnia peccáta mea, Deus meus. [Ps. ibid., 1-2]. Ad te Dómine, levávi ánimam meam: Deus meus, in te confído, non erubéscam. [V.] Glória Patri. Respice.

 Oratio:

Protéctor in te sperántium, Deus, sine quo nihil est válidum, nihil sanctum: multíplica super nos misericórdiam tuam; ut, te rectóre, te duce, sic transeámus per bona temporália, ut non amittámus ætérna. Per Dóminum.

1 Petri. v: 6-11

Léctio Epístolæ beáti Petri Apóstoli.

Caríssimi: Humiliámini sub poténti manu Dei, ut vos exáltet in témpore visitatiónis: omnem sollicitúdinem vestram projiciéntes in eum, quóniam ipsi cura est de vobis. Sóbrii estóte, et vigiláte: quia adversárius vester diábolus tamquam leo rúgiens círcuit, quærens quem dévoret: cui resístite fortes in fide: sciéntes eámdem passiónum ei, quæ in mundo est, vestræ fraternitáti fieri. Deus autem omnis grátiæ, qui vocávit nos in ætérnam suam glóriam in Christo Jesu, módicum passos ipse perfíciet, confirmábit, solidabítque. Ipsi glória, et impérium in sǽcula sæculórum. Amen.

Graduale Ps. liv: 23, 17, et 19

Jacta cogitátum tuum in Dómino: et ipse te enútriet. V. Dum clamárem ad Dóminum, exaudívit vocem meam ab his, qui appropínquant mihi.

Allelúja, allelúja. [Ps. vii: 12] Deus judex justus, fortis et pátiens, numquid iráscitur per singulos dies? Allelúja.

Luc. xv: 1-10

+  Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam

In illo témpore: Erant appropinquántes ad Jesum publicáni et peccatóres, ut audírent illum. Et murmurábant pharisǽi et scribæ, dicéntes: «Quia hic peccatóres récipit, et mandúcat cum illis.» Et ait ad illos parábolam istam, dicens: «Quis ex vobis homo, qui habet centum oves: et si perdíderit unam ex illis, nonne dimíttit nonagintanóvem in desérto, et vadit ad illam, quæ períerat, donec invéniat eam? Et cum invénerit eam, inpónit in húmeros suos gaudens: et véniens domum cónvocat amícos et vicínos, dicens illis: “Congratulámini mihi, quia invéni ovem meam, quæ períerat”? Dico vobis quod ita gaudium erit in cælo super uno peccatóre pæniténtiam agénte, quam super nonagintanóvem justis qui non índigent pæniténtia. Aut quæ múlier habens drachmas decem, si perdíderit drachmam unam, nonne accéndit lucérnam, et evérrit domum et quærit diligénter, donec invéniat? Et cum invénerit cónvocat amícas et vicínas dicens: “Congratulámini mihi, quia invéni drachmam quam perdíderam”? Ita dico vobis: gáudium erit coram Angelis Dei super uno peccatóre pæniténtiam agénte.»

Offertorium: Ps. ix: 11, 12, et 13.

Sperent in te omnes, qui novérunt nomen tuum, Dómine: quóniam non derelínquis quæréntes te: psállite Dómino, qui hábitat in Sion: quóniam non est oblítus oratiónem páuperum.

Secreta:

Respice, Dómine, múnera suplicántis Ecclésiæ: et salúti credéntium perpétua sanctificatióne suménda concéde. Per Dóminum.

 Communio: Luc. xv: 10

Dico vobis: gáudium est Angelis Dei super uno peccatóre pæniténtiam agénte.

 Postcommunio:

Sancta tua nos, Dómine sumpta vivíficent: et misericórdiæ sempitérnæ prǽparent expiátos. Per Dóminum.

DEL TOMO 4 DEL AÑO CRISTIANO DE DOM GUERANGER.

La Misa de este día es la del tercer Domingo después de Pentecostés que se halla íntimamente relacionada con las fiestas que hemos celebrado. Los últimos decretos romanos la han asignado al Domingo infraoctava del Sagrado Corazón; como segunda colecta se dice la de la fiesta. Será fácil demostrar la adaptación fiel y natural de los textos de esta Misa del III Domingo después de Pentecostés a la Octava de la fiesta , del Corazón sacratísimo de Jesús, de suerte que parecen estar compuestos para ella.

El alma fiel ha visto el desarrollo sucesivo de los Misterios del Salvador en la Liturgia. El Espíritu Santo ha descendido para sostenerla en esta otra etapa de la carrera, donde sólo se desarrollará la fecunda simplicidad de la vida cristiana. La instruye y la forma en las prescripciones del Maestro divino que ascendió a los cielos. Y lo primero la enseña a orar, porque la oración, decía el Señor, es obra de todos los días y de todos los instantes, y con todo eso, no sabemos qué es lo que hemos de pedir, ni cómo debemos hacerlo. Pero lo sabe quien nos ayuda en nuestra indigencia, y el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inenarrables.

En el Introito y en toda la Misa del Domingo infraoctava del Sagrado Corazón, se respira, pues, este aroma de oración, apoyada sobre el humilde arrepentimiento de las faltas pasadas, y de confianza en la misericordia infinita.

EPISTOLA: LAS PRUEBAS Y SU MÉRITO. —

Las miserias de esta vida son las pruebas a que Dios somete a sus soldados para juzgarlos y clasificarlos en la otra según sus méritos. Todos, pues, en este mundo tienen su parte en el sufrimiento. El concurso está abierto, trabado el combate; el Arbitro de los juegos examina y compara; pronto dará su sentencia sobre los méritos de los di versos combatientes y los llamará, del ardor de la arena, al reposo del trono en que se sienta El mismo. ¡Felices entonces aquellos que, viendo en la prueba la mano de Dios, se sometieron a esta mano poderosa con amor y confianza! Nada habrá podido contra estas almas fuertes en la fe el rugiente león. Sobrias y vigilantes en esta etapa de su peregrinación, sin reparar en su papel de victimas, sabedoras de que todo se halla sometido al dolor en este mundo, unieron alegremente sus padecimientos a los de Cristo, y saltarán de gozo en la manifestación eterna de su gloria, que será su herencia eternamente.

EVANGELIO: EL PRECIO DE LAS ALMAS. —

Esta parábola de la oveja devuelta al redil en hombros del Pastor,- era muy querida de los primeros cristianos; se la encuentra representada por todas partes en los monumentos de los primeros siglos. Nos recuerda a Nuestro Señor Jesucristo, que no ha mucho; entró triunfante en los cielos, llevando consigo a la humanidad perdida y reconquistada. «Porque,» ¿quién es el Pastor de nuestra parábola, exclama, San Ambrosio, sino Cristo que te lleva en su cuerpo, y ha cargado con tus pecados? Esta oveja es una en su género, no en el número. ¡Pastor afortunado, de cuyo rebaño formamos nosotros la centésima parte! Porque se halla compuesto de Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Potestades, Tronos, etc., etc., innumerables rebaños que ha dejado en los montes para ir en busca de la oveja descarriada.'»

La parábola de la dracma perdida y vuelta a encontrar, expone, en forma más familiar aún, y de un modo festivo, esta misma doctrina, que es verdaderamente el centro de la enseñanza del Salvador. Por los pecadores se encarnó el Verbo y quisotomar un corazón de carne para testimoniarles su amor, y quiso también que se supiere que una de sus mayores glorias es encontrar un alma perdida; sus amigos del cielo participan de esta gloria, quiere que todos la experimenten. Nosotros también, sobre la tierra, tenemos derecho a esta participación. ¿Cómo podrían permanecer indiferentes a este bien, aquellos que aman al Sagrado Corazón y se unen íntimamente a todos sus sentimientos? Pero, reconcentrándonos en nosotros mismos, debemos añadir a la alegría y alabanza que hace renacer, un sentimiento de profunda gratitud, diciendo con San Juan Eudes: «¡Qué te devolveré, oh mi Salvador, y qué haré por tu amor, a Ti que me has librado de caer en los profundos abismos del infierno, tantas veces como yo me he expuesto con mis pecados, o que hubiera caído, si tu bondadosísimo Corazón no me hubiera preservado!».

29 de junio: Festividad de San Pedro y San Pablo

FIESTA DE PRECEPTO

TEXTOS DEL PROPIO DE LA MISA EN ESPAÑOL

INTROITO Hch 12, 11. Sal. 138, 1-2

Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su Ángel, y me ha librado de las manos de Herodes y burlado la expectación del pueblo de los judíos. V/.  Me probaste, Señor y me  conociste: Tú sabes cuándo me siento y cuando me levanto.  V/. Gloria.

COLECTA

Oh Dios que consagraste este día con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo: concede a tu Iglesia que siga en todo las enseñanzas de aquellos, por quienes fue iniciada en la religión. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

EPISTOLA  Hch 12, 1-11

Lección de los Hechos de los Apóstoles

Por aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos.  Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de «los panes Acimos».  Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua.  Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él.  La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!». Entonces las cadenas se le cayeron de las manos.  El Ángel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias» y Pedro lo hizo. Después de dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme». Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Angel, sino que creía tener una visión.  Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él.  Pedro, volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío».

GRADUALE Sal 44,17-18

Los constituirás príncipes sobre toda la tierra; conservarán la memoria de tu nombre, oh Señor. V/.  En lugar de tus padres, te nacerán hijos; por eso los pueblos te ensalzarán.

Aleluya. Aleluya. V/. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.  Aleluya.

EVANGELIO  Mt 16, 13-19

Lectura del Santo Evangelio según san Mateo.

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?».  Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo»

OFERTORIO  Sal 44, 17-18

Los constituirás príncipes sobre toda la tierra; y conservarán tu nombre, Señor, de generación en generación.

SECRETA

Haz, oh Señor, que acompañe a estas hostias, que ofrecemos para consagrarlas en tu honor, la oración de los Santos Apóstoles, y concédenos ser por ella purificados y protegidos. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

PREFACIO DE APÓSTOLES

En verdad es justo y necesario, equitativo y saludable, rogaros, Señor, Pastor eterno, no desamparéis a vuestra grey, sino que por vuestros santos Apóstoles la guardéis con protección continua, para que la gobiernen los mismos vicarios  que establecisteis por Pastores suyos. Por eso, con los ángeles y arcángeles, con los tronos y dominaciones y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

ANTÍFONA DE COMUNIÓN    Mt 16, 18

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

ORACIÓN POSTCOMUNIÓN

Defiende, oh Señor, contra toda adversidad, por la intercesión de tus Apóstoles, a los que acabas de alimentar con el manjar celestial.  Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

TEXTOS DE LA MISA EN LATIN

INTROITO Hch 12, 11. Sal138, 1-2

Nunc scio vere, quia misit Dóminus Angelum suum: et erípuit me de manu Heródis, et de omni exspectatióne plebis Judæórum. V/. Domine, probásti me, et cognovísti me: tu cognovísti sessiónem meam, et resurrectiónem meam. V/.  Glória Patri.

COLECTA

Deus, qui hodiérnam diem Apostolórum tuórum Petri et Pauli martýrio consecrásti: de Ecclésiæ tuæ, eórum in ómnibus sequi præcéptum; per quos religiónis sumpsit exórdium. Per Dóminum nostrum Iesum Christum Fílium tuum, qui tecum vívit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sæcula sæculórum. Amen.

EPISTOLA  Hch 12, 1-11

Léctio Actuum Apostolórum.

In diébus illis: misit Heródes rex manus, ut afflígeret quosdam de ecclésia. Occídit autem Jacóbum fratrem Joánnis gladio. Videns autem quia placéret Judǽis, appósuit apprehénderet et Petrum. Erant autem dies Azymórum. Quem cum apprehendísset, misit in cárcerem, tradens quáttuor quaterniónibus mílitum custodiéndum, volens post Pascha prodúcere eum pópulo. Et Petrus quidem servabátur in cárcere. Orátio autem fiébat sine intermissióne ab ecclésia ad Deum pro eo. Cum autem productúrus eum esset Heródes, in ipsa nocte erat Petrus dórmiens inter duos mílites, vinctus caténis duábus: et custódes ante óstium custodiébant cárcerem. Et ecce Angelus Dómini ástitit: et lumen refúlsit in habitáculo: percussóque látere Petri, excitávit eum, dicens: «Surge velociter.» Et cecidérunt caténæ de mánibus ejus. Dixit autem angelus ad eum: «Præcíngere, et cálcea te cáligas tuas.» Et fecit sic. Et dixit illi: «Circúmda tibi vestiméntum tuum, et séquere me.» Et éxiens sequebátur eum, et nesciébat quia verum est, quod fiébat per Angelum: existimábat autem se visum vidére. Transeúntes autem primam et secúndam custódiam, érunt ad portam férream, quae ducit ad civitátem: quae ultro apérta est eis. Et exeúntes processérunt vicum unum: et contínuo discéssit Angelus ab eo. Et Petrus ad se revérsus, dixit: «Nunc scio vere, quia misit Dóminus Angelum suum. et erípuit me de manu Heródis, et de omni expectatióne plebis Judæórum.»

GRADUAL Sal 44,17-18

Constítues eos príncipes super omnem terram: mémores erunt nóminis tui, Dómine. V/.   Pro pátribus tuis nati sunt tibi fílii: proptérea pópuli confitebúntur tibi.

Alleluia, alleluia. V/. Mt 16, 18.- Tu es Petrus, et super hanc petram ædificábo Ecclésiam meam. Alleluia.

EVANGELIO  Mt 16, 13-19

Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

In illo témpore: Venit Jesus in partes Cæsaréæ Philíppi, et interrogábat discípulos suos, dicens: «Quem dicunt hómines esse Fílium hóminis?» At illi dixérunt: «Álii Joánnem Baptístam, álii autem Elíam, álii vero Jeremíam, aut unum ex prophétis.» Dicit illis Jesus: «Vos autem quem me esse dicitis?» Respóndens Simon Petrus, dixit: «Tu es Christus, Fílius Dei vivi.» Respondens autem Jesus, dixit ei: «Beatus es, Simon Bar Jona: quia caro et sanguis non revelábit tibi, sed Pater meus, qui in cælis est. Et ego dico tibi, quia tu es Petrus et super hanc petram ædificábo Ecclésiam meam, et portæ ínferi non prævalébunt advérsus eam. Et tibi dabo claves regni cælórum. Et quodcúmque ligáveris super terram, erit ligatum et in cælis: et quodcúmque sólveris super terram, erit solútum et in cælis.»

OFERTORIO  Sal 44, 17-18

Constítues eos príncipes super omnem terram: mémores erunt nóminis tui, Dómine, in omni progénie et generatióne.

SECRETA

Hostias, Dómine, quas nómini tuo sacrándas offérimus, apostólica prosequátor orátio: per quam nos expiári tríbuas, et deféndi. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Fílium tuum, qui tecum vívit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sæcula sæculórum.  Amen.

PREFACIO DE APÓSTOLES

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te, Dómine, supplíciter exoráre, ut gregem tuum, Pastor ætérne, non déseras: sed per beátos Apóstolos tuos, contínua protectióne custódias: Ut iísdem rectóribus gubernétur, quos óperis tui vicários eídem contulísti præésse pastóres. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes:

ANTÍFONA DE COMUNIÓN    Mt 16, 18

Tu est Petrus, et super hanc petram ædificábo Ecclésiam meam.

ORACIÓN POSTCOMUNIÓN

Quos cælésti, Dómine, aliménto satiásti: apostólicis intercessiónibus ab omni adversitáte custódi. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Fílium tuum, qui tecum vívit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sæcula sæculórum. Amen.

Adjunto un archivo descargable del Año Cristiano de Croisset que puede servir de sermón del día de la fiesta.