Los Padres del desierto. Abba Abraham, Ares y Alonio

ABBA ABRAHAM

1. Contaban acerca de un anciano que pasó cincuenta años sin comer pan ni beber vino fácilmente, y que decía: “He matado a la fornicación, a la avaricia y a la vanagloria”. Al oír que hablaba de este modo, fue abba Abraham a verlo y le dijo: “¿Dijiste tú tales cosas?”. Respondió: “Sí”. Abba Abraham le dijo: “Mira, si entras en tu celda y encuentras una mujer sobre tu lecho, ¿puedes acaso pensar que no es una mujer?”. Respondió: “No, pero lucharé contra mi pensamiento, para no tocarla”. Le dijo abba Abraham: “No la has muerto, entonces, sino que todavía vive en ti la pasión, pero está atada. Imagina también que pasando ves oro entre piedras y ladrillos, ¿puede tu pensamiento considerarlo como si fueran del mismo valor?”. Respondió: “No, pero lucharé contra el pensamiento, para no recogerlo”. El anciano le dijo: “Vive (la pasión), pero está atada.” Le dijo abba Abraham: “Si oyes de dos hermanos, que el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti, y sucede que vienen ambos a verte, ¿recibirás a los dos del mismo modo?”. Dijo: “No, pero lucharé contra el pensamiento para obrar bien tanto con el que me odia como con el que me ama”. Le dijo abba Abraham: “Viven entonces las pasiones, y son solamente sojuzgadas por los santos”.

2. Interrogó un hermano a abba Abraham, diciendo: “Si tuviera que comer muchas veces, ¿qué sería esto?”. Respondiendo, dijo el anciano: “¿De qué hablas, hermano? ¿Tanto comes? ¿O te crees que has venido a trillar?”.

3. Relató abba Abraham de un monje de Escete que era escriba y no comía pan. Un hermano fue a verlo, y le rogaba que le copiase un libro. El anciano, que tenía su espíritu en la contemplación, lo escribió omitiendo frases y sin puntuación. El hermano, al tomar el libro, vio que le faltaban frases y dijo al anciano: “Abba, faltan frases”. El anciano le respondió: “Vete, y pon primero en práctica las que están escritas, y después ven y te escribiré las que faltan”.

ABBA ARES

1. Fue abba Abraham donde abba Ares, y cuando se hubieron sentado llegó un hermano para ver al anciano, y le dijo: “Dime qué debo hacer para salvarme”. Él le respondió: “Ve y haz esto durante un año: come al atardecer pan con sal, y ven otra vez entonces y hablaré contigo”. Así lo hizo. Al cumplirse el año, fue nuevamente el hermano adonde estaba abba Ares. Se encontraba allí abba Abraham. Nuevamente le dijo el anciano al hermano: “Ve, y durante este año ayuna día por medio”. Cuando el hermano se hubo retirado, dijo abba Abraham a abba Ares: “¿Por qué impones a todos los hermanos un yugo liviano, pero a éste infliges un fuerte peso?”. Le respondió el anciano: “Los hermanos según lo que buscan oír, se van, pero éste viene a escuchar la palabra de Dios.

Es un buen obrero: hace con diligencia lo que le digo. Por eso, le digo la palabra de Dios”. Abraham: “Si oyes de dos hermanos, que el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti, y sucede que vienen ambos a verte, ¿recibirás a los dos del mismo modo?”. Dijo: “No, pero lucharé contra el pensamiento para obrar bien tanto con el que me odia como con el que me ama”. Le dijo abba Abraham: “Viven entonces las pasiones, y son solamente sojuzgadas por los santos”.

2. Interrogó un hermano a abba Abraham, diciendo: “Si tuviera que comer muchas veces, ¿qué sería esto?”. Respondiendo, dijo el anciano: “¿De qué hablas, hermano? ¿Tanto comes? ¿O te crees que has venido a trillar?”.

3. Relató abba Abraham de un monje de Escete que era escriba y no comía pan. Un hermano fue a verlo, y le rogaba que le copiase un libro. El anciano, que tenía su espíritu en la contemplación, lo escribió omitiendo frases y sin puntuación. El hermano, al tomar el libro, vio que le faltaban frases y dijo al anciano: “Abba, faltan frases”. El anciano le respondió: “Vete, y pon primero en práctica las que están escritas, y después ven y te escribiré las que faltan”.

ABBA ALONIO

1. Dijo abba Alonio: «Si el hombre no dice en su corazón: “Yo solo y Dios estamos en el mundo”, no tendrá descanso».

2. Dijo también: “Si no destruyo todo, no podré reedificarme a mí mismo”.

3. Dijo el mismo: “Si lo quisiera el hombre desde la mañana hasta la tarde llegará a la medida divina”.

4. Preguntó abba Agatón a abba Alonio, diciendo: “¿Cómo podré dominar mi lengua para no decir mentira?”. Le respondió abba Alonio: “Si no mientes, cometerás muchos pecados”. Le preguntó: “¿Cómo?”. Le dijo el anciano: «Dos hombres cometieron un homicidio en tu presencia, y uno de ellos huyó a tu celda. Lo busca el magistrado y te pregunta: “¿No se cometió un homicidio en tu presencia?”. Si no mientes, entregas al hombre a la muerte. Conviene más que lo abandones sin ligaduras de Dios porque el lo sabe todo”.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto. Abba Amun y Abba Anub

ABBA AMÚN DE NITRIA

1. Abba Amún de Nitria visitó a abba Antonio y le dijo: “Yo he trabajado más que tú, ¿cómo es que tu nombre es más grande que el mío entre los hombres? Le respondió abba Antonio: “Porque yo amo a Dios más que tú”.

2. Decían de abba Amún que una medida de trigo le bastaba para dos meses. Fue en una ocasión a ver a abba Pastor y le dijo: “Si voy a la celda de mi vecino o viene él a la mía por alguna necesidad, tenemos miedo de conversar porque no sobrevenga una conversación extraña”. El anciano le dijo: “Haces bien, porque la juventud necesita vigilancia”. Le dijo abba Amún: “¿Qué hacían los ancianos?”. Respondió: “Los ancianos adelantados en la virtud no tenían en ellos nada exterior ni de extraño en su boca, para hablar de ello”. Dijo Amún: “Si se presenta la necesidad de hablar con el vecino, ¿prefieres que hable de las Escrituras o de las palabras de los ancianos?”. Le respondió el anciano: “Si no puedes callar, es mejor hablar de las palabras de los ancianos que de las Escrituras. Puesto que el peligro no es pequeño”.

3. Un hermano fue desde Escete hasta donde estaba Amún, y le dijo: “Mi abba me manda para un servicio, pero temo la fornicación”. Le dijo el anciano: «Cuando llegue la tentación a ti, di: “¡Oh! Dios de los ejércitos, líbrame por las oraciones de mi abba”». Un día, una virgen se encerró con él, y el monje clamó con voz fuerte: “Dios de mi abba líbrame”, y se encontró en seguida en el camino que conduce a Escete.

ABBA ANUB

1. Abba Juan contaba que abba Anub y abba Pastor, con los restantes hermanos, nacidos del mismo vientre y que se habían hecho monjes en Escete, partieron cuando vinieron los maniqueos y lo devastaron la primera vez, y se retiraron a un lugar llamado Terenutis hasta decidir dónde les convenía habitar. Y permanecieron allí algunos días en un antiguo templo. Dijo abba Anub a abba Pastor: “Hazme la caridad, tú y cada uno de los hermanos habiten solos y separadamente, sin encontrarnos en toda la semana”. Respondió abba Pastor: “Haremos como tú quieres”. Y lo hicieron así. Había en el templo un ídolo de piedra. Todas las mañanas el anciano abba Anub se levantaba al amanecer y tiraba piedras al rostro del ídolo, y por la tarde le decía: “Perdóname”. Pasó la semana haciendo esto. Al fin, el sábado se reunieron y abba Pastor preguntó a abba Anub: “Te he visto apedrear durante toda la semana el rostro de la estatua, abba, y pedirle después perdón, si eres hombre de fe ¿cómo haces eso?”. Le respondió el anciano: “Esto lo hice por ustedes. Me vieron echar piedras al rostro de la imagen ¿acaso habló o se enojó?”. Abba Pastor dijo: “No”. «Y después, cuando me postré en una metanía, ¿acaso se turbó y dijo: “No te perdono?”». Abba Pastor dijo: “No”. El anciano le dijo entonces: “Nosotros somos siete hermanos. Si quieren que habitemos juntos hemos de ser como esta estatua, que no se turba así se la insulte o se la alabe. Pero si no quieren vivir de este modo, hay cuatro puertas en el templo. Vaya cada uno adonde le plazca”. Todos se echaron por tierra diciendo a abba Anub: “Haremos como tú dices, abba, y obedeceremos lo que nos mandes”. Dijo abba Pastor: «Permanecimos juntos todo el tiempo, haciendo la palabra que nos decía el anciano. Puso él a uno de nosotros como ecónomo, y lo que nos daba, eso comíamos, y ninguno podía decir: “Tráenos otra cosa”, o: “No podemos comer de esto”. Pasamos de este modo todo nuestro tiempo en la quietud y la paz».

2. Dijo abba Anub: “Desde que el nombre de Cristo fue pronunciado sobre mí no ha salido una mentira de mi boca”.

Apotegmas de los padres del desierto.

Los padres del desierto. Abba Aquiles y Abba Amoes

1. Fueron tres ancianos a visitar a abba Aquiles, y uno de ellos tenía mala reputación. Uno de los ancianos le dijo: “Abba, hazme una red”. Le respondió: “No lo haré”. Otro le dijo: “Hazlo, por caridad, para que tengamos un recuerdo tuyo en el monasterio”. Respondió. “No tengo tiempo”. El tercero, el que tenía mala reputación, dijo: “Hazme una red, para tener algo salido de tus manos, abba”. Le respondió en seguida, diciendo: “La haré para ti”. Los otros dos ancianos le dijeron aparte: «¿Por qué cuando te lo pedimos nosotros no quisiste hacerlo, y a éste le dices: “La haré para ti?”». El anciano respondió: «Les dije: “No lo haré, y no se entristezcan, pensando que yo no tendría tiempo”; pero si yo no lo hiciera para este otro, diría: “Es porque el anciano ha oído hablar de mi falta que no quiere hacerlo”. En seguida cortamos la cuerda. Desperté su alma, para que no a consumiese la tristeza (cf. 2 Co 2,7)».

2. Dijo abba Bitimio: «Bajaba yo una vez hacia Escete, y me dieron unas pocas frutas para que las regalase a los ancianos. Llamé a la celda de abba Aquiles para, ofrecérselas, pero él me dijo: “En verdad, hermano, no quiero que llames aunque fuese maná (lo que traes), ni vayas tampoco a otra celda”. Me retiré a mi celda y llevé las frutas a la iglesia».

3. Fue una vez abba Aquiles a la celda de abba Isaías en Escete, y lo encontró comiendo. Había puesto en un plato sal y agua. El anciano, al ver que lo ocultaba detrás de las esteras, te dijo: “Dime, ¿qué estás comiendo?”. Le respondió: “Perdóname, abba, estaba cortando palmas y subí a causa del calor, y me eché a la boca un mordisco con sal, pero por el calor ardió mi garganta y no baja el bocado. Por eso, me vi obligado a echar un poco de agua en la sal, para poder comer. Perdóname, entonces”. Dijo el anciano: “Vengan y vean a Isaías comiendo una salsa en Escete. Si quieres comer una salsa, sube a Egipto”.

4. Fue un anciano a visitar a abba Aquiles. Vio que salía sangre de su boca y te preguntó: “¿Qué es esto, abba?”. El anciano respondió: “La palabra de un hermano me entristeció, y luché para no decírselo. Rogué a Dios que la quitase de mí, y mí pensamiento se convirtió en sangre en mi boca. Lo escupí, y ahora estoy tranquilo y he olvidado la pena”.

5. Dijo abba Amoes: «Fuimos abba Bitimio y yo adonde estaba abba Aquiles, y le oímos meditar esta frase: Jacob, no temas bajar a Egipto (Gn 46,3). Estuvo mucho tiempo meditando esta frase. Cuando llamamos nos abrió y nos preguntó: “¿De dónde son?”. Tuvimos miedo de decirle que veníamos de Kellia, y dijimos: “De la montaña de Nitria”. Dijo: “¿Qué puedo hacer por ustedes, que son de tan lejos?”. Y nos hizo entrar. Lo encontramos trabajando por la noche y haciendo muchas esteras. Le rogamos que nos dijera una palabra. Él dijo: “Desde el atardecer hasta este momento he tejido veinte medidas (de seis pies), y no tengo necesidad de ello. Pero es para que no se indigne Dios y me acuse, diciendo: ‘¿Cómo es que, pudiendo trabajar, no trabajas?’. Por eso me esfuerzo y hago todo lo que puedo”. Y nos retiramos edificados».

6. Otra vez, un gran anciano vino desde la Tebaida hasta donde estaba abba Aquiles, y le dijo: “Abba, estoy tentado por tu causa”. Le contestó: “Vamos, ¡también tú, anciano! ¿Así que estás tentado por mi causa?”. El anciano le dijo, por humildad: “Sí, abba”. Estaba sentado junto a la puerta un viejo ciego y cojo. El anciano dijo: “Desearía permanecer aquí durante algunos días, pero no puedo hacerlo por este anciano”. Al oírlo abba Aquiles se admiró de su humildad y dijo: “Esto no es fornicación, sino envidia de los malos espíritus”.

1. Decían acerca de abba Amoes que cuando iba a la iglesia no permitía a su discípulo caminar junto a él, sino alejado. Si se acercaba para preguntar sobre los pensamientos, apenas le había respondido lo apartaba diciendo: “No sea que mientras nosotros hablamos de cosas útiles, se introduzca una conversación extraña; por eso no te permito que estés junto a mí”.

2. Dijo abba Amoes a abba Isaías, al principio: “¿Cómo me ves ahora?”. Le respondió: “Como un ángel, abba”. Más tarde le preguntó: “¿Cómo me ves ahora?”. Le dijo: “Como Satanás. Aunque me digas una palabra buena es para mí como una espada”.

3. Decían de abba Amoes que estuvo enfermo y permaneció acostado durante varios años, y nunca permitió a su pensamiento ocuparse de la parte posterior de su celda para ver lo que tenía allí. A causa de su enfermedad le llevaban muchas cosas, y cuando su discípulo Juan entraba y salía, cerraba los ojos para no ver lo que hacía. Sabía, en efecto, que era un monje fiel.

4. Contaba abba Pastor que un hermano fue a pedir una palabra a abba Amoes. Aunque permaneció siete días con él, el anciano no le respondió. Al fin, al despedirlo le dijo: “Ve, y está atento a ti mismo. Mis pecados se han vuelto para mí como un muro oscuro entre Dios y yo”.

5. Decían de abba Amoes que había hecho cincuenta medidas de trigo para sí, y las había puesto al sol. Antes de que estuvieran bien secas, vio en ese lugar algo que no era útil para él, y dijo a sus discípulos: “Vayámonos de aquí”. Ellos se entristecieron mucho. Al verlos tristes les dijo: “¿Se entristecen a causa de los panes? En verdad, yo he visto huir a algunos, dejando sus celdas blanqueadas y sus libros de pergamino, y no cerraban las puertas sino que partieron y quedaron abiertas”.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.

Los Padres del desierto. Abba Ammonas

1. Interrogó un hermano a abba Ammonas, diciendo: “Dime una palabra”. El anciano le dijo: «Ve, haz tu pensamiento como el de los reos en la cárcel. Ellos, en efecto, preguntan siempre a los hombres dónde está el jefe y cuándo vendrá, y suspiran por su venida. Del mismo modo, el monje debe siempre esperar y acusar a su alma diciendo: “¡Ay de mí! ¿Cómo podré presentarme al tribunal de Cristo? ¿Cómo ejerceré mi defensa?”. Si meditas esto continuamente, podrás salvarte».

2. Decían de abba Ammonas que había matado un basilisco. Al internarse en el desierto para buscar agua del lago vio al basilisco, y se postró diciendo: “Señor, muera yo o muera él”. Y en el acto estalló el basilisco, por el poder de Cristo.

3. Dijo abba Ammonas: “Estuve en Escete durante catorce años, rogando a Dios noche y día que me otorgara la gracia de vencer la ira”.

4. Contaba uno de los padres que había un anciano en Kellia que era esforzado y llevaba una estera. Fue a ver a abba Ammonas. Vio éste al anciano llevando la estera y le dijo: “Esto no te sirve de nada”. Le preguntó el anciano: “Tres pensamientos me molestan: vagar por los desiertos, irme al extranjero donde nadie me conozca, o encerrarme en una celda sin recibir a nadie y comiendo cada dos días”. Le respondió abba Ammonas: “No te conviene realizar ninguna de estas tres cosas, más bien permanece en tu celda, come un poco cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás”.

5. Unos hermanos sufrieron una tribulación en el lugar en que habitaban, y deseando abandonarlo acudieron adonde estaba abba Ammonas. El anciano estaba sobre, una barca, y al verlos caminando por la costa del río dijo a los marineros: “Déjenme en tierra”. Llamando a los hermanos les habló así: “Yo soy Ammonas, a quien querían ver”. Consolando sus corazones, los hizo regresar al lugar de donde habían partido. La dificultad no procedía del alma, sino que era una aflicción humana.

6. Quería en una ocasión abba Ammonas atravesar el río, y al ver preparado el trasbordador, subió y se sentó en él. Había otra barca que cruzaba por el mismo sitio, y llevaba pasajeros. Le dijeron: “Ven tú también, abba; atraviesa con nosotros”. Él les dijo: “No subiré sino en un trasbordador público”. Tenía un ramo de hojas de palma, y estaba sentado tejiendo y deshaciendo y tejiendo nuevamente, durante el tiempo que permaneció en el trasbordador. Así atravesó el río. Los hermanos le preguntaron, haciendo una metanía: “¿Por qué has hecho esto?”. El anciano les dijo: “Para marchar sin ninguna preocupación del espíritu. Pero esto es un ejemplo, para que hagamos en paz el camino hacia Dios”.

7. Fue una vez abba Ammonas a visitar a abba Antonio y perdió el camino. Se sentó y durmió un rato, y levantándose del sueño oró a Dios diciendo: “Te pido, Señor y Dios mío, no pierdas a tu criatura”. Se le apareció una como mano de hombre suspendida en el cielo, mostrándole el camino, hasta que llegó a la cueva de abba Antonio y se detuvo frente a ella.


8. Al mismo abba Ammonas predijo abba Antonio que progresaría en el temor de Dios. Lo llevó fuera de la celda y, mostrándole una piedra, le dijo: “Injuria a esa piedra y golpéala”. Así lo hizo. Le preguntó abba Antonio: “¿Habló la piedra? “. Respondió: “No”. Abba Antonio le dijo: “También tú llegarás a esta medida”. Y así sucedió. De tal manera adelantó abba Ammonas que, por su gran bondad, no conocía la malicia. Cuando fue hecho obispo le presentaron una joven encinta diciendo: “Ella ha hecho esto, castígala”. Pero él hizo la señal de la cruz sobre el vientre de la joven y mandó que le diesen seis pares de sábanas, diciendo: “No suceda que, llegado el parto, muera ella o el niño, y no encuentren para la sepultura”. Los que acusaban a la mujer le dijeron: “¿Por qué has hecho esto? ¡Castígala!”. Les respondió: “Miren, hermanos, que está cerca la muerte, ¿qué debo hacer yo?”. Los despidió, y no se atrevió ningún anciano a condenar a nadie.

9. Contaban de él que fueron algunos que debían ser juzgados por él. El anciano se hacía el loco. Una mujer que estaba allí cerca dijo: “Este viejo está loco”. Al oírla el anciano llamó a la mujer y le dijo: “¡Cuánto he debido esforzarme en los desiertos para adquirir esta locura, y hoy tengo que perderla por tu culpa!”.

10. Fue una vez abba Ammonas a comer a un lugar donde habitaba un hombre de mala reputación. Sucedió que llegó una mujer y entró en la celda del hermano de mala fama. Sus vecinos, al saberlo, se turbaron, y se reunieron para expulsarlo de la celda. Supieron entonces que se encontraba allí el obispo Ammonas, y fueron a pedirle que se uniera a ellos. Cuando el hermano lo supo, tomó a la mujer y la escondió en un tonel. Al llegar con la muchedumbre, abba Ammonas sabía lo sucedido, pero lo disimuló por Dios. Entró y sentándose sobre el tonel, mandó revisar la celda. Después de que hubieron buscado por todas partes sin encontrar a la mujer, dijo abba Ammonas: “¿Qué es esto? Dios los perdone”. Después de orar los hizo marcharse, y tomando la mano del hermano, le dijo: “Hermano, cuídate”. Y dichas estas palabras se retiró.

11. Preguntaron a abba Ammonas sobre el camino angosto y duro (Mt 7,14), y respondió: “El camino angosto y duro es este: obligar a sus pensamientos y cortar las voluntades propias por Dios. Esto es también aquello de: Hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los Padres del Desierto. Abba Agatón

CONTINUACION

26. Dijo abba Agatón: “Si fuera posible hallar a un leproso a quien darle mi cuerpo y recibir en cambio el suyo, lo haría con gusto. Esta es la verdadera caridad”.

27. Se decía también de él que una vez fue a la ciudad a vender sus productos, y encontró a un hombre extranjero que yacía enfermo en la calle y no tenía quien lo cuidase. Permaneció el anciano con él, alquiló una habitación que pagó con el precio de su trabajo, dedicando el resto de su dinero a las necesidades del enfermo. Así estuvo cuatro meses, hasta que el enfermo curó y el anciano volvió entonces en paz a su celda.

28. Relataba abba Daniel: «Antes que abba Arsenio viniese donde mis padres (abba Alejandro y abba Zoilo), habitaban éstos con abba Agatón. Abba Agatón amaba a abba Alejandro porque era asceta y discreto. Fueron en una ocasión todos los discípulos a lavar los juncos en el río, pero abba Alejandro lavaba con mesura. Los demás hermanos dijeron al anciano: “El hermano Alejandro no hace nada”. Deseando curarlos, le dijo (abba Agatón): “Hermano Alejandro, lávalos bien, porque son de lino”. Al oírlo, se entristeció. Pero el anciano lo consoló después, diciendo: ¿Acaso no sabía yo que estabas haciendo bien? Pero dije eso delante de los demás para curar su mal pensamiento con tu obediencia, hermano”».


29. Decían de abba Agatón que se esforzaba por cumplir todo lo mandado. Si viajaba en una nave, era el primero en remar; si lo recibían los hermanos, después de la oración era su mano la que preparaba la mesa. Estaba lleno del amor de Dios. Cuando se acercaba el momento de su muerte, permaneció tres días con los ojos abiertos, sin moverlos. Lo animaron los hermanos, diciendo: “Abba Agatón, ¿dónde estás?”. Les respondió: “Estoy delante del juicio de Dios”. Le dijeron: “¿Tú también temes, abba?”. Les dijo: “He hecho cuanto he podido por cumplir los mandamientos de Dios. Pero soy hombre ¿cómo sabré si mi esfuerzo ha agradado a Dios?”. Los hermanos le dijeron: “¿No confías en el trabajo que hiciste para Dios?”. El anciano respondió: “No confío, hasta que no vea a Dios. Porque es diferente el juicio de Dios del de los hombres”. Quisieron preguntarle más, pero les dijo: “Háganme la caridad, no me hablen más porque estoy ocupado”. Y partió con alegría. Lo vieron irse como quien saluda a sus amigos y seres queridos. En todo guardaba la vigilancia, y decía: “Sin gran custodia no alcanza el hombre una sola virtud”.

30. Entró una vez abba Agatón en la ciudad para vender algunos objetos, y encontró en el camino a un leproso. El leproso le dijo: “¿Adónde vas?”. Le respondió abba Agatón: “A la ciudad a vender los objetos”. Le dijo: “Hazme la caridad y llévame hasta allí”. Lo alzó y lo llevó a la ciudad. Entonces le dijo: “Déjame donde sueles vender tus artículos”. Así lo hizo. Cuando vendió uno, le dijo el leproso: “¿Cuánto has vendido?”. Respondió: “Tanto”. Le dijo entonces: “Cómprame un dulce”. Y se lo compró. Cuando hubo vendido todo lo que había llevado y quería ya irse, el leproso le preguntó: “¿Te vas?”. Respondió: “Sí”. Le dijo entonces: “Haz nuevamente una caridad y llévame al lugar donde me encontraste”. Lo levantó y lo dejó en ese lugar. Entonces le dijo (el leproso): “Bendito seas, Agatón, por el Señor en los cielos y en la tierra”. Levantó los ojos y no vio a nadie. Era un ángel del Señor que había sido enviado para probarlo.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto. Abba Agatón.

1. Dijo abba Pedro, discípulo de abba Lot: «Estaba yo en una ocasión en la celda de abba Agatón, Y vino a él un hermano diciendo: “Quiero habitar con los hermanos; dime cómo he de vivir con ellos”. El anciano le dijo: “Guarda durante todos los días de tu vida la condición de extranjero, como en el primer día que ingresaste, para no entrar en confianza con ellos”. Le preguntó abba Macario: “¿Qué produce la confianza?”. Respondió el anciano: “La confianza es semejante a un gran calor, del que todos huyen cuando lo encuentran, y que corrompe los frutos de los árboles”. Abba Macario le dijo: “¿Tan dañina es la confianza?”. Dijo abba Agatón: “No hay pasión más perjudicial que la confianza, porque ella engendra las demás pasiones. Conviene, por tanto, al hombre esforzado no tener confianza, aunque esté solo en su celda. Yo conocí a un hermano que vivió largo tiempo en una celda, con un pequeño lecho, y que decía: ‘Habría abandonado la celda, sin llegar a usar este lecho, si no me hubieran hablado de ella’. Este es el hombre laborioso y luchador”».

2. Decía abba Agatón: “El monje no debe permitir que la conciencia lo acuse de cosa alguna”.

3. Decía también: “Sin la observancia de los mandamientos de Dios, el hombre no progresa ni siquiera en una sola virtud”.

4. Decía también: “Nunca me he dormido teniendo algo contra alguien, y en cuanto dependió de mí, no he dejado que nadie se durmiese teniendo algo contra mí”. “Agatón se encontraba en Escete en tiempos de Poimén. Era más joven que éste, pero su precoz madurez le valió el título de abba y numerosos discípulos, entre otros Alejandro y Zoilo que vivieron con Arsenio” (Sentences, pp. 36-37).

5. Decíase de abba Agatón que fueron a verlo algunos que habían oído acerca de su gran discreción. Para probar si se airaba, le dijeron: “¿Eres tú Agatón? Hemos oído que eras fornicador y soberbio”. Respondió: “Sí, así es”. Le dijeron: “¿Eres tú Agatón el charlatán?”. Respondió: “Yo soy”. Todavía le dijeron: “¿Eres tú Agatón el hereje?”. Respondió: “No soy hereje”. Le rogaban entonces, diciendo: “¿Dinos por qué, habiéndote llamado tantas cosas, lo toleraste, pero no aceptaste esto último?”. Les respondió: “Aquello me lo atribuyo, porque aprovecha a mi alma, pero la herejía es separación de Dios, y yo no quiero alejarme de Dios”. Al oír estas palabras admiraron su discreción y se alejaron edificados.

6. Contaban acerca de abba Agatón que durante largo tiempo estuvo edificando una celda con sus discípulos. Cuando la hubieron concluido, fueron a habitar en ella. Pero en la primera semana, vio allí algo que no era provechoso para él, y dijo a sus discípulos: “Levántense, vámonos de aquí”. Se turbaron los discípulos y dijeron: “Si tenías el pensamiento en mudarnos de aquí, ¿para qué nos tomamos el trabajo de edificar la celda? Además, los hombres se escandalizarán, diciendo: Ya se mudan otra vez, estos vagos”. Al ver su pusilanimidad, les dijo (abba Agatón): “Si algunos se escandalizarán, otros, en cambio, se edificarán, diciendo: Bienaventurados estos que emigran por Dios, y dejan de lado todas las demás cosas. El que quiera venir, que venga, porque yo me retiro”. Entonces ellos se postraron en tierra, suplicándole, hasta que les permitió marcharse con él.

7. Decían también acerca del mismo, que cambiaba a menudo de habitación, llevando solamente el cuchillo para hacer canastos.

8. Preguntaron a abba Agatón qué es más importante: el trabajo corporal o la custodia interior. Dijo el anciano: “El hombre se parece a un árbol; el trabajo corporal son las hojas, la custodia interior el fruto. Según la Escritura todo árbol que no produce fruto será cortado y echado al fuego, por lo que es claro que todo nuestro esfuerzo se refiere al fruto, es decir a la custodia del alma. También tenemos necesidad de la protección y el adorno de las hojas, que son el trabajo corporal”.

9. Le preguntaron también los hermanos: “¿Entre todas las virtudes cuál exige mayor esfuerzo?”. Les dijo: “Perdónenme, creo que no hay trabajo igual al de orar a Dios. Cada vez que el hombre quiere orar, los enemigos se esfuerzan por impedírselo, porque saben que sólo los detiene la oración a Dios. En toda obra buena que emprenda el hombre, llegará al descanso si persevera en ella, pero en la oración se necesita combatir hasta el último suspiro”.

10. Era abba Agatón sabio en el espíritu y dispuesto en el cuerpo, se bastaba para todo: para el trabajo manual, para el alimento y el vestido.

11. Caminaba él con sus discípulos, y uno de ellos encontró una arveja verde. Le preguntó al anciano: “Padre, ¿no me dices que la tome?”. Lo miró asombrado el anciano y le dijo: “¿Tú la pusiste allí?”. Respondió el hermano: “No”. El anciano le dijo: “¿Cómo deseas tomar lo que tú no pusiste?”.

12. Un hermano se presentó a abba Agatón diciendo: “Permíteme habitar contigo”. Mientras iba de camino encontró un pequeño pedazo de nitrio, y lo recogió. Le dijo el anciano: “¿Dónde encontraste el nitrio?”. Respondió el hermano: “Lo encontré en el camino, al venir, y lo levanté”. El anciano te dijo: “Si venías a habitar conmigo, ¿cómo tomaste lo que no habías puesto?”. Y lo envió a devolver el nitrio al lugar en que lo había encontrado.

13. Interrogó un hermano al anciano: “Recibí una orden, pero hay una tentación en lo mandado. Quiero cumplirla, pero temo la tentación”. Le dijo el anciano: “Si se tratase de Agatón, cumpliría el mandato y vencería la tentación”.

14. Hubo en Escete una reunión para tratar acerca de un asunto. Cuando ya habían tomado una decisión, llegó Agatón y les dijo: “No han decidido correctamente”. Ellos replicaron: “¿Quién eres tú para hablar así?”. Les respondió: “Si en verdad hablan de justicia, juzguen rectamente, hijos de hombres (Sal 57 [58],2)”.

15. Se decía de abba Agatón que durante tres años llevó una piedra en la boca, hasta guardar el silencio.

16. Decían de él y de abba Amún que cuando vendían un objeto decían el precio una sola vez, y aceptaban con silencio y calma lo que querían darles. Cuando eran ellos los que compraban, daban en silencio lo que les pedían y, sin decir nada, tomaban el objeto.

17. Decía el mismo abba Agatón: “Jamás he ofrecido un ágape; sino que dar y recibir era para mí como un ágape. Pensaba, en efecto, que el provecho de mi hermano es una obra fructífera”.

18. El mismo, cuando veía alguna cosa y su espíritu quería emitir un juicio, le decía: “Agatón, no hagas eso”. Y de esta manera su espíritu estaba en paz.

19. Decía el mismo: “Aunque el iracundo resucitase a un muerto, no es agradable a Dios”.

20. Tenía abba Agatón dos discípulos que vivían como solitarios. Un día preguntó a uno de ellos: “¿Cómo vives en tu celda?”. Le respondió: “Ayuno hasta el atardecer, y luego como dos panecillos”. Le dijo: “Tu manera de vida es buena, y no impide el trabajo”. Le preguntó al otro: “¿Cómo vives tú?”. Les contestó: “Ayuno durante dos días y después como dos panecillos”. Le dijo el anciano: “Mucho te esfuerzas, luchando dos combates. Porque uno come todos los días, no se sacia y se esfuerza; otro desea ayunar dos días para llenarse después; pero tú ayunas dos días y no te sacias”.

21. Un hermano interrogó a abba Agatón acerca de la fornicación. Le dijo: “Ve, pon delante de Dios tu debilidad y tendrás descanso”.

22. Abba Agatón y otro anciano enfermaron. Mientras yacían acostados en la misma celda un hermano les leía el libro del Génesis. Llegó al lugar donde Jacob dice: “Ya no está José, ni Simeón, y ahora me llevan a Benjamín. De esta manera enviarán mi vejez en la tristeza al infierno (Gn 42,36-­‐38)”, y exclamó el anciano: “¿No te bastan los otros diez, Padre Jacob?”. Abba Agatón le dijo: “Tranquilízate, anciano. Si Dios es el Dios de los justos, ¿quién lo juzgará? (cf. Rm 8,33-­‐34)”.

23. Dijo abba Agatón: “Si supiese de alguien que me es muy querido pero me lleva al pecado, lo alejaría de mí”.

24. Dijo también: “Conviene al hombre estar atento a toda hora al juicio de Dios”.

25. Dijo abba José a los hermanos que hablaban acerca de la caridad: “¿Sabemos nosotros qué es la caridad?”. Y les contó sobre abba Agatón, el cual tenía un cuchillo, y que al recibir una vez a un hermano, después de saludarlo, no lo dejó marchar sin que llevase consigo ese cuchillo.

Apotegmas de los Padres del desierto.

Padres del desierto 4

26. Contaba abba Daniel que unos hermanos que se dirigían a la Tebaida en busca de lino, dijeron: “Aprovechemos la ocasión para visitar a abba Arsenio”. Abba Alejandro dijo entonces al anciano: “Hermanos que vienen de Alejandría desean verte”. Le dijo el anciano: “Pregúntales por qué razón han venido”. Supo que iban a la Tebaida a buscar lino y se lo dijo al anciano. Dijo éste: “En verdad, no verán el rostro de Arsenio, pues no han venido por mí, sino por su trabajo. Hazlos descansar y despídelos en paz, diciéndoles que el anciano no los puede recibir”.

27. Fue un hermano a la celda de abba Arsenio en Escete, y mientras esperaba a la puerta, vio al anciano todo como de fuego -­‐era el hermano digno de ver esto-­‐. Cuando llamó, salió el anciano, y vio al hermano que estaba sorprendido. Le dijo: “¿Hace mucho que estás llamando? ¿Has visto acaso algo?”. Le respondió: “No”. Y después de hablar con él, lo despidió.

28. Mientras abba Arsenio vivía en Canopo, vino desde Roma para verlo una virgen de familia senatorial, muy rica y temerosa de Dios. Fue recibida por Teófilo, el arzobispo, al cual rogó que convenciera al anciano para que la recibiera. Acudió adonde él estaba y lo invitó, diciendo: “Una mujer, de rango senatorial, ha venido desde Roma y desea verte”. Pero el anciano no accedió a ir a su encuentro. Cuando se lo dijeron a ella, mandó ensillar los asnos, diciendo: “Confío en Dios que lo he de ver. No he venido a ver un hombre, porque hay muchos hombres en nuestra ciudad; he venido a ver a un profeta”. Al llegar cerca de la celda del anciano, se encontró con él, que estaba fuera de la celda por divina disposición. Cuando lo vio, ella se prosternó a sus pies. Pero él la levantó airado y, mirándola, le dijo: “Si quieres ver mi rostro, míralo aquí”. Ella, en cambio, no miraba su cara por vergüenza. Le dijo el anciano: “¿No habías oído acerca de mi ocupación? Debías haberlo tenido en cuenta. ¿Cómo osaste emprender semejante travesía? ¿No sabes acaso que eres mujer, y que no conviene que vayas a cualquier sitio? ¿O es que, cuando vuelvas a Roma, dirás a las demás mujeres: He visto a Arsenio, y se convertirá el mar en camino para las mujeres que vendrán hasta mí?”. Dijo ella: “Si el Señor lo quiere, no permitiré que venga nadie. Pero ruega por mí y recuérdame siempre”. Él le respondió: “Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón”. Al oír esto, ella se retiró conmovida. Llegó a la ciudad y por la tarde cayó con fiebre. Mandó decir al bienaventurado Teófilo, el arzobispo, que estaba enferma. Acudió él donde se encontraba la mujer, y le pedía que le dijese la causa de su enfermedad. Le respondió: “Ojalá no hubiese venido nunca. Porque le pedí al anciano: Acuérdate de mí, y me respondió: Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón. Entonces yo muero de tristeza”. Le dijo el arzobispo: “¿No sabes que eres mujer, y que por medio de las mujeres ataca el enemigo a los santos? Por eso el anciano habló de esa manera. Por tu alma, empero, rezará siempre”. De este modo curó su pensamiento, y ella volvió a su casa con alegría.

29. Contaba abba Daniel acerca de abba Arsenio que una vez fue donde él un magistrado, para llevarle el testamento de un senador de su familia, que le había dejado una cuantiosa herencia. Lo tomó y quiso desgarrarlo. El magistrado se echó a sus pies, diciendo: “Te ruego que no lo desgarres, porque me cortarán la cabeza”. Le dijo abba Arsenio: “Éste ha muerto ahora, yo he muerto antes que él”. Le devolvió el testamento y no quiso recibir nada.

30. Decían de él que, la tarde del sábado, al comenzar el domingo, dejaba el sol a su espalda y extendía sus manos hacia el cielo, en oración, hasta que nuevamente el sol iluminaba su rostro. Entonces, se sentaba.

31. Decían de abba Arsenio y de abba Teodoro de Ferme, que odiaban la gloria de los hombres más que los demás. Pues mientras abba Arsenio no veía fácilmente a nadie, abba Teodoro los veía, pero era como una espada.

32. Cuando abba Arsenio habitaba en las regiones inferiores, fue tentado y pensó abandonar la celda. Sin tomar nada de lo suyo, se dirigió adonde estaban sus discípulos Alejandro y Zoilo, de Farán. Dijo a Alejandro: “Levántate y sube a la nave”. Así lo hizo. Dijo a Zoilo: “Acompáñame hasta el río y busca una nave que me lleve hasta Alejandría; después embárcate tú también y ve hasta donde esté tu hermano”. Zoilo, preocupado por estas palabras, guardó silencio. Se separaron. Cuando el anciano llegó a la región de Alejandría enfermó gravemente. Sus discípulos se decían: “Acaso uno de nosotros ha entristecido al anciano, y por esto se ha alejado de nosotros” Pero no encontraban nada en ellos, ni una desobediencia. Cuando el anciano curó, dijo: “Iré a ver a mis padres”. Navegó hasta Petra, donde estaban sus discípulos. Estaba cerca del río cuando una esclava etíope tocó su melota. El anciano la reprendió, pero ella le dijo: “Si eres monje, vete a la montaña”. En esto, llegaron adonde él estaba Alejandro y Zoilo. Cuando ellos se echaron a sus pies, también se prosternó el anciano ante ellos, y lloraban todos. Les dijo el anciano: “¿No supieron que estuve enfermo?”. Respondieron: “Sí”. Les dijo el anciano: “¿Y por qué no vinieron a verme?”. Abba Alejandro le respondió: “Tu alejamiento de nosotros no fue provechoso, y no benefició a muchos, que decían: Si no hubieran desobedecido al anciano, no se habría alejado de ellos”. Les dijo: «De nuevo dirán los hombres: “No encontró la paloma reposo para sus pies, y volvió a Noé, al Arca” (Gn 8,9). De este modo se reconciliaron, y él permaneció con ellos hasta la muerte.



33. Dijo abba Daniel: «Abba Arsenio nos contó, como tratándose de otro, pero en realidad se trataba de él, que estando un anciano en su celda, le llegó una voz que le dijo: “Ven, y te mostraré los trabajos de los hombres”. Se levantó y fue con él. Lo llevó a cierto lugar donde vio un negro cortando leña para formar un haz grande. Quería llevarlo, pero no podía, y en lugar de quitar algunos leños, seguía cortando y lo agregaba al haz. Hizo esto muchas veces. Avanzando otro poco le mostró un hombre que estaba junto a un lago, del que sacaba agua y la echaba en un recipiente agujereado, y el agua volvía al lago. Después le dijo: “Ven, te mostraré otra cosa”. Y vio un templo y dos hombres montados a caballo y llevando un tirante de madera atravesado, el uno frente al otro, que intentaban pasar por la puerta, pero no podían, porque estaba atravesada la madera. Ninguno de ellos quiso ponerse atrás del otro, para llevar derecho el madero, y por eso quedaron fuera de la puerta. “Estos son, le dijo, los que llevan con soberbia el yugo de la justicia, y no se humillaron para corregirse y marchar por el camino humilde de Cristo; por eso, permanecen fuera del Reino de Dios. El que cortaba leña es un hombre lleno de pecados, que, en lugar de arrepentirse, agrega más iniquidades sobre sus pecados. Y el que sacaba agua, es un hombre que hace obras buenas, pero mezcladas con las malas, y por eso pierde también sus buenas obras. Es necesario que todo hombre vigile sobre su trabajo para no esforzarse en vano”».

34. Contaba el mismo que cierto día vinieron algunos padres desde Alejandría para ver a abba Arsenio. Uno de ellos era tío de Timoteo el anciano, arzobispo de Alejandría, llamado el pobre, y traía consigo a uno de sus sobrinos. Estaba enfermo el anciano y no quiso recibirlos, para que no vinieran también otros y lo molestasen. Se encontraba entonces en Petra de Troe. Ellos se volvieron afligidos. Mas hubo una invasión de los bárbaros y él fue a habitar en la región inferior (del Nilo). Cuando supieron, volvieron a visitarle y el anciano los recibió con alegría. Un hermano que estaba con ellos le dijo: “¿Sabes, abba, que fuimos hasta Troe para estar contigo y no nos recibiste?”. Respondió el anciano. “Ustedes han comido pan y bebido agua; pero yo, hijo, en verdad que no he probado pan ni agua, ni me he sentado, para castigarme, hasta que pensé que habían llegado de regreso a su casa, porque se habían fatigado por mí. Perdónenme, hermanos”. Y se fueron consolados.

35. Decía el mismo: «Me llamó un día abba Arsenio y me dijo: “Conforta a tu padre, para que cuando vayas al Señor, él a su vez te conforte a ti, y tú te encuentres bien”».

36. Contaban de abba Arsenio que cuando estaba enfermo en Escete, el presbítero lo llevó a la iglesia y lo hizo acostar sobre un colchón con una pequeña almohada bajo la cabeza. Uno de los ancianos que fue a visitarlo, lo vio sobre un colchón y con la almohada bajo la cabeza, y escandalizado dijo: “¿Es éste abba Arsenio? ¿De este modo se acuesta?”. Lo llevó aparte el presbítero y le dijo: “¿Cuál era tu trabajo en la aldea?”. Respondió: “Era pastor”. Le preguntó: “¿Cómo vivías?”. Respondió: “Vivía con mucho sacrificio”. Le dijo: “¿Cómo vives ahora en la celda?”. Respondió: “Con mayor descanso”. Le dijo entonces el presbítero: ¿”Ves a abba Arsenio? Cuando estaba en el mundo era como el padre de los emperadores, y lo atendían miles de servidores con cinturones de oro, y llevando todos collares de oro y vestiduras de seda. Bajo sus pies había tapices preciosos. Tú eras pastor y no tenías en el mundo el descanso que tienes ahora; pero éste tenía en el mundo el lujo, y no lo tiene aquí. Mientras tú estás en la consolación, él sufre”. Al oír esto, se arrepintió y pidió perdón, diciendo: “Perdóname, padre, porque he pecado. En verdad, éste es el verdadero camino, que ha llevado a este hombre a la humildad; a mí, empero, me ha traído al descanso”. Y se alejó el anciano, después de recibir mucho provecho.

37. Uno de los padres fue a ver a abba Arsenio. Cuando llamó a la puerta abrió el anciano, creyendo que era uno de los que lo servían. Al ver a otro, se echó con el rostro en tierra. Le dijo: “Levántate, abba, para que te salude”. Le respondió el anciano: “No me levantaré hasta que te hayas marchado”. Y aunque se lo rogó con insistencia, no se levantó hasta que se hubo ido.

38. Decían que un hermano fue a ver a abba Arsenio, en Escete, y al llegar, pedía a los clérigos para verlo. Ellos le dijeron: “Descansa un poco, hermano, y lo verás”. Él respondió: “No tomaré nada antes de verlo”. Enviaron con él un hermano para que lo acompañase, porque su celda estaba distante. Llamaron a la puerta y entraron, y después de saludar al anciano se sentaron en silencio. Dijo el hermano de la iglesia (que lo había acompañado): “Me retiro, rueguen por mí”. El hermano extranjero, que no tenía confianza con el anciano, dijo al hermano: “Me voy contigo”. Y ambos salieron. Le pidió entonces: “Llévame también adonde está abba Moisés, el que fue ladrón”. Cuando llegaron a su celda, él los recibió con alegría y los despidió después de haberlos atendido. Le dijo el hermano que lo había acompañado: “Te he llevado a ver al extranjero y al egipcio. ¿Cuál de los dos te gustó más?”. Respondió: “Me gustó el egipcio”. Uno de los padres oyó esto, y oró a Dios diciendo: “Señor, muéstrame la solución: puesto que uno huye por tu Nombre y el otro, por tu Nombre, recibe con los brazos abiertos”. Y le fueron mostradas dos grandes naves sobre el río, y vio a abba Arsenio y al Espíritu de Dios navegando en paz en una de ellas, y a abba Moisés con los ángeles de Dios navegando en la otra, alimentándolo con miel.

39. Decía abba Daniel: «Cuando estaba abba Arsenio a punto de morir, nos mandó decir: “No se preocupen en hacer ágapes por mí, porque si he hecho caridad (ágape) por mí, la volveré a encontrar”».

40. Cuando estaba por morir abba Arsenio, se turbaron sus discípulos. Él les dijo: “Todavía no ha llegado la hora. Cuando llegue la hora, se los lo diré. Seré juzgado con ustedes ante el terrible tribunal si dan mi cuerpo a alguien”. Le respondieron: “¿Qué haremos, porque no sabemos sepultar?”. Les dijo el anciano: “¿No saben atar una soga a mi pie y llevarme hasta la montaña?”. Esta era la palabra que repetía el anciano: “Arsenio, ¿por qué saliste del mundo? Mucha veces me he arrepentido de haber hablado, nunca de callar”. Cercana ya la muerte, lo vieron llorar los hermanos y le dijeron: “Es verdad que tú también tienes miedo, abba”. Él les dijo: “En verdad, el temor que tengo ahora, ha estado conmigo desde que me hice monje”. Y así murió.

41. Se decía de él que durante toda su vida, mientras estaba sentado para el trabajo manual, tenía un paño sobre el pecho (otros leen: una arruga en el pecho), por las lágrimas que caían de sus ojos. Cuando supo abba Pastor que había muerto, dijo llorando: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque lloraste por ti en este mundo, porque el que no llora aquí, llorará eternamente más allá. Sea que lo hagamos aquí espontáneamente o allá por los tormentos, es imposible no llorar”.

42. Acerca del mismo relataba abba Daniel: “Nunca quiso hablar sobre cuestión alguna de la Escritura, aunque podía hacerlo si hubiera querido. Tampoco escribía cartas con facilidad. Cuando, de tanto en tanto, venía a la iglesia, se sentaba detrás de una columna, para que no viesen su rostro ni ver él a los demás. Tenía un aspecto angelical, como Jacob. Totalmente canoso, era de cuerpo elegante, delgado. Llevaba una larga barba hasta la cintura. Las pestañas se le habían caído de tanto llorar. Era alto, pero encorvado en la vejez. Alcanzó los noventa y cinco años. Estuvo en el palacio de Teodosio el grande, de divina memoria, cuarenta años, haciendo de padre a los divinos Arcadio y Honorio; en Escete estuvo otros cuarenta años, diez en Troe sobre Babilonia, hacia Menfis, y tres en Canopo de Alejandría. Los dos últimos años regresó a Troe, donde murió, acabando su carrera en la paz y el temor de Dios, porque era un varón bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe (Hch 11,24). Me dejó su túnica de piel, su camisa de cilicio blanca y sus sandalias de hoja de palmera. Aunque soy indigno, los llevo para que me bendiga”.

43. Contó también abba Daniel sobre abba Arsenio: «Llamó un día a mis padres, abba Alejandro y abba Zoilo, y postrándose ante ellos les dijo: “Los demonios me atacan, y no sé si me dominan durante el sueño, así que esforzaos esta noche conmigo y observen si me duermo durante la vigilia”. Desde el atardecer se sentaron uno a su derecha y otro a su izquierda, en silencio. Y decían mis padres: “Nosotros dormimos y nos despertamos, y no advertimos que él durmiese”. Al amanecer -­‐Dios sabe si lo simuló, para que nosotros creyésemos que había dormido, o si verdaderamente llegó el sueño-­‐, suspiró tres veces y se levantó enseguida, diciendo: “He dormido, ¿no es verdad?”. Y nosotros respondimos: “No sabemos”».

44. Fueron unos ancianos a ver a abba Arsenio, y le rogaron insistentemente que lo recibiese. Él les abrió la puerta, y ellos le pidieron que les hablase acerca de los que viven en la hesiquía y no se juntan con nadie. Le dijo el anciano: “Mientras la joven está en casa de su padre, muchos quieren casarse con ella. Pero cuando toma marido, ya no agrada a todos. Unos la desprecian, otros la alaban, y no es estimada como antes, cuando vivía oculta. Lo mismo vale para las cosas del alma; una vez que se divulgan, ya no pueden contentar a todos”.

 

             Apotegmas de los
Padres del Desierto

Padres del desierto 3

1. Cuando abba Arsenio estaba todavía en el palacio, oró al Señor diciendo: “Señor, dirígeme por el camino de la salvación”. Y llegó hasta él una voz que le dijo: “Arsenio, huye de los hombres y serás salvo”.

2. Habiéndose retirado el mismo a la vida solitaria, oró de nuevo diciendo idénticas palabras (cf. Mt 26,44). Y oyó una voz que le decía: “Arsenio, huye, calla, recógete, porque estas son las raíces de la impecabilidad”.

3. Los demonios rodearon a abba Arsenio, que estaba en su celda, y lo hostigaban. Llegaron los que asistían al anciano y, permaneciendo fuera de la celda, lo oyeron clamar a Dios con estas palabras: “Oh, Dios, no me abandones; nada bueno he hecho en tu presencia, pero concédeme según tu bondad que lo pueda comenzar”.

4. Decían del mismo, que así como ninguno en la corte se vestía mejor que él, ninguno llevaba ropas más vulgares en la iglesia.

5. Alguien dijo al bienaventurado Arsenio: “¿Cómo, es que nosotros no tenemos nada, con toda nuestra educación y sabiduría, mientras que estos campesinos y egipcios adquieren tantas virtudes?”. Le respondió abba Arsenio: “Nosotros no sacamos nada de nuestra educación secular, pero estos campesinos y egipcios adquieren las virtudes por sus trabajos”.

6. Interrogaba una vez abba Arsenio sobre sus propios pensamientos a un anciano egipcio. Uno que lo vio, le dijo: “Abba Arsenio, ¿cómo tú, que has recibido semejante educación romana y griega, interrogas a este rústico acerca de tus pensamientos?”. Le respondió: “Aprendí las ciencias romanas y griegas, pero todavía no aprendí el alfabeto de este rústico”.

7. Fue una vez el bienaventurado arzobispo Teófilo con un notable a visitar a abba Arsenio, e interrogaba al anciano para oír de él una palabra. Después de callar por un corto tiempo, respondió: “¿Observarán lo que les diga?”. Ellos prometieron que lo guardarían. Les dijo entonces el anciano: “Adonde oigan que está Arsenio no se acerquen”.

8. Deseando otra vez encontrarse el arzobispo con él, envió a preguntarle si le abriría el anciano. Le dio esta respuesta: “Si vienes, te abriré. Pero si abro para ti, abriré a todos, y entonces no permaneceré ya aquí”. Al oír esto dijo el arzobispo: “Si voy allí para expulsarlo, no iré más a verlo”.

9. Pidió un hermano a abba Arsenio que le hiciera oír una palabra. El anciano le dijo: “En cuanto de ti dependa, esfuérzate para que tu trabajo interior sea de acuerdo a Dios, y vencerás las pasiones exteriores”.

10. Dijo también: “Si buscamos a Dios, Él se manifestará a nosotros; y si lo retenemos, permanecerá con nosotros”.

11. Alguien dijo a abba Arsenio: “Mis pensamientos me afligen, diciéndome: No puedes ayunar ni trabajar; visita al menos a los enfermos: también esto es caridad”. El anciano, conociendo que era semilla sembrada por los demonios, le dijo: “Ve, come, bebe, duerme y no trabajes; pero no salgas de la celda”. Porque sabía que la paciencia de la celda lleva al monje a observar su orden.


12. Decía abba Arsenio, que el monje peregrino en una región extranjera no debe
inmiscuirse en nada, y así tendrá el descanso.


13. Dijo abba Marcos a abba Arsenio: “¿Por qué huyes de nosotros?”. Le respondió el anciano: “Dios sabe que los amo, pero no puedo estar con Dios y con los hombres. Los millares y miríadas celestiales tienen una sola voluntad, pero los hombres muchas. No puedo entonces abandonar a Dios para estar con los hombres”.

14. Abba Daniel decía acerca de abba Arsenio, que pasaba la noche entera sin dormir, y cuando, al amanecer, la naturaleza lo obligaba a acostarse, decía al sueño: “Ven, servidor malo”. Sentado, tomaba entonces, un corto sueño, y se levantaba en seguida.

15. Decía abba Arsenio que es suficiente para el monje dormir una hora, si es luchador.


16. Contaban los ancianos que un día distribuyeron en Escete unos higos secos. Como eran de poco valor, no le mandaron a abba Arsenio, para que no se ofendiese. El anciano, al saber lo sucedido, no acudió a la sinaxis, diciendo: “Me han excomulgado al no mandarme la eulogia que Dios envió a los hermanos, y que yo no fui digno de recibir”. Lo supieron todos y aprovecharon (sus almas) por la humildad del anciano. El presbítero le llevó entonces los higos secos, y lo trajo con alegría a la sinaxis.

17. Decía abba Daniel: “Permaneció con nosotros durante muchos años, y cada año le dábamos un canasto de trigo, y cuando lo íbamos a visitar comíamos de él”.


18. Decía también acerca del mismo abba Arsenio, que no cambiaba el agua de las palmas más que una vez al año, y para el resto solamente agregaba. Trenzaba una cuerda y tejía hasta la hora sexta. Los ancianos le suplicaron: “¿Por qué no cambias el agua de las palmas, que huele mal?”. Él les dijo: “Es necesario que en lugar de los perfumes y aromas que utilizaba en el mundo, soporte este mal olor”.


19. Decía también (abba Daniel) que cuando (abba Arsenio) oía que todas las clases de frutas estaban ya maduras, decía: “Tráiganmelas”, y tomaba una sola vez y un poquito de cada una, dando gracias a Dios.


20. Cayó una vez enfermo en Escete abba Arsenio. Le faltaba hasta un pedazo de tela de lino, y como no tenía con qué comprarlo, lo recibió de otro por caridad, y dijo: “Gracias te doy, Señor, porque me hiciste digno de recibir la caridad en tu Nombre”.


21. Decían que la distancia hasta su celda era de veintidós millas. No salía prontamente de ella, pues otros lo servían. Cuando fue devastada Escete, salió llorando y dijo: “El mundo ha perdido a Roma y los monjes a Escete”.


22. Preguntó abba Marcos a abba Arsenio: “¿Es bueno no tener consolación en la celda? Porque vi un hermano que tenía unas legumbres y las estaba arrancando”. Le respondió abba Arsenio: “Es bueno, pero según las fuerzas del hombre. Porque si no tiene fuerza para semejante práctica, pronto plantará otras”.


23. Abba Daniel, discípulo de abba Arsenio, relataba lo siguiente: “Estaba junto a abba Alejandro, el cual, vencido por el dolor, se acostó mirando hacia arriba, a causa del dolor. El bienaventurado Arsenio llegó para hablar con él, y lo vio acostado. Mientras conversaban, le dijo: “¿Quién era el secular que he visto aquí?”. Le dijo abba Alejandro: “¿Dónde le viste?”. Respondió: “Cuando bajaba de la montaña, miré hacia la gruta y vi a alguien acostado y mirando hacia arriba”. Entonces, postrándose, le dijo: “Perdóname, era yo, porque el dolor se había apoderado de mí”. Le dijo el anciano: “¿Eras tú, entonces? Está bien. Yo supuse que era un secular, por eso preguntaba”.


24. Dijo otra vez abba Arsenio a abba Alejandro: “Cuando hayas terminado de cortar tus ramas de palmera, ven a comer conmigo, pero si llegaran huéspedes, come con ellos”. Abba Alejandro trabajaba lentamente y con cuidado. Cuando llegó la hora, tenía todavía palmas, y queriendo cumplir la orden del anciano, esperó hasta concluir el trabajo. Abba Arsenio, al ver que se demoraba, comió, pensando que habían llegado visitantes (a su celda). Abba Alejandro, cuando hubo terminado su trabajo, hacia el atardecer, se puso en camino. Le dijo el anciano: “¿Tuviste visitas?”. Respondió: “No”; le dijo: “¿Por qué no viniste, entonces?”. Contestó: “Porque tú me dijiste: Cuando termines de cortar tus palmas, ven. Por guardar tu palabra no he venido hasta ahora, que terminé”. Se admiró el anciano de su exactitud, y le dijo: “Rompe el ayuno, pronto, para recitar el Oficio, y bebe tu ración de agua; de lo contrario pronto estará enfermo tu cuerpo”.

25. Llegó una vez abba Arsenio a un lugar en el que había cañas, que el viento agitaba. Dijo entonces el anciano a los hermanos. “¿Qué es este movimiento?”. Le respondieron: “Son cañas”. Les dijo el anciano: “Si uno permanece en la hesiquía y oye el canto de un pajarillo, ya no tiene el corazón la misma tranquilidad. Cuanto más ustedes, que tienen el movimiento de estas cañas”.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.

Padres del desierto 2

26. Fueron algunos hermanos a abba Antonio, y le dijeron una palabra del Levítico. Salió el anciano al desierto, y lo siguió ocultamente abba Amonas, que conocía sus costumbres. Y alejándose, el anciano, puesto de pie para la oración, exclamó con voz fuerte: “Oh, Dios, envía a Moisés para que me explique esta palabra”. Y llegó una voz que conversó con él. Dijo abba Amonas que él oyó la voz que conversaba con el anciano, pero no comprendió el alcance de esas palabras.

27. Tres padres tenían la costumbre de ir cada año a ver a abba Antonio y mientras dos lo interrogaban acerca de los pensamientos y la salvación del alma, el tercero callaba absolutamente y nada preguntaba. Después de mucho tiempo, le dijo abba Antonio: “Vienes desde hace tiempo y no me preguntas nada”. Le respondió diciendo: “Abba, me basta con verte”.

28. Decían que uno de los ancianos rogó a Dios le concediese ver a los Padres, y los vio excepto a abba Antonio. Le dijo al que se lo mostraba: “¿Dónde está abba Antonio?”. Le respondió: “En el mismo lugar en que está Dios, allí está”.

29. Un hermano en el cenobio fue acusado calumniosamente de fornicación, y levantándose fue adonde estaba abba Antonio. Los hermanos del cenobio fueron también para curarlo y llevarlo consigo, y trataron de convencerlo que había hecho aquello. Él, por el contrario, afirmaba: “No lo hice”. Estaba allí abba Pafnucio Céfalas, quien les dijo esta parábola: “Vi en el borde del río a un hombre, hundido en el fango hasta las rodillas, y fueron unos para darle la mano, y lo hundieron hasta el cuello”. Y les dijo abba Antonio acerca de abba Pafnucio: “Este es un hombre veraz, capaz de curar a las almas y salvarlas”. Movidos a arrepentimiento por las palabras de los ancianos, hicieron la metanía al hermano. Y amonestados por los Padres, recibieron al hermano en el cenobio.

30. Decíase de abba Antonio que llegó a ser pneumatóforo (portador del Espíritu Santo), pero que no quería hablar a causa de los hombres. En efecto, reveló lo que acontecía en el mundo y lo que había de venir.

31. Recibió abba Antonio una carta del emperador Constancio, invitándolo a ir a Constantinopla, y reflexionaba acerca de lo que debía hacer. Le preguntó a abba Pablo, su discípulo: “¿Debo ir?”. Y le respondió: “Si vas, te llamarás Antonio; si no vas, te llamarás abba Antonio”.

32. Dijo abba Antonio: “Ya no temo a Dios, sino que lo amo. En efecto, el amor expulsa el temor (1 J 4,18)”.

33. Dijo el mismo: “Deben tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Acuérdense de quien da la muerte y la vida (cf. 1 S 2,6). Tengan odio al mundo y a todo lo que está en él. Renuncien a esta vida, para vivir para Dios. Recuerden lo que prometieron a Dios; eso es lo que se les pedirá en el día del juicio. Sufran el hambre, la sed, la desnudez, las vigilias; entristézcanse y lloren, giman en sus corazones; prueben si son dignos de Dios; desprecien la carne, para salvar sus almas”.

34. Visitó abba Antonio a abba Amún en la montaña de Nitria, y cuando se hubieron encontrado, le dijo abba Amún: “Ya que el número de los hermanos se ha multiplicado gracias a tus oraciones, y algunos de ellos desean construirse celdas retiradas para vivir en el recogimiento (hesiquía), ¿a qué distancia de las actuales dispones que se edifiquen esas celdas?”. Le dijo: “Comeremos a la novena hora, y saldremos a recorrer el desierto para reconocer el lugar”. Cuando hubieron marchado por el desierto hasta la puesta del sol, abba Antonio dijo: “Oremos, y plantemos una cruz, para que construyan aquí los que lo que desean. Así los hermanos que vengan de allá para ver a los que están aquí, lo harán después de tomar una ligera refección a la hora novena, y los encontrarán en este momento. Lo mismo los que vayan de aquí para allá, se conserven de este modo sin distracción en las visitas mutuas”. La distancia es de doce millas.

35. Dijo abba Antonio: “El que trabaja un bloque de hierro, observa primero en su pensamiento lo que desea hacer: una hoz, una espada o un hacha. De la misma manera, nosotros debemos pensar qué virtud buscamos, para no esforzarnos en vano”.

36. También dijo: “La obediencia y la continencia someten las fieras a los hombres”.

37. Dijo también: «Conozco monjes que cayeron después de haber soportado mucho, y que llegaron al orgullo del alma porque esperaron en sus obras y desconocieron el mandato que dice: “Interroga a tu padre y él te enseñará (Dt 32,7)”».

38. Dijo también: “El monje debería manifestar confiadamente a los ancianos, si fuera posible, cuántos pasos hace o cuántas gotas de agua bebe en su celda, para no tropezar en ello”.

Los apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto 1

1. El santo abba Antonio, mientras vivía en el desierto, cayó en la acedia y se oscurecieron sus pensamientos. Dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué he de hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”. Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar, y se sentaba de nuevo para trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que le decía: “Haz esto y serás salvo”. Al oír estas palabras sintió mucha alegría y fuerza, y obrando de esa manera se salvó.

2. El mismo abba Antonio, investigando la profundidad de los juicios de Dios, rogó diciendo: “Señor, ¿por qué mueren algunos tras una vida corta y otros llegan a extrema vejez? ¿Por qué algunos son pobres y otros ricos? ¿Por qué los injustos se enriquecen los justos pasan necesidad?”. Entonces vino hasta él una voz que le respondió: “Antonio, ocúpate de ti mismo, pues eso es el juicio de Dios, y nada te aprovecha el saberlo”.

3. Uno interrogó a abba Antonio, diciendo: “¿Qué debo observar para agradar a Dios?”. El anciano le respondió diciendo: “Guarda esto que te mando: adondequiera que vayas, lleva a Dios ante tus ojos; y cualquier cosa que hagas, toma un testimonio de las Sagradas Escrituras; y cualquiera sea el lugar que habitas no lo abandones prontamente. Observa estas tres cosas y te salvarás”.

4. Dijo abba Antonio a abba Pastor: “Este es el gran esfuerzo del hombre: poner su culpa ante Dios, y estar preparado para la tentación hasta el último suspiro”.

5. Dijo el mismo: “El que no ha sido tentado no puede entrar en el Reino de los cielos. En efecto, suprime las tentaciones -­‐dijo-­‐ y nadie se salvará”.

6. Preguntó abba Pambo a abba Antonio: “¿Qué debo hacer?”. Le respondió el anciano: “No confíes en tu justicia, ni te preocupes por las cosas del pasado, y guarda tu lengua y tu vientre”.

7. Dijo abba Antonio: “Vi todas las trampas del enemigo extendidas sobre la tierra y dije gimiendo: ¿quién podrá pasar por ellas? Y oí una voz que me respondía: la humildad”.

8. Dijo también: “Algunos hay que afligieron sus cuerpos con la áscesis, y porque les faltó discernimiento, se alejaron de Dios”.

9. Dijo también: “La vida y la muerte dependen del prójimo. Porque si ganamos al hermano, ganamos a Dios, y si escandalizamos al hermano, pecamos contra Cristo”.

10. Dijo también: “Como los peces mueren si permanecen mucho tiempo fuera del agua, de la misma manera los monjes que se demoran fuera de la celda o se entretienen con seculares, se relaja la intensidad de su tranquilidad interior (hesyquía). Es necesario que, como los peces del mar, nos apresuremos nosotros a ir a nuestra celda, para evitar que, por demorarnos en el exterior, olvidemos la custodia interior”.

11. Dijo también: “El que permanece en la hesyquía en el desierto, se ve libre de tres combates: del oído, de la palabra y de la vista. Tiene sólo uno: el de la fornicación”.

12. Unos hermanos fueron adonde estaba abba Antonio, para comunicarle las visiones que tenían, y para aprender de él si eran verdaderas o procedían de los demonios. Tenían un asno, que había muerto en el camino. Cuando llegaron a la presencia del anciano, anticipándose, éste les dijo: “¿Por qué murió el pequeño asno en el camino?”. Le dijeron: “¿Cómo lo sabes abba?”. Les respondió: “Me lo mostraron los demonios”. Le dijeron: “Por eso veníamos nosotros a preguntar, porque vemos visiones y muchas de ellas son veraces, y no queremos equivocarnos”. Los convenció el anciano con el ejemplo del asno, que esas visiones procedían de los demonios.

13. Un hombre que estaba cazando animales salvajes en el desierto, vio a abba Antonio que se recreaba con los hermanos y se escandalizó. Deseando mostrarle el anciano que es necesario a veces condescender con los hermanos, le dijo: “Pon una flecha en tu arco y estíralo”. Y así lo hizo. Le dijo: “Estíralo más”. Y lo estiró. Le dijo nuevamente: “Estíralo”. Le respondió el cazador: “Si estiro más de la medida, se romperá el arco”. Le dijo el anciano: “Pues así es también en la obra de Dios: si exigimos de los hermanos más de la medida, se romperán pronto. Es preciso pues de vez en cuando condescender con las necesidades de los hermanos”. Vio estas cosas el cazador y se llenó de compunción. Se retiró muy edificado por el anciano. Los hermanos regresaron también, fortalecidos, a sus lugares.

14. Oyó hablar abba Antonio de un joven monje, que había hecho un milagro estando en camino. Porque vio a unos ancianos que viajaban y estaban fatigados, y ordenó a unos onagros que se acercaran y los llevaran hasta la celda de Antonio. Los ancianos se lo contaron a abba Antonio, el cual les dijo: “Me parece que este monje es como un navío cargado de bienes, pero no sé si llegará a puerto”. Y después de un tiempo, comenzó de repente abba Antonio a llorar, a arrancarse los cabellos y a lamentarse. Le dijeron sus discípulos: “Por qué lloras, padre?”. Les respondió el anciano: “Acaba de caer una gran columna de la Iglesia (se refería al joven monje). Pero vayan -­‐les dijo-­‐, adonde está él, y averigüen qué sucedió”. Fueron los discípulos y vieron al monje sentado sobre una estera, llorando el pecado que había cometido. Al ver a los discípulos del anciano les dijo: “Digan al anciano que le pida a Dios me conceda diez días solamente, y espero da satisfacción”. Pero en el plazo de cinco días murió.

15. Un monje fue alabado por los hermanos en presencia de abba Antonio. Cuando éste lo recibió, lo probó para saber si soportaba la injuria, y viendo que no la soportaba, le dijo: “Pareces una aldea muy adornada en su frente, pero que los ladrones saquean por detrás”.

16. Dijo un hermano a abba Antonio: “Ruega por mí”. Le dijo el anciano: “No tendré misericordia de ti, ni la tendrá Dios, si tú mismo no te esfuerzas y pides a Dios”.

17. Fueron unos ancianos adonde estaba abba Antonio, e iba con ellos abba José. Los quiso probar el anciano y les propuso un pasaje de la Escritura preguntándoles su sentido, comenzando por los menores y uno a uno respondían según su capacidad. A cada uno de ellos decía el anciano: “No lo has encontrado todavía”. Por último, le preguntó a abba José: “¿Qué dices tú acerca de esta palabra?”. Respondió: “No sé”. Dijo abba Antonio: «Abba José encontró el camino, pues dijo: “No sé”».

18. Unos hermanos fueron desde Escete para ver a abba Antonio, y al subir a una nave para dirigirse hasta él, hallaron un anciano que también quería ir. Los hermanos no lo conocían. Sentados entonces en la nave hablaban de las palabras de los Padres y de las Escrituras, y después, acerca de su trabajo manual. El anciano callaba. Cuando llegaron al puerto supieron que el anciano iba también a visitar a abba Antonio. Cuando llegaron adonde estaba él, les dijo (abba Antonio): “Tuvieron buena compañía, este anciano”. Dijo después al anciano: “Encontraste buenos hermanos, padre”. El anciano respondió: “Buenos son, en efecto, pero su casa no tiene puerta, y el que lo desee puede entrar en el establo y desatar el asno”. Decía esto porque hablaban lo que les venía a la boca.

19. Fueron unos hermanos adonde estaba abba Antonio y le dijeron: “Dinos una palabra: ¿qué debemos hacer para salvarnos?”. El anciano les dijo: “¿Oyeron la Escritura? Pues eso es bueno para ustedes”. Le dijeron ellos: “Pero queremos escucharlo de ti, padre”. Les dijo el anciano: “El Evangelio dice: Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5,39)”. Le respondieron: “No podemos hacer esto”. Les dijo el anciano: “Si no pueden ofrecer la otra mejilla, al menos soporten que los golpeen en una”. Le dijeron: “Tampoco podemos esto”. Dijo el anciano: “Si no pueden esto, no devuelvan el mal que recibieron”. Respondieron: “Tampoco podemos hacer esto”. Dijo entonces el anciano a su discípulo: “Prepárales una papilla, porque están enfermos. Si no pueden hacer esto, ni quieren hacer lo otro, ¿qué puedo hacer yo por ustedes? Necesitan oraciones”.

20. Un hermano que había renunciado al mundo y dado sus bienes a los pobres, había, sin embargo, conservado algo para sí. Fue a ver a abba Antonio. Enterado de todo ello, le dijo el anciano: “Si quieres llegar a ser monje, ve a esa aldea, compra carne y ponla sobre tu cuerpo desnudo y vuelve aquí”. Así lo hizo el hermano, y los perros y las aves lo lastimaban. Fue adonde estaba el anciano, quien le preguntó si había hecho lo que le había aconsejado. Cuando le hubo mostrado su cuerpo herido, le dijo el santo abba Antonio: “Los que renunciaron al mundo y quieren poseer riquezas, son despedazados así por los ataques de los demonios”.

21. Fue tentado un hermano en el cenobio de abba Elías. Expulsado de allí fue al monte donde estaba abba Antonio. Permaneció el hermano con él durante algún tiempo, y le envió después al cenobio del que había salido. Cuando lo vieron los hermanos, lo expulsaron de nuevo. Volvió el hermano a abba Antonio, diciendo: “No quisieron recibirme, padre”. Lo envió de nuevo el anciano diciendo: “La nave naufragó en el mar, perdió la carga y apenas si pudo salvarse llegando a tierra; pero ustedes quieren hundir aquello que logró salvarse en tierra”. Ellos, al oír que lo enviaba abba Antonio, lo recibieron en seguida.

22. Dijo abba Antonio: «Pienso que el cuerpo tiene un movimiento natural, adaptado a él, pero que no actúa si no lo quiere el alma; indica solamente en el cuerpo un movimiento sin pasión. Pero hay otro movimiento, que proviene de la alimentación y del abrigo del cuerpo por la comida y la bebida; es así que el calor de la sangre excita el cuerpo para la acción. Por ello dice el Apóstol: “No se embriaguen con vino, en el que está la impureza (Ef 5,18)”. Y también el Señor en el Evangelio amonesta a los discípulos diciendo: “Miren que no se entorpezcan sus corazones con la crápula y la ebriedad (Lc 21,34)”. Hay todavía otro movimiento para los que combaten, que procede de las trampas y la envidia de los demonios. Hay que saber, por tanto, que hay tres movimientos del cuerpo: uno es natural, el segundo viene de la abundancia de alimentos, el tercero viene de los demonios».

23. Dijo también: “Dios no permite que esta generación sea atacada como la de los antiguos, pues sabe que es débil y no puede resistir”.

24. Le fue revelado a abba Antonio en el desierto: “En la ciudad hay un hombre semejante a ti, de profesión médico, que da lo superfluo a los necesitados y todos los días canta el trisagio con los ángeles”.

25. Dijo abba Antonio: «Viene el tiempo en que se enloquecerán los hombres, y cuando vean a uno que no está loco, se volverán contra él, diciendo: “Estás loco”, porque no es semejante a ellos».

                        Los apotegmas de los Padres del Desierto.