La falsa devoción según San Luis María Grignion de Montfort

La falsa devoción.

Encuentro que existen siete clases de falsos devotos y de falsas devociones a la santísima Virgen, a saber:

1º. Los devotos críticos; 2º. Los devotos escrupulosos; 3º. Los devotos exteriores; 4º. Los devotos presuntuosos; 5º. Los devotos inconstantes; 6º. Los devotos hipócritas; 7º. Los devotos interesados.

Los devotos críticos

Los devotos críticos son por lo general sabios orgullosos, espíritus altaneros y dados de sí mismos, que tienen en el fondo alguna devoción a la santísima Virgen, pero que critican casi todas las prácticas de devoción a María, con que las personas simples honran sencilla y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se avienen a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias narradas por personas fidedignas, o sacadas de las crónicas de las órdenes religiosas, que dan fe de la misericordia y potestad de la santísima Virgen. No sabrían ver sin pena a las personas simples y humildes, arrodilladas frente a un altar o imagen de la santísima Virgen, algunas veces en la esquina de una calle, para allí rogar a Dios; y hasta las acusan de idolatría, como si adorasen la madera o la piedra, afirmando que –en cuanto a ellos atañe– no gustan de esas devociones exteriores, de igual modo que no son espíritus tan cándidos como para acreditar tantos cuentos e historietas que se propagan de la santísima Virgen. Si se les relata las alabanzas admirables que los santos Padres consagran a la santísima Virgen, o responden que de esa manera ellos han
hablado como oradores, exagerando los términos, o dan una mala explicación a sus palabras.

Esta especie de falsos devotos y personas orgullosas y mundanas son muy de temer, y hacen un grandísimo daño a la devoción a la santísima Virgen, alejando de Ella a los pueblos de una manera eficaz, so pretexto de destruir los abusos.

Los devotos escrupulosos

Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, rebajar al uno si exaltan a la otra. no podrían tolerar que se den a la santísima Virgen las justísimas alabanzas que le han dado los santos Padres; ven penosamente que más personas se arrodillen ante un altar de María que frente al sacramento, como si lo uno se opusiera a lo otro ¡como si aquellos
que rezan a la santísima Virgen, no lo hiciesen a Jesucristo por medio de Ella! no quieren que se hable tan a menudo de la santísima Virgen, y que con tanta frecuencia se acuda a Ella.

He aquí algunas frases que les son ordinarias: “¿Para qué sirven tantas coronas del rosario, tantas cofradías y devociones exteriores a la santísima Virgen? Hay en esto mucha ignorancia. Es hacer de nuestra religión una exposición de cosas baratas. Habladme de aquellos que son devotos de Jesucristo (ellos lo nombran a menudo sin descubrirse – lo digo entre paréntesis): es necesario recurrir a Jesucristo, Él es nuestro único mediador; a Jesucristo es a quien se debe
predicar; ¡he ahí lo sólido!”


Lo que ellos dicen es verdadero en cierto sentido, pero respecto a la aplicación que hacen para impedir la devoción a la santísima Virgen, es muy peligroso y una celada sutil del maligno, bajo pretexto de un bien mayor, pues jamás se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la santísima Virgen, ya que no se la honra sino a fin de honrar más perfectamente a Jesucristo, no yendo a Ella sino como el camino para encontrar la meta adonde se va, que es Jesús.

La santa iglesia, con el Espíritu santo, bendice primero a la santísima Virgen y luego a Jesucristo: benedicta tu in mulieribus, et benedictus fructus ventris tui Jesus. no porque la santísima Virgen sea más que Jesucristo o igual a Él –¡esto sería una herejía intolerable!– sino porque, para bendecir más perfectamente a Jesucristo, es preciso bendecir antes a María. Digamos entonces con todos los verdaderos devotos de la santísima Virgen, contra esos falsos devotos
escrupulosos: ¡Oh María, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!

Los devotos exteriores

Los devotos exteriores son las personas que hacen consistir toda su devoción a la santísima Virgen en algunas prácticas exteriores, que no gustan más que lo exterior de la devoción a Ella, porque no tienen espíritu interior; que rezarán muchas coronas del rosario precipitadamente, oirán muchas misas sin atención; irán a las procesiones sin devoción, ingresarán en todas sus cofradías, pero sin enmienda de su vida, sin hacer violencia a sus pasiones, y sin imitación
de las virtudes de esta Virgen santísima. no gustan sino lo sensible
de la devoción, sin amar lo que tiene de sólido; si no tienen sensibilidad en sus prácticas, creen que no hacen nada, se desalientan, abandonan todo, o lo hacen todo sin continuidad. El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores, y no hay quien critique más que ellos a las personas de oración que se aplican en lo interior como a lo esencial, sin menospreciar el aspecto exterior de la modestia que debe acompañar la verdadera devoción.

Los devotos presuntuosos

Los devotos presuntuosos son pecadores abandonados a sus pasiones, o amantes del mundo, que bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la santísima Virgen ocultan el orgullo o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o los juramentos, o la maledicencia, o la injusticia, etc.; que duermen en paz en sus malos hábitos, sin hacerse mucha violencia para corregirse, con el pretexto de que son devotos de la santísima Virgen; se aseguran que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión, que no se condenarán, ya que
rezan la corona del rosario, ayunan el sábado, pues son de la cofradía del santo rosario o Escapulario o de alguna de sus congregaciones, porque llevan el hábito o la cadenilla de la santísima Virgen, etc. Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del diablo y perniciosa presunción capaz de perderlos, no lo quieren creer, afirmando que Dios es bueno y misericordioso, que no nos ha
creado para condenarnos; que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que un buen “Señor, ten piedad”, en la hora de la muerte, es suficiente; además, que ellos son devotos de la santísima Virgen; que llevan el escapulario, rezan todos los días sin reproche ni ostentación alguna siete Padre nuestros y siete Ave Marías en honra de Ella; que hasta rezan algunas veces la corona del rosario y el oficio de la santísima Virgen; que ayunan, etc. Y para confirmar lo que dicen y obstinarse más en su ceguera, relatan algunas historias
que han escuchado o leído en libros, verdaderas o falsas –poco importa–, que certifican que personas muertas en pecado mortal, sin confesión, por el simple hecho de que durante su vida, habían hecho algunas oraciones o prácticas de devoción a la santísima Virgen, o resucitaron para confesarse, o su alma permaneció milagrosamente en su cuerpo hasta permitirles confesarse; o por la misericordia de la Virgen, obtuvieron de Dios en su muerte, la contrición y el perdón de sus pecados y por lo tanto se han salvado, y, por la misma razón, ellos esperan la misma cosa.

No existe en el cristianismo nada tan dañino como esta presunción diabólica, pues ¿se puede decir en verdad que se ama y honra a la santísima Virgen, cuando con los pecados se hiere, se atraviesa, se crucifica y ultraja sin piedad a Jesucristo su Hijo? si María se impusiere como ley salvar por su misericordia a esta clase de gente, autorizaría el crimen, ayudaría a crucificar y a ultrajar a su divino Hijo. ¿Quién osaría pensar eso jamás?

Yo digo que abusar así de la devoción a la santísima Virgen –que es después de la devoción a nuestro señor en el santísimo sacramento, la más santa y sólida–, es cometer un horrible sacrilegio; y, que después del sacrilegio de la Comunión indigna, es el más grande y menos digno de perdón.

Confieso que para ser verdaderamente devoto de la santísima Virgen, no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado –aunque ésto sería lo más deseable–, pero sí es necesario, al menos, y es preciso resaltarlo bien:

Primeramente, tener una sincera resolución de evitar al menos todo pecado mortal, que ultraja a la Madre tanto como al Hijo;

En segundo lugar, hacerse violencia para evitar el pecado;

En tercer lugar, ingresar en las cofradías, recitar la corona, el santo rosario completo y otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

Esto es maravillosamente útil para la conversión de un pecador, por muy endurecido que esté; y si mi lector se juzga tal, cuando tuviere un pie en el abismo, siga éste mi consejo, pero con la condición de que no practicará estas buenas obras sino con la intención de obtener de Dios, por intercesión de la santísima Virgen, la gracia de la contrición y el perdón de sus pecados, y de vencer sus malos hábitos, y no para permanecer pasivamente en el estado de pecado, contra los remordimientos de su conciencia, a ejemplo de Jesucristo y los santos, y las máximas del Evangelio.

Los devotos inconstantes

Los devotos inconstantes son aquellos que tienen devoción a la santísima Virgen por intervalos y por arranques: en un momento son fervorosos, y al instante se vuelven tibios; ahora parecen listos para hacerlo todo en su servicio, y luego, poco después, ya no son los mismos: abrazarán fácilmente todas las devociones a María, se inscribirán en sus cofradías, y enseguida, dejarán de practicar todas sus reglas con fidelidad; cambian como la luna y por eso María los coloca bajo sus pies como la media luna, puesto que son inconstantes e in-
dignos de ser contados entre los servidores de la Virgen fiel, los cuales tienen la fidelidad y la constancia por patrimonio. Es preferible no recargarse de tantas oraciones y prácticas devotas, y hacer pocas con amor y fidelidad, a pesar del mundo, del demonio y de la carne.

Los devotos hipócritas

Hay también otros falsos devotos de la santísima Virgen, que son los devotos hipócritas, que cubren sus pecados y malos hábitos bajo el manto de esta Virgen Fiel, a fin de pasar a los ojos de los hombres, por aquello que ellos no son.

Los devotos interesados

Restan aún los devotos interesados, que no recurren a la santísima Virgen sino cuando necesitan ganar algún proceso, evitar algún peligro, sanar de una enfermedad, o por cualquier otra necesidad del estilo, sin lo cual se olvidarían de Ella; unos y otros son falsos devotos, que no pasan ni ante Dios ni ante su santísima Madre.

Guardémonos bien, pues, de ser del número de los devotos críticos, que no creen nada y lo critican todo; de los devotos escrupulosos, que por respeto a Jesucristo temen ser demasiado devotos de la santísima Virgen; de los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas exteriores; de los devotos presuntuosos, que bajo pretexto de su falsa devoción a la santísima Virgen se enfangan en sus pecados; de los devotos inconstantes, que por ligereza cambian sus prácticas de devoción, o las abandonan completamente a la menor tentación; de los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten las libreas de la santísima Virgen, a fin de hacerse pasar por buenos; y, en fin, de los devotos interesados, que no recurren a María sino para ser libres de los males del cuerpo u obtener bienes temporales.

Del Tratado de la Verdadera devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort.

Jerarquía eclesiástica

La sacra Jerarquía.—

El Señor, que con tan admirable orden dispuso las cosas de la creación, subordinándolas unas a otras, y en la sociedad el orden de la autoridad no quiso dejar a su Iglesia desprovista de este orden, y estableció en ella la sacra Jerarquía la cual es como vamos a decir. El ápice de este Orden es el episcopado: que es la plenitud del sacerdocio y puede todo lo que puede el presbítero; además el Obispo es el ministro necesario para ordenar y el ministro ordinario de la Confirmación. Próximo al episcopado esta el presbiterado; presbítero, en su etimología, significa anciano; en el uso, a los presbíteros se les llamaba y llama sacerdotes, si bien hasta el siglo x también los Obispos se llamaban muchas veces sacerdotes y los presbíteros sacerdotes de segundo orden, sacerdotes de orden inferior, segundos sacerdotes; tienen el poder de consagrar y de absolver y de dar la Extremaunción; y son ministros ordinarios del Bautismo y extraordinarios (a veces) de la Confirmación. Diacono, en su etimología significa ministro, servidor, cooperador; mas en la jerarquía se ha circunscrito este nombre para significar los ayudantes de los Obispos y de los presbíteros en los oficios sagrados; es propio de ellos servir en el altar, bautizar, dar la Comunión a falta de otros, con permiso, y leer los Evangelios. Subdiacono es el que esta debajo o a las ordenes del diacono y suele servirle las cosas del altar y lee las Epístolas en la Misa. Vienen después las Ordenes menores: acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios. De estos, los acólitos sigue al subdiácono o, cuando no le hay, al diacono o presbítero para; servirle, alumbrarle, responderle, llevar las velas, etc.; los exorcistas tienen oficio de echar los demonios, de decir a los que no comulgan que dejen sitio a los que comulgan y de llenar las pilas bautismales; los lectores tienen oficio de leer en la iglesia, si bien la lectura del Evangelio ya se ha reservado a los diáconos, y de bendecir, pan y frutos; los ostiarios o porteros tienen el oficio de guardar las puertas, tocar las campanas, abrir el sagrario y el libro al que predica. Tonsura: viene antes que todas estas ordenes la tonsura, que es un rito por el cual se le cortan los cabellos al que quiere ser clérigo y se le abre la corona. Con esto queda ya hecho clérigo, aunque no tiene todavía Orden ninguna. Tal es la sacra Jerarquía, desde los tonsurados a los Obispos, por su orden.

Qué ordenes son Sacramento.—

De estas Ordenes no todas son Sacramento. Es Sacramento, seguramente, el presbiterado y también el diaconado. Acerca de la ordenación episcopal hubo mucha controversia, y algunos afirman y otros niegan que sea Sacramento; mas no se dude que lo es. El subdiaconado no es Sacramento. Y mucho menos las Ordenes menores; solo son ritos de la Iglesia por los cuales son elegidos y dedicados al servicio del  altar los ordenados, sin que en ellos se reciba la gracia ex opere operato. La tonsura menor ni siquiera es Orden. En cuanto a  los oficios antes reservados a los ordenados menores, hoy la mayor parte son permitidos a los laicos y ejercitados por ellos, excepto el exorcismo, que esta reservado a los sacerdotes, y las bendiciones.

Institución del Sacramento del Orden—

Este Sacramento tuvo que ser instituido por Jesucristo mismo. Y se puede preguntar cuando lo instituyo. Lo instituyo parte en la Cena, cuando dio a los Apóstoles facultad de hacer lo que El había hecho, es decir, consagrar y ofrecer sacrificio. “Cuando hiciereis esto, lo haréis para acordaros de Mi.* (1 Cor.; 11, 24.) Parte lo hizo después de la resurrección, cuando les confirió la facultad de perdonar los pecados y los hizo pastores o rectores de la Iglesia. Y seguramente que les dio muchas instrucciones en aquellos días hasta su ascensión, cuando, como dice el Evangelio, se les mostró muchas veces vivo y les hablaba del reino de Dios. Cristo no ordeno separadamente ministros de las diversas ordenes, sino Obispos que contienen todos los demás grados.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

El Breviario

Ya que del Misal y del Ritual hemos hablado en otros sitios, digamos unas palabras del Breviario. Es el Breviario el libro de rezo que tienen los sacerdotes, y a su ejemplo los religiosos o religiosas que tienen coro. En el están reunidas multitud de oraciones que los sacerdotes están obligados a rezar todos los días, bajo pena de pecado mortal. La masa principal del Breviario la forman los salmos, que están dispuestos de tal modo que el sacerdote los recorra todos durante la semana. Además de los salmos tiene el Breviario lecturas, de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres, de Vidas de Santos; himnos, responsorios oraciones.

Las Horas Canónicas.

Se divide el rezo en el Breviario en ocho partes que son: Vísperas, Completas, Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta y Nona. Esta división es muy antigua, y se guarda aun hoy. Vísperas, es el rezo que antecede a la fiesta o también al que le sigue, en cuyo caso se llaman segundas Vísperas; Completas, el que se reza para acostarse; Maitines, el de media noche; Laudes, el de la madrugada; Prima es del comienzo del día; Tercia es la hora en que fue condenado a muerte el Señor, las nueve de la mañana; Sexta, de la hora en que fue crucificado, las doce; Nona, de la hora en que murió, las tres.

Principio del «Breviario».

El rezo del Breviario, como otras mil .cosas del culto, se fue perfeccionando poco a poco. Al principio los fieles se reunían no mas que los domingos; luego, pronto, cuando ya hubo mártires, se comenzaron a celebrar los días de sus nacimientos para el cielo. Los domingos, en recuerdo de la Resurrección del Señor y de Pentecostés, se celebraban y, por cierto, como los hebreos sus fiestas, de tarde a tarde. Se comenzaba por la fiesta a la tarde, de víspera; por eso al reunirse por la tarde, se rezaban ya algunas cosas, salmos o lecturas, y otras oraciones referentes a la fiesta, que a medida que pasaban los años iban los varones sabios componiendo. Como no había libros, ni muchos sabían leer, leían y rezaban los clérigos, tal vez uno solo, oyendo los demás y contentándose con decir Amen, o Aleluya, o algún estribillo, o refrán, o respuestas breves, comunes y sabidas, ora con simple lectura, ora con recitados mas o menos melodiosos y cantinelas. Así hay indicios muy claros de estos primeros oficios vigiliales, que eran unas veces dominicales, otras cementeriales, porque cuando se trataba de festejar a un mártir se reunían en los cementerios; otras, en fin, estacionales, que se celebraban en los días de ayuno, que llamaban estaciones, y desde los primeros tiempos se observaron los miércoles y viernes. No se hallan otras trazas de asambleas eucológicas de oraciones publicas en los tres primeros siglos. Fuera de estas, cada fiel en particular oraba lo que quería.

En el siglo IV el culto reducido anterior pudo extenderse en las grandes basílicas constantinianas que se fueron multiplicando y dejaron desarrollarse el culto y la liturgia con todo desahogo. Pero una vez construidas las grandes basílicas, era una pena el verlas desiertas fuera de las fiestas. Entonces, aun cuando por una parte, extendida la cristiandad, decreció el fervor primero en general, en cambio se perfecciono e intensifico este mismo fervor en almas escogidas, celosas y fervientes; las cuales, teniendo sitio y libertad y facilidad, comenzaron a reunirse aun en otros días, además del domingo, en las iglesias, dedicándose por iniciativa individual o compañerismo libre a rezos, himnos, oraciones y aun haciendo profesión y convenio para ello. Los que lo hacían se llamaban en Siria monazontes y parthenas, como quien dice monjes y vírgenes, y constituían una especie de cofradías de ascetas, que fueron apareciendo por todas partes. Estos luego se pusieron sus reglamentos, y adquirieron el uso y el compromiso de celebrar, no solo vigilias solemnes, sino vigilias diarias. No se contentaron luego con celebrar vigilias, sino que también quisieron celebrar las tres horas del día: Tercia, Sexta y Nona, en memoria del Señor, según he dicho. De aquí nació el que después los Obispos obligasen a los clérigos, no siempre a gusto suyo, a presidir estas vigilias de estos seglares, y estos rezos de ascetas y vírgenes, que no eran clérigos. Y así se fue formando poco a poco el uso del rezo de los clérigos, que después de muchos siglos se ha ido uniformando mas y mas hasta el modo actual, en que ha prevalecido el orden de la Iglesia romana.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

Fiestas litúrgicas

Sobre las fiestas.—

Hemos de hablar especialmente algo mas sobre las fiestas que son los dias principales del año litúrgico. Se llaman fiestas los dias en que se reza algún Oficio festivo, compuesto en honor de algún Santo. De suyo la Iglesia celebra el Oficio general correspondiente al dia de la semana. Mas cuando ocurre en algún día la muerte de algún Santo, o el recuerdo de algún misterio, se dice un Oficio particular en su honor.

Fiestas de descanso.—

En el sentido vulgar solo se llaman fiestas aquellos días festivos mas solemnes en que hay que descansar por precepto de la Iglesia. Y por eso fiesta, en su acepción plena, es aquella en que la Iglesia manda abstenerse de todo trabajo. Pero en sentido litúrgico es cualquier día en que se celebre la fiesta de algún Santo. Hoy los mas de los días son festivos, porque como hay tantos Santos en la Iglesia, se han ido poniendo Oficios festivos en los mas de ellos.

Fin de las fiestas.—

El fin de las fiestas es satisfacer la devoción que la Iglesia tiene a Jesucristo Salvador, a la Virgen y a los Santos; por lo cual quiere que en ciertos días se dirijan todos los actos de la liturgia a conmemorar algunos misterios, a celebrar a algunos Santos.

Ocasión de las fiestas.—

La ocasión de las fiestas ha sido varia. Unas veces alguna necesidad publica de la Iglesia o de alguna provincia, o de alguna parroquia. Otras, algún gran beneficio recibido del cielo. Otras, alguna revelación o aparición privada. Otras, en fin, otros sucesos de la historia eclesiástica. A veces también algunas fiestas cristianas se pusieron para contrarrestar y destruir el electo de otras fiestas paganas de Roma. Así el Patrocinio de San José se puso por las necesidades de la Iglesia en tiempos de Pío IX, la fiesta del Rosario por la victoria de Lepanto, la de la Aparición de la Virgen por la aparición de Lourdes, la del Corazón de Jesús con ocasión de las revelaciones de Santa Margarita, y con ocasión de las fiestas paganas se establecieron las fiestas de las Témporas, las Letanías de San Marcos, la Cátedra de San Pedro y otras para desviar la atención de fiestas malas a fiestas buenas.

Fiestas de apariciones y revelaciones.—

Cuando alguna fiesta se funda con ocasión de alguna aparición o revelación, no es preciso creer que la Iglesia asegura la verdad de aquellas apariciones, porque esto lo deja a la razón humana, que vera si tales apariciones o hechos tienen fundamento histórico o no. Claro que alguna creencia supone el fundar tales fiestas. Pero la Iglesia principalmente se fija en la conveniencia dogmática de ellas, sin decidir de la verdad de la aparición o revelación particular.

Antigüedad de las fiestas.—

Las fiestas del Señor mas insignes son antiquísimas: así la fiesta de la Pascua, que es la solemnidad de las solemnidades, se menciona ya en los Actos de los Apóstoles y en las Cartas de San Pablo. Las fiestas de Pentecostés, de la Ascensión, de Navidad y Epifanía, existen desde el siglo III o IV, por lo menos en Roma. La Circuncisión se celebro en España y en Francia desde el siglo VI. La Exaltación y la Invención de la Cruz también son muy antiguas. La Transfiguración es del siglo IX en varios sitios.

Fiestas de la Virgen.—

Ya desde el siglo IV se pueden tener testimonios de fiestas de la Virgen. La Presentación de Jesús en el templo con la Purificación de la Santísima se celebraba en Jerusalén en el ano 380, por lo menos, y de allí paso a Occidente. Y ya en el siglo VII se habla de las fiestas de Ja Anunciación, Asunción o Dormición, Natividad, y poco después de Ja Visitación, Presentación y otras.

Fiestas de los Santos. —

Ya desde el siglo II se celebraron fiestas de los Santos. Primero de los Apóstoles, de San Policarpo, de los Santos Macabeos, de San Juan Bautista, San Esteban, de los Santos Inocentes, San Sixto, Papa; Perpetua y Felicitas, Fabián, Lorenzo, Hipólito, Cipriano, Sebastian, Inés, Timoteo, Vicente, Felicitas, Ignacio, Pantaleón, los Siete Durmientes. Todos ellos son mártires.

De fiestas de Santos no mártires, no hay testimonios anteriores al siglo IV. En el siglo IV se celebra en Oriente la memoria de los santos Basilio y Atanasio en los aniversarios de sus muertes y en Occidente la de San Martín. Ya advertimos a su tiempo que de los Santos no se celebran los nacimientos a este mundo, sino los nacimientos al cielo, es decir, las muertes, excepto la Natividad de Nuestra Señora y la de San Juan Bautista, que fueron santas.

Importancia de las fiestas.—

Las fiestas, unas son mas importantes que otras, según la dignidad de la persona o, si se trata de una misma persona, según la dignidad del misterio; porque es claro que hay algunos mas principales que otros. A veces también algunas fiestas son mas principales que otras por razones extrínsecas, como cuando un Santo es el Patrono de alguna ciudad, por cuya causa es preferido a todos los demás.

Grados de importancia.—

Por el rito que tienen se dividen las fiestas en simples, semidobles y dobles. Las dobles, pueden ser dobles sencillamente o dobles mayores, dobles de segunda clase y dobles de primera clase. Hoy hay en la Iglesia veinticuatro fiestas dobles de primera clase, veintiocho de segunda clase, veintisiete mayores y muchísimas dobles sencillas.

Fiestas solemnes.—

Las fiestas se dividen también en solemnes y no solemnes. En el lenguaje ordinario son solemnes aquellas en que no se puede trabajar, las que llamamos fiestas de precepto. Sin embargo se consideran litúrgicamente como solemnes todas las que puso Urbano VIII en su catalogo de fiestas solemnes, que después fue modificado por Pío X, como luego diremos en cuanto al precepto.

Fiestas primarias y secundarias.—

Distingue la Iglesia, entre fiestas primarias y secundarias, según la calidad de los hechos que se celebran. Ordinariamente son primarias las fiestas mas antiguas y primarias del Señor y de la Virgen; sin embargo, la fiesta de la Sagrada Familia es primaria, aunque moderna. En las fiestas de los Santos son primarias las fiestas de sus natalicios al cielo y secundarias otras, como las de las invenciones de sus cuerpos, etc.

En la práctica se saben cuáles son primarias y cuáles son secundarias por el catálogo auténtico que se pone en los Breviarios.

Puntos de catecismo, Vilariño S.J.

La conciencia. Tercera parte

Modos de deformar la conciencia.

Al contrario, las malas lecturas, las malas conversaciones, las malas companías y tratos con personas de vida libre y de conciencia desgarrada, los espectáculos licenciosos, todo esto impide formar buena conciencia.

Las novelas, por ejemplo, los periódicos libres y transigentes, las companías y compadrazgos con personas de vida mundana, el cinematógrafo, el teatro, sobre todo las revistas ilustradas… nos familiarizan con el vicio, nos hacen naturales las condescendencias, complicidades y flaquezas humanas. Y hasta nos van infundiendo poco a poco otro criterio, otro modo de ver las cosas, otra ley y norma mucho mas ancha que la ley de Dios: ley y norma del mundo, que es muy ancha, laxa y condescendiente.

Pero lo que mas que nada deforma la conciencia es la vida mala. Es difícil, por no decir imposible, que quien peca no ensanche un poco las mallas de la ley, para absolverse a si mismo, o al menos justificarse y excusarse en parte. El pecador siempre está dispuesto a creer y recibir máximas anchas e interpretaciones laxas de las leyes, para disminuir así su responsabilidad y sus inquietudes. El vicio, que todo lo corrompe, corroe de un modo singular la buena conciencia, habituándola a malas acciones y encaneciéndola en el vicio.

Un medio general de formar la conciencia. Los directores espirituales.

A pesar de esto, es indudable que la generalidad de los fieles no pueden formarse buena conciencia para todas las necesidades de la vida espiritual. Para los casos ordinarios, si, basta la instrucción que cada uno de los cristianos puede sacar del Catecismo, de las lecturas y sermones y vida cristiana.

Pero la moral católica tiene muchísimos casos arduos y difíciles no solo para el vulgo, sino para los Doctores. Es ciencia de mucho y vasto y prolijo y delicado estudio e investigación, y de mucha consulta.

Para subvenir a esta necesidad ha puesto la Providencia divina en la Iglesia a los confesores y directores de almas o de conciencias que nos ofrecen a todos un medio excelentísimo de formar las nuestras según toda rectitud y verdad.

Un confesor o director es un gran don de Dios en la Iglesia. Uno de los mejores dones que hay en ella. Y gloria grande de la Iglesia católica es tener tantos y tan buenos consultores y doctores populares en todo el mundo para la dirección de las conciencias. Son, de ordinario, hombres doctos y aun muy doctos. Testigo soy de lo que a un sacerdote o religioso se le hace estudiar para prepararse a la cátedra del confesonario, y de la estrechez y rigor con que se le examina acerca de la ciencia y prudencia necesarias para este cargo. Ni se puede contentar el buen sacerdote o director con haber estudiado y aprobado una vez la asignatura, sino que continuamente tiene que estar estudiando la moral y aun dar exámenes de tiempo en tiempo ante sus superiores.

Además esta en las mejores condiciones para educar las conciencias; porque tiene que oír a todos y guardar a todos secreto de lo que le consultan, mucho mas que los otros profesionales. Tiene que atender al bien del consultante de modo que si no mira por el sabe que incurre en gravísima responsabilidad ante Dios. En fin, se ofrece con suma facilidad a todos, porque en todos los pueblos hay confesores a quienes se puede acudir y absolutamente gratis, por muchas, graves y difíciles que sean las consultas.

Como, además, ocurre que todos los casos de moralidad y de conciencia en vez del carácter general de las leyes, revisten formas y aspectos individuales que los disimulan o complican o dificultan, y que uno mismo de si mismo es difícilmente juez y director, el confesor habituado a resolver casos y enredos de todos los hombres, tiene una habilidad y acierto que difícilmente se pediría a los libros o a quienes no hacen estudio especial de las conciencias.

Así, pues, no cabe duda de que uno de los medios mejores para formar la conciencia y dirigirla bien es el confesor y director de nuestras almas. Por lo cual convendría tener en este punto un cuidado especial. Elegid un director prudente, docto, celoso, sincero. Ni solo bueno en si mismo, sino bueno también para nosotros, para el que se va a dirigir por el. Porque si bien hay muchos buenos, pero unos cuadran mejor a un carácter y otros a otro, y, en fin, hasta hay también unos directores que son mas a propósito para unas clases de la sociedad y para otras otros. Cada cual debe elegir y quedarse con aquel con quien le vaya mejor, con completa libertad. Mas conviene tener, en general, uno mismo con constancia. No que de tal modo se ate uno a un director que no pueda arreglarse sino con el o que se crea obligado a recurrir en todo a el; sino que en general sea uno el consultor de los casos generales y el director habitual de su conciencia, así como en general procuramos tener un mismo medico y un mismo abogado, sobre todo si tenemos muchas enfermedades y muchos negocios complicados y difíciles.

Con el director debemos tener trato sencillo y humilde, y dejarle nos diga lo que nos desagrada lo mismo que lo que nos agrada, lo que nos aprieta lo mismo que lo que nos afloja, lo que nos conduzca siempre al fin de hacer la voluntad de Dios, y nos aparte del pecado.

 

Porque sucede que, sobre todo los jóvenes, en cuanto ven que el confesor o director les aprieta un poco y les llama la atención sobre sus peligros y pasiones, fácilmente se disgustan y van a otro, y de aquel, si no les es transigente con su mal, a otro, y de este a otro, con lo cual es imposible que ningún director forme sus conciencias como convendría, sobre todo en la juventud.

Este director debería ser para todo cristiano el amigo y confidente mas querido, el juez espiritual y arbitro de nuestras acciones, el doctor de la ley y derecho divino, el medico de las enfermedades y males de los espíritus, y como se suele decir, con una palabra dulce y propísima, el Padre espiritual. No despreciéis este gran don que Dios os concede en la Iglesia. De el necesitamos todos.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La conciencia. Segunda parte

Debemos instruirnos en la ley de Dios.

No os asustéis, lectores amados. No es un estudio difícil el que se os exige. No tenéis que aprobar la carrera de teología moral o dogmática. Se os exige mucho menos que eso, aunque acaso mucho mas que lo que estudiáis y sabéis.

La formula es bien sencilla. Todos los que queremos hacer lo que debemos, tenemos que estudiar la doctrina cristiana, el Catecismo. El Catecismo puede decirse que es el libro de texto de nuestros deberes, la esencia de la instrucción cristiana, el resumen de nuestro código, el compendio de nuestras obligaciones. Su estudio es, por consiguiente, el principio de lo que debemos hacer, y el primer paso en la carrera de nuestro deber.

Y este deber es mucho mas importante de lo que algunos se figuran. Ciertamente, no es esencial para salvarse saber todo el Catecismo. Dicen los teólogos que absolutamente necesario para salvarse es creer que hay Dios y que es remunerador y castigador de buenos y malos. Y sin esto aseguran que no es posible la salvación.

Pero esto es muy poco. Y aunque no sea absolutamente necesario para la salvación, pero es necesario y tenemos grave obligación, si podemos, de creer, y saber de alguna manera los artículos de la fe, los mandamientos de Dios, los sacramentos de la Iglesia, y, en fin, la oración dominical y en general el modo de orar. Pues bien, todo eso cae precisamente bajo la denominación de Catecismo. Estaría muy equivocado el que oyendo este nombre, por ser el Catecismo libro de escuela, creyese que solo era para la escuela. Porque en la escuela se pone para empezar ya a conocer la ley y la obligación que tenemos que observar después cuando mayores. Y en realidad cuando mas debemos saber el Catecismo es cuando salimos de la niñez a las luchas de la vida.

No es preciso estudiar las formulas, y mucho mejor es saber las explicaciones que las formulas del Catecismo. Sin embargo, conviene muchísimo saber también las formulas, es decir, el Catecismo tal cual se aprende de memoria en la escuela. Porque, al fin y al cabo, la manera de quedarse con la doctrina es esta, lo mismo en la Doctrina cristiana que en Matemáticas y en otras muchas ciencias y doctrinas.

Mas cuando mayores, debemos con todo cuidado saber la explicación y obtener la inteligencia del Catecismo. Para lo cual deberíamos acudir a las explicaciones que los párrocos u otros sacerdotes hacen según su obligación al pueblo, o también tener y leer libros muy preciosos que sobre el Catecismo se han escrito.

Muchas veces los hemos recomendado, y ahora de nuevo los recomendamos, y para citar algunos de tantos como existen y muy buenos, señalaremos los de los PP. Arcos, en un tomo; Schouppe, en dos tomos; Spirago, en tres tomos; Deharbe, tal vez el mejor de todos, en cuatro, y con el apendice de Historia en cinco, y ademas los de Schmid, y el Manual del Catequista Católico, por Perardi, y el Catecismo Mayor, de S. S. el Papa Pio X, explicado por Dianda, los cuales dos últimos ha traducido recientemente el P. Portillo.

Cualquiera de estos es muy apto y conveniente para las familias cristianas, y si en ellos estudiásemos, ya tendríamos piedad mas sólida. Son preferibles estos libros, aun para lectura espiritual, a esos otros llamados piadosos, y que lo son, pero que mas atienden al sentimiento, acaso exagerado, que a la instrucción justa y sólida y presuponen el conocimiento de la doctrina. Y para formar la conciencia bien y como se debe, no hay mejor libro que un buen Catecismo explicado.

Otros modos de formar la conciencia.—

Además de este medio de formar la conciencia que es el principal, hay otros también muy provechosos que enumeraremos ahora, aunque de cada uno de ellos hemos de hablar mas despacio en otras ocasiones.

Las lecturas de libros buenos son uno de los medios mas excelentes. Y es de suma importancia formarse el cristiano una biblioteca de ellos, o tomarlos prestados de los amigos, de las bibliotecas parroquiales o de algunas congregaciones. Hoy tienen el lugar de buenos libros las buenas revistas, y aun los buenos periódicos.

Los sermones y pláticas, y no tanto los brillantes, magníficos, elevados y sublimes, que suenan bien pero no enseñan nada, como otros, que, mas sencillos en apariencia, contienen mucho mas meollo de sustento. Acudid a estos y premiad con vuestra atención el sacrificio de amor propio que hacen muchos predicadores, que prefieren enseñaros y haceros bien, a ganar gloria y aplauso mundano.

La compañía y el trato con gente buena es de los mejores medios para educarse y formarse la conciencia. ¡Qué diferencia va de un hombre criado «en familia timorata, de un joven acompañado de buenos amigos, de una joven que vive en buena sociedad a los que carecen de este recurso! Sobre todo, las buenas conversaciones valen en muchas ocasiones mas que los sermones, mas que las lecturas y mas que las misiones.

Entre los ejercicios ascéticos propios para formar la conciencia, los mas útiles, y utilísimos de verdad son la meditación precedente a los actos del día, y el examen al fin del día de lo que durante el se ha hecho. Eficaces como pocos son estos medios.

En fin, la practica, los actos de virtud cristiana, ese es el mas suave y seguro medio de ir adquiriendo buena conciencia. Ninguno la tiene mejor que los varones santos y virtuosos, porque ninguno practica mejor lo que la conciencia dicta. Con lo cual se van acostumbrando prácticamente a sentir con rectitud de las cosas.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S. J.

La conciencia. Parte primera.

Que es conciencia.

Conciencia es el juicio próximo práctico que tiene cada uno acerca de la bondad de la acción que va a hacer. Ya dijimos que la norma de las acciones es la ley. Mas esta ley nosotros nos la aplicamos a nosotros mismos por medio de la conciencia, por donde para nosotros la ley en tanto es norma en cuanto se nos manifiesta por medio de la conciencia. No es la conciencia una facultad distinta de la razón; es la misma razón que se llama conciencia cuando versa sobre la moralidad, sobre la bondad, o malicia de nuestras acciones propias, cuando nos dicta lo que la ley manda hacer en cada caso particular que se nos va presentando. Presupone el conocimiento de la ley y hace su aplicación a nuestros casos personales.

Llamase conciencia porque es una ciencia intima mas que ninguna otra, una ciencia aplicada a nosotros mismos, que metida en nosotros no enseña a otros, sino nos dicta a nosotros mismos nuestro deber, si podemos o no hacer alguna cosa, o también después de hecha, si hemos obrado bien o mal. Y por eso se llama conciencia, como quien dice ciencia con nosotros, acerca de nosotros, para nosotros, ciencia interior, de nuestro espíritu, que versa y se consuma en lo mas intimo que tenemos nosotros, que son nuestras acciones morales.

La ley, norma de lo que se debe hacer.—La conciencia, norma de lo que debemos hacer.

La ley es norma de lo que debe hacer el genero humano. Mas como la ley pasa a nosotros por medio de la razón, y solo por medio de la conciencia se pone en contacto con nosotros, de nada nos serviría que existiese la ley si ella no entrara, como quien dice, en nuestra conciencia, y no nos dictara por medio de ella lo que nosotros debemos hacer en cada caso. Por eso, en ultimo termino. la norma de nuestras acciones es la conciencia.

Cada cual debe obrar según su conciencia.

La conciencia tiene fuerza obligatoria. Porque si bien la fuerza obligatoria es de la ley propiamente hablando, mas como la conciencia no es otra cosa que la ley aplicada a cada una de las acciones, síguese claramente que la misma fuerza que la ley tiene la conciencia. Por lo cual, así como la ley, por tener su fuerza de la voluntad de Dios, se llama voz de Dios, así también voz de Dios es llamada, y con razón, nuestra conciencia.

Ahora bien, así como la ley en si siempre es verdadera y buena, así, al contrario, la conciencia no siempre es buena, o mejor dicho, no siempre es recta y verdadera. Porque puede el hombre equivocarse, puede distraerse y olvidarse, puede errar, y esto unas veces sin culpa, otras por culpa suya. Por lo cual, conviene que sepamos antes que nada lo que debemos hacer con nuestra conciencia, y como debemos formarla si queremos proceder sin culpa y obrar conforme a la ley.

Diversas clases de conciencia.

Puede nuestra conciencia ser recta o errónea, según nos dicte lo que es conforme a la ley o lo que es distinto de la ley, la verdad o la mentira. Cuando es recta o verdadera, puede ser cierta o dudosa, probable o improbable, según dicte las cosas con firmeza o certidumbre o con duda y vacilación, con algún motivo o sin ninguno que valga. Y cuando no es recta, puede ser laxa o demasiado ancha, si sus dictámenes son menos severos que la ley; desgarrada o rota, si por efecto de los muchos pecados ya apenas nos dicta ninguna ley, y desprecia hasta las mas graves culpas; farisaica, si dando mucha importancia a menudas cosillas de ningún momento, da poca o ninguna a las mas graves; y por el contrario estrecha, si aprieta mas que la ley, exagerando los preceptos; escrupulosa, si en todas las cosas esta viendo y temiendo leyes morales y pecados, o, en fin, perpleja, que encuentra pecados por ambas partes, por una acción y por la contraria.

Estos defectos, además, los puede tener nuestra conciencia culpable o inculpablemente.

Nuestra primera obligación: formar la conciencia.—

Nuestra primera obligación es formar bien la conciencia, adquirir en cuanto podamos una conciencia recta, que nos dicte siempre en cada caso ni mas ni menos que lo que manda la ley. Porque si debemos obrar en conformidad con la ley, y la ley solo se nos manifiesta por medio de la conciencia, es preciso que, cuanto esta de nuestra parte, procuremos que la conciencia este conforme con la ley, para que así estén nuestras acciones conformes con la voluntad de Dios.

Digo en cuanto podamos, porque no es posible que el hombre sepa siempre rectamente lo que debe hacer; muchas veces nos equivocamos, muchas ignoramos la ley, muchas la entendemos mal. Hay muchos hombres que tienen muy poco entendimiento y alcanzan muy poco de la ley, o no tienen tiempo para estudiarla como conviene, ni tal vez persona a quien preguntar, y acaso ni caen en la cuenta de que deben preguntar o no se atreven.

Cuando así sucede sin culpa ninguna del hombre, entonces Dios no le exige mas que el que obre según su conciencia, aunque esta sea errónea, si es sin culpa ninguna suya. Porque la ley general, antes que ninguna otra, dada por Dios al hombre, es que proceda según el dictamen de su razón y que haga lo que esta le dicte, y se abstenga de lo que esta le prohíba.

Gran consuelo para evitar ansiedades inútiles, que suelen tener algunas personas, porque después de haber obrado según lo que ellas creían bueno y licito y tal vez santo, descubren que la ley de Dios condenaba lo que ellas habían hecho! Nadie se condenara, nadie desagradara a Dios, nadie pecara si obra conforme a su conciencia, aunque esta sea errónea sin culpa; porque Dios no castiga las equivocaciones o errores inculpables, sino los delitos de la voluntad que quiere el mal a sabiendas.

Por el contrario, esas personas, si en aquellos casos hubieran obrado contra su conciencia, hubieran hecho mal, aunque sin saberlo hubieran obrado conforme a alguna ley; porque Dios manda obrar según la conciencia, y esta ley es superior a las otras.

Ahora bien, pudiera ser que el hombre tuviese conciencia errónea, no precisamente por equivocación o defecto natural y sin culpa, sino porque no quiso evitar el error, porque descuido culpablemente su instrucción, porque no formo, como debía y podía, su conciencia; y en ese caso, no pecara por obrar conforme a su conciencia, llegado el caso, pero si pecara porque quiso el error y la falsedad de su conciencia, y de ello será responsable ante Dios.

En efecto, el que sin culpa suya ignora una. ley o la entiende mal o tiene algún error, no peca obrando conforme a esa conciencia; porque tiene obligación de obrar según ella, y por otra parte no tiene culpa en su error. Mas el que por culpa suya ignora una ley, o la entiende mal, o tiene algún error, peca aunque obre según y conforme a su conciencia, porque, si bien debe obrar según su conciencia, pero debe evitar el error, y tiene culpa en su error. Ahora bien, .,¿cómo formar bien la conciencia de modo que no tengamos culpa? Estudiando la ley de Dios, expresión de la voluntad divina.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

Culto a la Virgen

Uso del Avemaría.

Esta oración es usada frecuentemente en la Iglesia de Dios. Pío V, en 1568, mando a los sacerdotes que comenzasen el Oficio divino rezando antes un Padrenuestro con Avemaría y Gloria. El Ave sola se frecuento mucho en el siglo VII. La costumbre del Angelus vespertino es del siglo XVI y en este mismo siglo se añadió el matutino y en el XV el meridiano. Desde el siglo XII dicen algunos que se uso el rezar 150 Padrenuestros y luego 150 Avemarías en honor de la Virgen. Luego Santo Domingo instituyo el Rosario que tenemos, que es la mejor devoción de las Avemarías y tiene muchísimas indulgencias. También es muy usada y devota y se tiene como señal de predestinación, si se reza frecuentemente, la preciosa devoción de las tres Avemarías.

Las tres Avemarías.

El origen de esta devoción es una revelación de que se habla en la vida de Santa Matilde; la misma Virgen, según se dice, revelo a esta Santa que le era muy agradable que le rezasen tres Avemarías en honra de los tres privilegios con que la doto la Santísima Trinidad, comunicándola el Padre su poder, el Hijo su sabiduría, el Espíritu Santo su misericordia.

Otros fieles suelen también venerar en estas tres Avemarías la triple Virginidad de la Madre de Dios: antes del parto, en el parto y después del parto. Y son mucho \ los que, aun después de haber abandonado otras practicas, no dejan de rezar tres Avemarías diariamente al tiempo de acostarse o en otro tiempo del día. Hazlo tu así por tu vida eterna. En fin, también es muy buena costumbre española la de rezar una Avemaría al sonar el reloj, como lo decía San Alfonso María de Ligorio. Y en España suelen muchos añadir: “Bendita sea la hora en que vino Nuestra Señora del Pilar a Zaragoza”.

Complemento del Padrenuestro.

También es digno de notarse que en el pueblo cristiano el Avemaría es considerada como un complemento del Padrenuestro y que raras veces rezan el uno sin añadir la otra y el Gloria. Casi espontáneamente viene el Avemaría después del Padrenuestro.

Quien dijo la Salve.—

La Salve es otra oración a la Virgen, la principal, sin duda, después del Avemaría. Como dice muy bien el Catecismo, esta oración la tiene recibida o aceptada la Santa Madre Iglesia, es decir, la considera como propia suya y la usa con suma reverencia o como una antífona de merito y valor singular.

Y por eso los fieles también la estiman como una joya de su eucologio o devocionario. En cuanto al autor que tuvo la inspiración de componerla, hay discusiones. Muchos atribuyen la Salve a San Bernardo. Pero no parece se pueda sostener esta opinión. Lo que parece mas cierto es que la compuso Pedro de Mezonzo-, monje primero de Santa María de Mezonzo, Abad después de Antealtares y Obispo, en fin, de Santiago de Compostela, que, nacido en 930, presencio en Galicia, por una parte, las invasiones devastadoras de los normandos en su juventud y mas tarde las invasiones destructoras de Almanzor. Esta oración, nacida en Galicia en estos tiempos tan calamitosos, en el valle que cerca de Curtis riega el risueño Tambre, llevada acaso por los innumerables peregrinos que afluían a Santiago, difundióse de tal modo, que a principios del siglo XII ocupaba ya un lugar principal en las Antífonas de la liturgia y era cantada por todos los monasterios cistercienses y cluniacenses. Un siglo después la cantaban en todos los conventos de los Dominicos. Y ya la canta toda la Iglesia. Gonzalo de Berceo, el primitivo poeta, en sus “Miracles de la Virgen”, refiere en el onceno que un labrador era arrebatado al infierno, mas los ángeles dijeron que era devoto de la Virgen y le dejaron libre. Y entonces añade devotamente: “Nonme tan adonado e de vettut tanta * que a los enemigos seguda e espanta. * Non nos debe doler nin lengua nin garganta, * que non digamos todos: Salve Regina sancta«.

Hermosura de la Salve.

Es singularmente hermosa esta oración. Llena de suave melancolía y de profundísimo sentimiento, parece un eco natural de todos los corazones y tiene tales ideas y tales sentimientos y tales expresiones, que han entrado como quien dice en el tesoro de lo proverbial, de lo que todo el mundo entiende, sabe y siente. Y como dice muy bien Astete, la Iglesia la ha aceptado para pedir por ella favor a Nuestra Señora.

Otras oraciones a la Virgen.

Además del Avemaría y de la Salve, hay otras muchas oraciones y plegarias a Nuestra Señora, muy devotas. El Oficio divino esta lleno de ellas y las tiene para diversos tiempos. Para citar las mas notables, mencionaremos el Sub tuum praesidium, “bajo tu amparo nos acogemos”, etc.; el Ave Maris Stella, “Salve Estrella del mar”, himno muy devoto y usado; el Memorare o “Acordaos”, tan repetido y con razón por los fieles; la oración llamada eficaz, por la fuerza que la experiencia ha demostrado que tiene para vencer las tentaciones contra Ja castidad: es la que empieza “!Oh Señora mía!, !oh Madre mía!” etc., y la compuso el P. Zucchi, de la Compañía de Jesús; es una de las mas sencillas consagraciones de si mismo a la Santísima Virgen.

Las letanías Lauretanas.

Merecen párrafo aparte las letanías Lauretanas, es decir, de Loreto, llamadas así por recitarse o cantarse en Loreto, de donde se difundieron a todas partes. No se conocen letanías de la Virgen antes del siglo XII. Eran una imitación de las de los Santos, en las que con varios títulos o elogios se repetía indefinidamente la invocación Sancta María, Ora pro nobis. Solían rezarse en tiempos de tribulaciones o calamidades públicas. Entre estas letanías hay que señalar el grupo de algunas que podríamos llamar prelauretanas, porque son como el preludio de las que después se formaron definitivamente y han sido aprobadas por la Iglesia. De estas las de Loreto son o una compilación excelente o unas letanías, las mejores de todo el grupo, y aparecen escritas la primera vez en 1576; pero debieron de rezarse bastante antes y acaso en las pestes del siglo XV, cuando el nombre de Loreto tanto se esparció por el mundo y tantas rogativas se hacían contra la invasión de los turcos. De todos modos, ya estas letanías son aprobadísimas y usadísimas en la Iglesia.

El Oficio Parvo.

También el Oficio Parvo es una devoción muy hermosa a imitación del Oficio ordinario de los sacerdotes, pero mas breve. Tiene muchas indulgencias. Y mas breve y sencillo todavía es el Oficio de la Inmaculada Concepción, del cual algunos creen que es autor San Alonso Rodríguez, aunque no fue sino incansable propagador.

Devoción a la Santísima Virgen.

Por todo lo que llevamos dicho, la devoción a la Santísima Virgen en la Iglesia católica es de suma importancia: como que se la tiene por signo de predestinación y como señal segura de que se salvara el alma que la tenga. Por lo cual nos conviene mucho tener la devoción verdadera y no falsa. Porque como advierte muy bien el P. Segneri, así como los monederos falsos no falsifican de ordinario sino monedas preciosas, las de oro, a ser posible, y los billetes, así el demonio procura falsificar también las devociones mas preciosas para que vivamos engañados y a muchos les hace creer que el rezo de algún Avemaría o alguna medallita o cosa parecida es una verdadera devoción. Y no es así. Es cierto que esa devociones son buenas, y es tan benigna la Virgen, que a muchos por tan poca cosa ha concedido grandes gracias; mas no es esa la verdadera devoción.

La verdadera devoción es tener tal conocimiento y, sobre todo, afecto a la Virgen María, que la estimemos muchísimo y con frecuencia nos acordemos de ella, para festejarla, para manifestarle nuestro amor, para obsequiarla con actos de virtud, para invocarla. Ved lo que hace un hijo con su madre a quien bien quiere y haced eso mismo en lo espiritual con vuestra Madre la Virgen.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La infalibilidad papal. Parte primera.

Infalibilidad del Papa.—

A muchos les escandaliza este dogma, pero, en gran parte, es porque no lo entienden. He aquí lo que contiene la doctrina de la infalibilidad del Papa: 1 Estamos obligados a creer al Papa en materias de fe y de costumbres.—2.° Lo cual supone que es infalible en estas materias.—3.° Pero solo lo es en estas materias.—4.° Y solo cuando habla como Papa, enseñando a toda la Iglesia y definiendo ex cathedra.—5.° Y esto no por su excelencia de entendimiento humano, ni por su ciencia, sino por la asistencia especial del Espíritu Santo.

Siempre ha creído esto la Iglesia. Pero para cerrar los labios a algunos que lo negaban o tergiversaban o confundían, el Concilio Vaticano definió expresamente, después de mucha y muy abundante discusión, “que es dogma de fe que el Romano Pontífice cuando habla ex cathedra es decir, cuando ejerciendo el oficio de pastor y doctor de todos los cristianos con su suprema autoridad apostólica, define alguna doctrina que deba tener toda la Iglesia acerca de la fe o de las costumbres, en virtud de la asistencia divina, que se le prometió en la persona de Pedro, tiene toda la infalibilidad que el divino Redentor quiso que tuviese la Iglesia para definir la doctrina de la fe y las costumbres”.

Siempre en la Iglesia católica la creencia en el Papa se ha tenido como señal de ortodoxia y espíritu cristiano. Siempre, desde la antigüedad, ha sido respetada; por lo cual al Papa iban todas las consultas dificultosas; y el juicio del Papa se aceptaba como supremo e irreformable; y los sospechosos apelaban y buscaban la aprobación del Papa; y los juzgados herejes por el Papa quedaban declarados herejes definitivamente. Por eso vino a ser axioma aquel dicho tan conocido: Roma locuia cst, causa finita est: “Ha hablado Roma; se acabo la disputa”.

Esta infalibilidad se la concedió a Pedro Jesucristo, al dirigirle las palabras antes citadas. Porque Jesucristo fundaba una Iglesia que se apoya en la fe y se rige por la fe; una Iglesia que es el reino de la verdad; y si Pedro y sus sucesores, encargados de gobernar esta Iglesia, pudiesen equivocarse en la fe y doctrina de las costumbres, no podrían ser fundamento de ella.

Explicación de la infalibilidad pontificia.—

Vamos a explicar un poco mas esta infalibilidad, para que conozcan bien todos los católicos del pueblo un punto tan importante. Y veamos que es infalibilidad, quier la tiene, en que se funda, a que se extiende, cuando se tiene y cuanto es su alcance.

Que es infalibilidad.—

Infalibilidad es una imposibilidad de equivocarse o engañarse. Infalible es lo mismo que inequivocable. El que no puede equivocarse es infalible. Esta infalibilidad puede ser o por la suma sabiduría y ciencia de la persona, o por alguna condición exterior que acompaña a esta persona; Dios “es infalible por su ciencia, por su propia naturaleza y esencialmente. Puede, sin embargo, Dios comunicar a otro entendimiento tanta ciencia que sea infalible también en todo o en determinado genero de doctrina. Puede también disponer las cosas con su Providencia de tal modo que no se equivoque una persona, porque El cuando hubiera de equivocarse la guia y aparta del error, y le impide por los medios que tiene su suave y fuerte Providencia enunciar el error. Esta ultima es la que tiene el Papa.

Quien tiene infalibilidad.—

Los católicos sabemos que la Iglesia, en general, tiene infalibilidad. En la Iglesia, según la institución de Cristo, hay súbditos y prepositos; hay doctores y discípulos; hay ministros que administran y fieles que reciben la santificación, por este ministerio; hay, en fin, como suele decirse, una parte de la Iglesia, iglesia discente (que aprende), y otra, Iglesia docente (que enseña). Pues bien; los católicos sabemos que la Iglesia es infalible de estas dos maneras: en creer y en ensenar. Es a saber: que la Iglesia cuando en general y universalmente cree una cosa, no se equivoca. Podrán equivocarse algunos y aun muchos católicos; pero cuando los católicos, en general, moralmente todos creen una cosa, o, lo que es lo mismo, cuando la Iglesia cree una cosa, no se equivoca. Lo mismo puede decirse de la Iglesia docente, que aun cuando los Obispos, cada uno de por si, sean falibles, pero el cuerpo episcopal, cuando, ya este unido en concilio universal, ya este disperso por el mundo, conviene en general en una doctrina, es infalible.

Mas como es difícil que el pueblo conozca cuando la Iglesia, así creyente como docente, conviene suficientemente en punto de doctrina, la Providencia ha dispuesto que en la Iglesia haya un hombre que tenga también la infalibilidad, el cual puede o por si mismo pronunciarse sobre la verdad o falsedad de las doctrinas religiosas, o ser juez y definir por lo que ve en la Iglesia creyente o docente, lo que en ella se cree y se enseña. Este es el Papa, cabeza y oráculo infalible de la Iglesia infalible.

En que se funda la infalibilidad.—

No se funda en la naturaleza o ciencia o entendimiento de los hombres, o del Sumo Pontífice, sino en la providencia de Dios, que de tal modo guía a la Iglesia y al Papa, que no permitirá que se equivoquen, aun cuando fuesen de poco talento.

A que se extiende la infalibilidad.—

La infalibilidad se extiende a toda doctrina de la fe y de las costumbres. Mas no se piense que solo se extiende a lo que es estrictamente de fe y esta revelado, sino tambien a todo lo que esta unido con la fe de tal modo, que sin ello no pudiera conservarse integra la fe.

Así el Papa es infalible en definir cuales son los libros sagrados y su interpretación, y cuales son las tradiciones de fe, y su sentido y aplicación. Es infalible en la redacción y explicación de los credos y cánones dogmáticos. Es infalible en explicar los preceptos morales y los consejos evangélicos.

Además es infalible en la explicación de todos los puntos de filosofía que estén unidos con las verdades reveladas, y sean necesarias para explicarlas. Es infalible en sancionar o declarar las obligaciones necesarias para la salvación o virtud cristiana, por ejemplo, las maneras de administrar los Sacramentos. Es infalible en aprobar las ordenes religiosas, y declarar que tal o cual Regla y modo de vida religiosa es santo y conforme h la perfección evangélica.

Es infalible en la canonización solemne de los Santos. Y aun, según muchos, en la beatificación de los siervos de Dios. Y, en fin, en otras muchas cosas que pertenecen a la doctrina de la Iglesia, y a las buenas costumbres y santificación de las almas. Mas la infalibilidad de la Iglesia, y lo mismo la del Papa, no sirve ya para nuevos dogmas u inspiraciones, sino para exponer y definir las verdades que ya fueron reveladas. No aumentan ya los dogmas, sino que únicamente, cuando alguno esta oscuro y dudoso a los fieles, el Papa lo define claramente.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La Bula de la Cruzada

Que dias de penitencia quedan con la Bula.—

Quedan solo 24 días de ayuno y 10 de abstinencia:

Días de ayuno.—Durante la Cuaresma, los miércoles, viernes y sábados. Tres vigilias: de Pentecostés, de la Asunción y de Navidad.

Días de abstinencia de carne y caldo de carne.—1.° Con ayuno: Viernes de Cuaresma y las tres vigilias: de Pentecostés, de la Asunciónde Nuestra Señora y de Navidad. 2.° Sin ayuno: La ley de solaabstinencia no obliga ya en ningún día, pero al clero, tanto secularcomo regular es decir, a los de ambos cleros que al menos estántonsurados, se les exhorta vivamente a que guarden abstinencialos tres viernes de las Témporas de Pentecostés, Septiembre yAdviento.

Es de advertir que la vigilia de Navidad, tanto en el ayuno como en la abstinencia, se anticipa al sábado anterior de las Témporas de Adviento.

Que forma de abstinencia hay que guardar con la Bula.

Solo hay que abstenerse de carne y de caldo de carne. Pero en todas las comidas, colaciones y refecciones se pueden tomar condimentos de grasa de cualquier clase (manteca de cerdo, tocino derretido, aun los chicharrones que quedan después, si no son mucha cantidad que no pueda decirse condimento, sino comida, grasas de todo genero de animales, mantecas artificiales, etc.). El caldo de carne se equipara a la carne por muchas razones; pero sobre todo porque así lo prescribe la Iglesia.

Que forma de ayuno hay que guardar con la Bula.

Hay que guardar el no hacer sino una sola comida. Pero puede tomar, como antes, la parvedad a la mañana y la colación.

Comida.—Se puede tomar lo que se quiera en cantidad y calidad, lo mismo que sin Bula.

Parvedad.—Se puede tomar, en calidad, lo que no sea carne, ni caldo de carne, aunque sean lacticinios y huevos y caldo de tocino y pescado. En cantidad (lo mismo que sin Bula), cualquiera puede tomar dos onzas, y con ve motivo algo mas. Solo pasando cuatro a cuatro y media se excede gravemente. Y no ha de tenerse enesto escrúpulo matemático, sino buena voluntad y proceder sencillo.

Colación.—Se puede tomar, en calidad, lo mismo que en la parvedad. En cantidad (lo mismo que sin Bula), cualquiera puede tomar ocho o diez onzas, y si se tiene algún motivo, aunque leve mas, como no se exceda de catorce, por ejemplo, aunque en esto es muy difícil andar con pasos matemáticos. Tanto mas cuanto que no es fácil apreciar la cantidad que habría de descontarse, según las ensaladas sean mas o menos caldosas y tengan mas o menos agua. Ni porque se permitan huevos y lacticinios y pescado se debe creer que hay que disminuir la cantidad, pues el Pontífice nada dice de esto, sino que únicamente quiere conceder una gracia.

Claro que de suyo cae uno en la cuenta de que tomarse toda una colación de solo huevos y lacticinios no seria penitencia. Pero esto nadie lo hace.

Distintas clases de alimentos.—Hay que advertir, sin embargo, que si los alimentos son especialmente flojos en nutrición, se podrá tomar algo mas de ellos que de los nutritivos. Y como en estos y en los lacticinios y huevos puede haber dificultades, indicaremos las opiniones que mas amplitud conceden entre los moralistas, pero que nos parecen solidamente probables dejando la discusión de ellas a los doctos y a las escuelas.

Alimentos cocidos.—Es seguro que se pueden computar las ocho onzas de alimentos sólidos y secos antes de cocerlos en agua, y, por tanto, prescindiendo del liquido no nutritivo en que se aderezan.

Alimentos flojos.—Hay alimentos flojos, como, por ejemplo, verduras, frutas tiernas, líquidos muy acuosos, etc. De estos es seguro que se pueda permitir mas que de los otros; tanto mas o menos cuanto sean mas o menos nutritivos relativamente.

Alimentos de lactinicios y huevos.—Algunos pretenden que cuando se tome leche o huevos o pescado en la parvedad o colación se ha de disminuir la ración; ya dijimos que no hay tal obligación.

Respecto a la leche, lo se ha de pesar su peso total, porque entonces apenas se podría tomar sino una jícara de leche. Pero con toda razón algunos autores consideran la leche como un alimento acuoso, y proponen, como equivalente de una onza de alimento nutritivo, unas siete u ocho onzas de leche, a las cuales se puede añadir, en el desayuno, otra onza de pan, y a la noche, en la colación, lo correspondiente a lo permitido en ella.

Es de advertir que mil gramos de leche equivalen a un litro, y una onza equivale a unos treinta gramos.

Dentro de estos términos, que son los mas anchos que se enseñan por los moralistas, pero que juzgamos solidamente probables y seguros en la practica, cada cual puede estrecharse lo que quiera y cuanto mas, mejor, si no hay inconveniente.

Facultad de dispensar

Los propios Prelados, los Párrocos, los Superiores en las ordenes exentas, y los sacerdotes que tengan delegación apostólica, pueden dispensar a los fieles, por justo y racional motivo, de los ayunos y abstinencias. No se requiere para ello causa grave, porque esta causa grave de suyo excusa a los fieles de ayunar. Sino causa justa o razonable, aunque de suyo no baste para excusar o sea dudosa; así, por ejemplo, el estudio, alguna ocupación seria, disgustos de familia cuando los padres o superiores ven mal el ayuno o la vigilia de sus hijos, la dificultad en obtener comidas de abstinencia, los viajes y muchos motivos que se duda si son o no suficientes, etc.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J